Bestias humanas

Habrán visto hace unos días el corte de la discusión entre la actriz y bailarina Noelia Marzol y el abogado y periodista de sucesos policiales, Ricardo Canaletti. Fue a través de la mesa donde almorzaban o cenaban, en el comedor que Juana Viale y su familia tienen en Canal 13.
De pronto, la charla de río que se iba bifurcando en mil arroyos derivó en la muerte de Kim Gómez, la niña de 7 años que murió después de ser arrastrada colgando del cinturón de seguridad del auto que dos menores zombis le robaron a la madre de Kim en La Plata.
El hecho, de características diabólicas, fue recordado por Marzol para montar su apoyo a la idea de bajar la edad de imputabilidad en delitos graves. Y dijo, hablando de uno de los chicos que mató a Kim, que era una “bestia”. Canaletti le contestó que el chico no era una bestia. Pero Marzol insistió: “Sí, absolutamente sí. Es una persona totalmente inconsciente”, y se preguntó: “¿y si fuera mi hija?”.
Canaletti le dijo que no lo era, y pasó a despersonalizar el asunto, trasladándolo a un terreno de abstracción: “Hay gente que se pone a ver esto para tratar de solucionarlo y hay otras personas que se ponen a ver esto para ver cómo reaccionan frente al hecho. Por supuesto, ya sabemos cómo reaccionás vos. Lo querés matar”. Y Marzol siguió castigando con su mano de hierro con guante de seda: “Para mí ese ser ni se titula persona. La nena está muerta. La arrastraron quince cuadras y no vive más. Y el nene sigue viviendo” (en realidad dijo “guince guadras”). “Perfecto, ¿vos querés tener dos víctimas? Contra una expresión visceral no se puede hacer nada”, dijo Canaletti, ya con aros, pistones y junta de sus motores de polemista recalentados.
El caso es extraño por las confusiones propias que aparecen en la mayoría de las discusiones, y de las que ni siquiera se salvan las mejores argumentadas. Por subrayar lo primero que saltó a la vista: la inversión de los tantos en contra que se endilgaron Canaletti y Marzol. Porque es cierto que Marzol defendió su postura “visceral”, pero lo hizo con la entonación de la racionalidad. Al tiempo que Canaletti trató de un modo visceral que Marzol entrara en razones. Pasa seguido: se sostiene una idea investida formalmente de aquella otra que le lleva la contra. Por lo que la posición “paredón friendly” de Marzol pareció más civilizada que la de Canaletti, que fue racional e informada, pero la comunicó con vehemencia.
¿Cuántas veces por día se repiten, donde quiera que sea, discusiones de esta especie? En los bares, los hogares, los taxis y las oficinas se discute más o menos así, es decir generando efectos de simpatía y antipatía expendidos por las fábricas del malentendido. No hay argumento que no sea esclavo de su formalismo, por lo que casi ya no hay argumentos y abundan los formalismos. De manera que en la disputa Marzol Vs. Canaletti, quizás para los terceros (para Juana Viale también) haya “ganado” Marzol por haberle dado a su argumento duro un disfraz blando, cosa que no suele pasar al revés.
Pero por fuera de los efectismos, que determinan la eficacia en este tipo disputa publica que reduce todo a un aforismo que pegue (a una bala que entre), ¿cuál fue el punto del desacuerdo? Lo que se discutía era si el chico del que hablaban es una bestia o puede “titularse” persona.
Cuando Canaletti le dice a Marzol que los chicos que mataron a Kim Gómez no son bestias, tiene razón porque capta el sentido que le quiere dar su interlocutora a esa palabra, anulando lo que esos chicos tengan de sujetos de derecho. Pero también tiene razón Marzol al llamarlos bestias, aunque en un sentido que no es el que ella le da porque cabe mejor en la idea de la voluntad schopenahueriana, fuerza ciega de la naturaleza que impulsa la existencia.
Norman Mailer estaba “un poco” a favor de la pena de muerte porque veía en su impulso (o, más bien, en quienes la impulsaban), un vestigio del salvajismo propio del hombre anterior a la civilización, que es otro salvajismo. Justificaba ese cariño contenido por el fusilamiento diciendo que peor era matar con licencia en las guerras. Una idea que cuaja mejor en países guerreros como Estados Unidos, que en otros que no lo son.
En nombre de ese rescoldo de bestialidad que todavía calienta los cimientos de la civilización parece hablar Noelia Marzol. Y quizás lo haga inspirada en un fantasma de supervivencia muy íntimo. Por algo dice de Kim Gómez: “¿y si fuera mi hija?”. Es una de las dos preguntas que hay que hacerse. La otra, que no se hace, es: “¿y si mi hijo fuera el que la mató?”. En ese olvido está la diferencia de Marzol con Canaletti, que sí es capaz de hacerse las dos preguntas.
No se puede reprocharle a Marzol su necedad, por otra parte, muy representativa de los modos frívolos con que se discuten las cosas importantes en las pantallas. Kim Gómez pudo ser su hija, a la que mataron dos “bestias”, y listo. Eso es todo lo que siente, y todo lo que es capaz de identificar: lo que imagina el propio “afectado”. Un reflejo bestial que tampoco habría que reprocharle porque ¿quién no lo tiene?
Sí, tal vez, se rebajó a una suficiencia vulgar en el final de la disputa televisiva. Canaletti acababa de decirle que hablaba “tonterías”, y como ella no aceptó la palabra, él la invitó gentilmente a devolvérsela. Pero ella le dijo que no podía hacer eso por la educación que recibió. En alusión, suponemos, al Instituto Schiller de Villa del Parque, de donde egresó con medalla de oro, sin pronunciar nunca insultos gruesos como “tontería”, ni abordar el tema de lo bestia que somos los humanos.
JJB/MF
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