La historia de Kodo Nishimura, el monje que lleva tacos: “El budismo y el maquillaje tienen el mismo objetivo”
La voz de Kodo Nishimura (Japón, 1989) es suave. Apacible. Cuando habla sobre su vida y experiencias, entrelaza la historia con preceptos budistas. “Es un pecado mentir a tu corazón”, reza. Contagia la paz que se esperaría de cualquier monje. Pero, al abrir los ojos, su imagen no es la tradicional. Kodo Nishimura parece sacado de una portada de Vogue o Vanity Fair. Sus párpados son un lienzo para el maquillaje más exuberante y cubre su cuerpo con prendas llamativas, salpicadas de lentejuelas, y las combina con zapatos de tacón.
Kodo Nishimura habla como un monje budista y parece un artista del maquillaje porque es ambas cosas. Aunque la espiritualidad de la fe y la vanidad de la moda pudieran parecer dos mundos irreconciliables, este joven nipón los reconcilia en su persona.
“Cuando maquillo, aplico las enseñanzas del budismo para buscar cómo la gente puede sentirse bella, válida y bien consigo misma. De dentro hacia fuera. El budismo y el maquillaje tienen el mismo objetivo para mí”, cuenta Nishimura en una entrevista en Barcelona, ciudad a la que ha venido para presentar su primer libro, 'Este monje lleva tacones' (Amat, 2022).
Para entender cómo llegó a unir sus dos pasiones hay que remontarse a su infancia, que el nipón define sin tapujos como una época “muy dura”. Se crió en un templo budista de Osaka (Japón), donde su padre ejercía como monje. En este país es frecuente que los hijos hereden la responsabilidad sobre el templo y la comunidad a la que sirven, pero ese no era un camino que sedujera especialmente a Nishimura. “Pensaba que sería un mundo aburrido y minimalista”, dice con una sonrisa coqueta, consciente de que él es de todo menos aburrido y minimalista.
Este monje budista se declara fan de Disney y de pequeño jugaba a disfrazarse de su princesa favorita, Ariel de La Sirenita, ataviado con faldas de su madre y cubriéndose la cabeza con telas rojizas, a modo de peluca. “Al principio era divertido, pero a medida que me hacía mayor, se esperaba de mí que me comportara como un hombre”, cosa que Nishimura no tenía claro que fuera. Al menos no de la manera más canónica.
“Mi cuerpo es biológicamente el de un hombre, lo sé. Pero no encajo en lo que es ser hombre ni mujer. Quizás soy ambos. Lo que somos no se basa en el sexo, sino en lo que creemos a cada segundo”, dice Nishimura. Se considera un “superdotado del género” y no le gusta identificarse con ninguna de las letras del colectivo LGTBIQ, aunque sí se considera defensor de sus derechos.
Los dos despertares de Nishimura
Nishimura no nació con esas reflexiones aprendidas, sino que le costó años asumirlas. Durante el proceso, se volvió silencioso, se aisló y se cuestionaba a sí mismo por no poder hacer amigos entre sus compañeros de clase, quienes se burlaban de él por su comportamiento afeminado. “La cultura americana me salvó”, recuerda. Empezó a escuchar música de Michael Jackson, Mariah Carey o las Destiny's Child y con ellos empezó a pensar sobre el empoderamiento, pero también puso palabras a la discriminación que sufría.
Para poder entender mejor las letras de sus artistas favoritos, este joven que no destacaba por su pasión por el estudio se aplicó a fondo en aprender inglés. Y esa fue otra decisión que, según asegura, le salvó la vida. Hablar esta lengua le abrió las puertas de chats gays, donde por fin pudo aceptar su sexualidad y hablar sin tapujos sobre ella. Y también fue donde conoció al que, todavía hoy, es su mejor amigo, que vive en Barcelona.
“Esta ciudad me cambió”, dice, recordando cuando llegó a la capital catalana con 18 años. “Tenía miedo hasta de decir la palabra 'gay' en alto, pero mis amigos se besaban en los trenes y se cogían de la mano en público. Un día me llevaron a la discoteca Arena [mítico local gay] y fue muy revolucionario”, asegura, todavía un tanto ruborizado.
