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China enfrenta un año de incertidumbre entre protestas, crisis y COVID: “No está nada claro cómo acabará esto”

El presidente chino, Xi Jinping, durante una ceremonia en honor del ex presidente chino Jiang Zemin, en diciembre de 2022.

Helen Davidson

Taipéi (Taiwán) —
5 de enero de 2023 20:05 h

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Al comienzo de 2022, mientras gran parte del mundo se enfrentaba a la COVID-19 y a una inminente guerra en Ucrania, la vida en China era relativamente tranquila. La estrategia de “cero COVID” de Xi Jinping estaba funcionando y el número de contagios era bajo. Hubo restricciones y cierres, pero fueron ordenados y la gente cumplió con las ordenanzas. Es probable que esta estabilidad fuese exactamente lo que Xi esperaba que rodease el principio de su histórico tercer mandato, al timón de una China en ascenso. El dominio económico, el control interno, la anexión de Taiwán y el aumento de una influencia global formaban parte de su agenda.

Sin embargo, con la llegada de 2023, China se adentra en territorio desconocido.

Durante 2022, China ha sufrido importantes problemas económicos y de vivienda, la crisis del estrecho de Taiwán en agosto, las sanciones occidentales por las violaciones a los derechos humanos, las restricciones estadounidenses a su creciente industria de chips, y ha vivido una complicada amistad con Rusia. Semanas después de que Xi empezara su tercer mandato, estallaron protestas en todo el país, incluidos actos de disidencia de una valentía asombrosa que parecían anunciar un abrupto final para la política de “cero COVID”.

Se suponía que 2022 iba a ser un año de gloria política para el presidente chino, pero en su lugar “dio a Xi mucho más de lo que preocuparse que de lo que jactarse”, según Jerome Cohen, veterano experto en China. “Su país está sumido en la confusión y ha sufrido mucho daño a los ojos de las masas”.

En el XX Congreso del Partido Comunista Chino, celebrado en octubre, Xi se aseguró un tercer mandato de cinco años, convirtiéndose en el líder más poderoso de China desde Mao Zedong. Acabó con todo lo que sus predecesores habían establecido con el objetivo específico de evitar que el poder se centralizara en torno a un individuo. Consagró el “pensamiento Xi Jinping” como núcleo de la plataforma del partido y purgó a los miembros de una facción rival, que terminó con la extraña expulsión del salón del Congreso del líder de la facción, el expresidente Hu Jintao.

El poder político de Xi, ahora sin límites, ha causado temor respecto a qué decisiones el líder podría tomar mientras esté rodeado de personas que le dicen “sí” a todo.

“En mi opinión, que Xi se haya asegurado un tercer mandato es el hecho más importante del 2022 para China”, dice el profesor Steve Tsang, director del SOAS China Institute, un centro de estudios especializado con sede en Londres. “Puede que Xi crea que cuenta con un buen mapa (el ”pensamiento Xi Jinping“) para guiar a China hacia adelante, pero en realidad está llevando a China a un territorio desconocido”.

Maniobras en Taiwán

El más alarmante de los planes de Xi es anexionarse Taiwán, pero voces expertas en la zona no prevén ningún intento de tomar la isla en un futuro cercano. El año pasado se registró un aumento sin precedentes de la actividad militar china en las proximidades de esta democracia autogobernada. En agosto, el primer libro blanco de la era Xi sobre la cuestión de Taiwán reiteró la voluntad del Partido Comunista Chino de utilizar la fuerza para tomar la isla. Una visita a Taipéi de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, dio a Pekín motivos para demostrar su fuerza, aumentando el ya agresivo acoso militar a niveles récord.

EEUU es un actor clave en las relaciones entre ambos lados del estrecho y ha aumentado su apoyo a Taiwán con llamamientos a concederle el estatus de “aliado principal no perteneciente a la OTAN” y ventas multimillonarias de armas para su defensa. Según Ma Chun-Wei, de la Universidad Tamkang de Taiwán, China no puede contrarrestar realmente a Estados Unidos, por lo que dirige sus esfuerzos hacia Taiwán y sus 23,5 millones de habitantes.

