El 13 de julio, en una mañana de verano excepcionalmente calurosa, los habitantes del distrito de Malistán (provincia de Ghazni, sur de Afganistán) se despertaron y descubrieron que el conflicto que llevaba semanas rodeándolos había terminado llegando a su pequeño pueblo. Los combatientes talibanes se acercaban.
Con 22 años y embarazada de siete meses, Fátima buscaba ese mediodía refugio de las balas que llovían sobre su casa en la aldea de Qol-e Adam, atrapada en un violento fuego cruzado entre fuerzas gubernamentales y milicias talibanes. Sobrevivir a la batalla no era su única preocupación. Su familia temía que si los talibanes se hacían con el pueblo, se la llevarían igual que se habían llevado a otras jóvenes en las partes del país que ya estaban bajo su control.
“Habíamos oído hablar de casos en que los talibanes mataban a los hombres jóvenes y abusaban sexualmente de las niñas y de las mujeres jóvenes de la familia”, dice Fátima. Ella y su familia tenían razones para el miedo. “Cuando los talibanes finalmente llegaron a nuestro pueblo, quisieron llevarse a una joven pero ella saltó desde el tejado de su casa y acabó con su vida”.
Los milicianos talibanes entraban en las casas y exigían a las mujeres que les hicieran la comida y les lavaran la ropa.
Fatima escapó tres días después de que los talibanes tomaran Malistán. “Caminé por las montañas con mi familia durante un día y una noche para llegar a la ciudad de Ghazni; desde allí pagamos a un conductor el triple del coste normal para que nos llevara a Kabul”, dice.
Solo los más ancianos se quedaron, dice, con la esperanza de proteger las propiedades. El resto de los habitantes del pueblo huyó: unas 50 o 60 familias.
El avance talibán en pueblos y ciudades de todo Afganistán han sembrado el terror entre las mujeres de todo el país. Ciudades como Kabul y Herat han recibido una oleada tras otra de familias desplazadas en busca de refugio. Muchas no tienen a dónde ir. Fátima y su familia se han unido a las decenas de miles de afganos desplazados que duermen en los parques y espacios públicos de Kabul. El número de recién llegados aumenta cada día.
Según una estimación reciente de la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC, por sus siglas en inglés), en los últimos meses casi un millón de afganos ha tenido que abandonar sus hogares en busca de refugio. El Ministerio de Refugiados y Repatriaciones de Afganistán calcula que casi el 70% de los desplazados está formado por mujeres y niños.
Igual que Fátima, Shukria Ghafoori huyó de las fuerzas talibanes. Ella terminó en Herat y viene de Kandahar, donde era el sostén de la familia desde que a su marido le diagnosticaran un asma grave. “No teníamos mucho pero por lo menos teníamos un techo; ahora toda mi vida está metida en estas pocas bolsas de ropa”, dice.
Cuando el conflicto llegó a las puertas de su ciudad, Ghafoori trajo ella sola a sus dos hijas y a su marido enfermo hasta la seguridad de Herat. Cuando hablamos, las fuerzas talibanes ya rodeaban Herat y Ghafoori y ella se preparaba para huir de nuevo. “Durante las últimas tres semanas, nos hemos quedado en la casa de una persona que vive en Herat, pero tarde o temprano nos echarán porque la situación aquí también es crítica; entonces dormiremos en una mezquita”, dice. (El pasado jueves los territorios de Herat y Ghafoori fueron tomados por los talibanes).
Desde principios de mayo, la brusca retirada de las tropas extranjeras en Afganistán ha permitido que los talibanes intensificaran su ofensiva militar, con las milicias islamistas asegurándose el control de más de 200 distritos.
El Ministerio de Refugiados y Repatriaciones confirmó que había testimonios sobre talibanes matando a varones civiles y obligando a casarse a mujeres y a niñas. Ni el Ministerio ni la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán han podido verificar estas denuncias o investigarlas.
Ziagul tiene 38 años y viene de Bamiyán. No necesita que una agencia gubernamental le diga que los talibanes emplean a las mujeres como “armas de guerra”. Tiene edad suficiente para recordar lo que ocurrió cuando atacaron su provincia en la década de los 90. “Ya entonces, cuando atacaron Bamiyán, violaron a las mujeres; ese miedo siempre ha estado en nuestra cabeza; por eso huimos, para evitar que se repita”, dice.
Ziagul y otras seis mujeres de Bamiyán escaparon hacia Kabul en plena noche. Dice que en los pueblos muchas familias están enviando a zona segura sólo a las mujeres y a las niñas.
Muchas creen que los talibanes se han vuelto aún más violentos y brutales de lo que ya lo eran en los años 90. Según el afgano Ali Amiri, sociólogo y profesor universitario, “gran parte de la reciente ola de desplazamientos en todo Afganistán ha sido causada por el miedo que los talibanes han sembrado sobre el trato que darán a los supervivientes”.
“Este miedo y los desplazamientos relacionados con él no existían en la década de los 90, porque entonces no habíamos visto el alcance de la violencia talibán. Se los veía como a un grupo desconocido de ideología extremista, y la violencia era mucho más sutil entonces”, explica. “Ahora sabemos quiénes son y su postura en temas como la educación, las mujeres que trabajan, los derechos humanos, y las cuestiones religiosas y étnicas de Afganistán está completamente clara. Eso ha hecho aumentar la sensación general de miedo”.
Muchas de las desplazadas terminan en campamentos o viviendo en las mezquitas de la ciudad, pero algunas han encontrado refugio en casas de desconocidos. Rahima, de 60 años, es una de las que han acogido a personas que huyen de la violencia, y muchas mujeres, sobre todo jóvenes, se quedan en su casa del oeste de Kabul. “Hace dos semanas que mi casa está llena de huéspedes; a mí me tocó vivir personalmente un desplazamiento, así que sé lo que significa buscar un lugar seguro”, dice.
Rahima tiene siete hijas y le aterra la cambiante situación de Afganistán. “Me preocupa el destino de mis propias hijas, no he experimentado la paz en mi vida y ahora me preocupa que mis hijas tampoco conozcan nunca la paz”, dice.
A mujeres como Fátima y Ghafoori se les nota en el rostro el agotamiento por vivir lejos de sus hogares y sus familias. “Estoy cansada de la guerra, de huir y de no sentirme nunca segura”, dice Ghafoori. “¿Cuánto tiempo tendremos que seguir huyendo?”
Traducción de Francisco de Zárate (elDiario.es)
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