En ese viaje a Barcelona empezó la vida de Nishimura. Decidió firmemente que se iría a Nueva York a estudiar maquillaje y que su futuro no estaba en un templo budista. Pero sus padres, que siempre le habían apoyado en su despertar sexual y de género, le pusieron una condición.
“Mi madre me dijo que, para decir que algo no te gusta, debes conocerlo. Y yo no sabía nada del budismo, así que me inscribí a la escuela de monjes y todo cambió”, explica el joven. En su formación encontró un maestro que le dijo que su sexualidad no importaba, que el budismo estaba vivo y cambiaba con el tiempo y la gente que lo practicaba. “La base del budismo es que cualquiera puede ser liberado y que si eres capaz de llegar a la gente, lo que seas no es un problema”, recuerda.
Cuando Nishimura decidió que quería ser monje, le asustaba la reacción de la comunidad religiosa al ser él abiertamente gay y lucir una estética que desafía las normas del género. Pero cuenta que a pesar de que el budismo, como cualquier religión, tiene una base “moral y conservadora”, la recepción fue muy positiva. “Muchos monjes me piden que vaya a sus templos y hasta la federación budista japonesa me financió unas pegatinas irisadas para ponerlas en los templos 'LGTBI friendly'”, dice, orgulloso.
“La religión es un pilar para mucha gente, pero muchos se sienten excluidos”, se lamenta Nishimura, quien ha recibido muchos mensajes de personas de todo el mundo que, al haber tenido que renunciar a su fe, le piden consejo para unirse al budismo. “Si encuentran la paz en mis creencias, bien, pero mi intención no es convertir a nadie. Lo que quiero es dar un mensaje de que no tienes que renunciar a lo que te hace feliz. Es el mundo el que tiene que cambiar, no tú”.
Una carrera ascendente
Son precisamente esas enseñanzas las que transmite en su libro, que surfea entre la biografía, la autoayuda y la filosofía. “Quiero que sientas que no hay nada malo en ti y, aunque creas que nadie te apoya y que la sociedad quiere corregirte, el libro puede ser tu apoyo”, resume Nishimura. Nacido y criado en una sociedad tan conservadora como la japonesa, donde el matrimonio homosexual sigue prohibido, este joven tardó en aceptar que no le sucedía nada malo. Y ahora quiere arrancar las inseguridades y malestares de cualquiera con quien se cruce. Ya sea con la palabra o con el rímel.
“De adolescente tenía una amiga que lo estaba pasando muy mal y decidí maquillarla para animarla. Pude oír a su corazón decir '¡Oh, soy bonita!'. Aunque el maquillaje se fue al día siguiente, la confianza permaneció”, recuerda Nishimura, mientras se retoca su propio 'eyeliner'. Su faceta de esteticista y de monje convergen en el objetivo de empoderar resaltando facultades y no defectos. “Tanto la espiritualidad como la moda saben amplificar las cosas buenas de la gente, ya sea en sus caras o en sus corazones”, asegura.
Le costó 15 años encontrar su lugar. Tuvo que viajar por todo el mundo y enfrentarse a sus miedos, pero lo consiguió. Ese lugar, por ahora, está en Londres, junto a su pareja. Con este cambio de escenario, Nishimura dejó atrás los templos, aunque sigue considerándose monje. Da seminarios, charlas TED, y lanza mensajes a través de las redes.
“Siento que, si estoy en un templo oficiando ceremonias, no llegaré a tanta gente. El budismo no se pensó para hacer funerales, sino para ayudar, y si puedo hacerlo mejor fuera del templo, así lo haré”, segura el joven, que tiene claro que va a “romper barreras”.
De momento, su carrera no deja de ascender. Se convirtió en uno de los maquilladores más solicitados de Japón, trabajando incluso en certámenes de Miss Universo. También fue reconocido como Next Generation Leader por la revista 'Time'. Se siente pletórico con un futuro que jamás habría imaginado de joven, cuando se sentía avergonzado por llevar sus pasiones escondidas debajo de la piel. Eso ya nunca volverá a ocurrir.
SV
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