Se espera un incremento en la guerra cognitiva y cibernética y los actos de coerción económica antes de las próximas elecciones presidenciales de Taiwán, a principios de 2024. “China intensificará sus acciones coercitivas contra Taiwán (...) mientras el Partido Demócrata Progresista [de tendencia independentista] esté en el poder, no hay duda”, dice Yun Sun, director del Programa sobre China del ‘think-tank’ Stimson Center, con sede en Washington.

El 26 de diciembre, Taiwán denunció que 71 aviones de la fuerza aérea china, incluidos aviones de combate y aviones no tripulados, habían entrado en la Zona de Identificación de Defensa Aérea de la isla en las 24 horas previas, en la mayor incursión registrada hasta la fecha.

Las maniobras del Partido Comunista chino en Taiwán han sido una de las principales razones de la caída en picado de las relaciones de Xi con Occidente. La persecución continua de disidentes en Hong Kong y los abusos en Xinjiang —que, de acuerdo con las declaraciones del jefe de derechos humanos de la ONU realizadas en agosto, podrían constituir crímenes de lesa humanidad— también han agudizado la división.

Enfrentamientos diplomáticos

Las relaciones se tensaron aún más con la invasión rusa a Ucrania, ocurrida pocas semanas después de que Xi y Vladímir Putin hubieran anunciado una amistad “sin límites”. Pekín se negó a condenar la invasión.

La invasión causó un dolor de cabeza a Xi, dejándolo en una situación difícil en el escenario mundial mientras dure la guerra. Ha tenido que equilibrar la alianza con Putin, el deseo de evitar verse atrapado en sanciones contra Rusia y la actual rivalidad entre China y Rusia por el poder blando —y las rutas comerciales— en Asia central.

Representantes estadounidenses dijeron en marzo que Putin había pedido apoyo armamentístico a China. Pekín no respondió a la petición, pero ha prestado ayuda de otras formas, como la aparente cooperación en campañas de propaganda y desinformación y la presión contra las sanciones occidentales. Funcionarios chinos han dado su aprobación explícita a la invasión, y los ejércitos de ambos países han realizado recientemente ejercicios militares conjuntos.

Por su parte, los enfrentamientos entre diplomáticos tampoco han ayudado a la relación de Xi con Occidente. En diciembre, Pekín envió de regreso a casa al cónsul general de China en Manchester (Inglaterra) y a otros cinco diplomáticos, librándolos así de que la policía británica los interrogase por su presunto papel en la paliza a un manifestante pro democracia de Hong Kong, ocurrida en octubre frente al consulado.

Pero las relaciones internacionales siguen siendo importantes para Xi. Tras firmar su tercer mandato, se lanzó a la carrera de las reuniones mundiales y habló con decenas de jefes de Estado, entre ellos Joe Biden. Cohen dice que Xi está intentando mejorar la imagen de su Gobierno “tras demasiadas medidas estridentes y provocadoras”.

Sanciones económicas

Los acercamientos de Xi pondrán a prueba a la comunidad internacional, que este año había adoptado una postura más dura respecto a los derechos humanos en China, dice Maya Wang, directora asociada de la división asiática de Human Rights Watch. “Me preocupa que, después de este tipo de acercamientos, muchos gobiernos, por ejemplo Alemania, suavicen su visión sobre China, haciendo que los derechos humanos pasen de un primer a un segundo plano, una vez más”.

De momento, las posturas de los gobiernos siguen siendo duras, y Estados Unidos sigue adelante con sus medidas, incluidas las sanciones a la industria china de semiconductores, a las que se espera que se sumen Japón y Holanda, lo que causaría problemas a los planes de Xi para volver a poner de pie la tambaleante economía china.

Tsang, de SOAS, dice que estas medidas “pueden impactar de forma más prolongada y extendida [que la COVID-19] en la economía de China en 2023”.

Las restricciones de la política de “cero COVID” y el derrumbe del sector inmobiliario castigaron la economía china este año. Para hacer frente al colapso inmobiliario, el Partido Comunista ha destinado 1,4 billones de yuanes (192.000 millones de euros) a reanudar los proyectos, lo que, en opinión de los analistas de Trivium, “permitirá a los promotores empezar a acelerar la construcción” e impulsar la economía china.

Sin embargo, el Gobierno tendrá que hacer frente a las consecuencias económicas de la política de “cero COVID” y a las oleadas de brotes que se producirán ahora que las medidas ya no están vigentes.

El fin del “cero COVID”

Una economía tambaleante podría provocar aún más frustraciones internas, las cuales alcanzaron su punto álgido en 2022 por el impacto de la estricta política de “cero COVID”, característica de Xi. Durante dos años, China aplicó una estrategia que permitió a la mayoría de la población llevar una vida prácticamente normal y mantuvo el número de muertes en valores mínimos, hasta la llegada de la altamente transmisible variante ómicron, que sobrepasó el alcance de estas medidas y sembró el caos económico y social.

A medida que la gente perdía la tolerancia con los cierres repentinos y mal gestionados, estallaron protestas esporádicas que se vieron aún más exacerbadas por una serie de tragedias mortales, como el choque de un autobús que se dirigía a un centro de cuarentena y el incendio de un edificio en Xinjiang, en el que se había activado el protocolo de confinamiento

Estas manifestaciones, que acabaron por convertirse en las más importantes en China desde 1989, tenían como objeto principal protestar contra las restricciones de la política “cero COVID”, pero también hubo quejas contra la censura y un sentimiento anti Xi.

Las protestas hicieron que algunos chinos se dieran cuenta del trato que el gobierno da a sus compatriotas disidentes y pertenecientes a minorías. “El fiasco de la pandemia ha aumentado la conciencia popular de la falta de respeto del Partido Comunista chino por las leyes y reglamentos que ha promulgado, a pesar de sus grandes esfuerzos por establecer un régimen de ‘Estado de derecho’”, dice Cohen.

Las autoridades lanzaron una rápida respuesta policial para acallar la disidencia, pero las protestas parecían haber surtido efecto: en menos de una semana, el sistema “cero COVID” que muchos creían que seguiría rigiendo durante muchos meses más, si no años, fue desmantelado abruptamente.

Sin más cierres, cuarentenas, restricciones de viaje ni pruebas masivas, los casos de COVID-19 se han disparado en toda China. Las estimaciones de muertes masivas llegan hasta un millón de personas fallecidas por el virus.

Incertidumbre

El 26 de diciembre, en sus primeras declaraciones sobre la COVID-19 desde el cambio en las medidas, Xi instó a los funcionarios a tomar medidas y dijo: “Debemos lanzar una campaña de salud patriótica de forma más específica... Fortalecer la línea de defensa comunitaria para la prevención y el control de epidemias y proteger de forma factible la vida, la seguridad y la salud de las personas”. 

Trivium dice que lo que ocurra a continuación con la COVID-19 y las medidas para hacerle frente será “la cuestión más importante” en materia política y económica para China y Xi en 2023: “No está nada claro cómo acabará esto”.

Este último año ha traído consigo mucho más para China de lo que Xi hubiera querido, o de lo que los analistas esperaban.

Tsang dice que, al final, los acontecimientos han sido en gran medida favorables a Xi, aunque las protestas hayan restado brillo a su liderazgo. “Consiguió en gran medida lo que quería, incluido no solo un tercer mandato como líder máximo, sino también un gobierno copado por sus partidarios”, dice Tsang. “No está tan claro que haya sido igual de bueno para China, ya que la acumulación de un poder casi dictatorial por parte de Xi le está costando caro al país”.

Chi Hui Lin participó en este texto.

Traducción de Julián Cnochaert.

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