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ENSAYO GENERAL

Empatía

Escena de "Les Barbares ", el nuevo film de la actriz y directora Julie Delpy.

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Les Barbares, la nueva película de Julie Delpy (la Céline de la trilogía de Antes del amanecer) que se estrenó en Argentina en BAFICI, arranca con una premisa muy simpática: un pueblo francés se postula para recibir refugiados ucranianos, pero los ucranianos están en “alta demanda” en Europa, de modo que Joëlle, la maestra de escuela progresista detrás de todo este trámite (encarnada por la propia Delpy) organiza para que les envíen una familia de sirios. No estoy spoileando nada, todo esto se sabe en los primeros minutos de la película.

El corazón del film, entonces, no es tanto la decepción inicial de los franceses con la familia ni blanca ni europea que les toca recibir, sino las minucias de la dificultad de esa convivencia, para unos y para otros.

En una época en que la palabra empatía está en proceso de rehabilitación, después de los excesivos manoseos sufridos a manos tanto de sus detractores como de sus militantes, Delpy decide hacer una película que se trata exactamente sobre eso.

El caso que arma, además, está bien pensado: la familia siria que llega está compuesta por profesionales de clase media (un padre arquitecto, una hermana médica, un abuelo poeta), cuyas costumbres no colisionan particularmente con los del pueblo que los recibe. Nadie puede argumentar ningún “conflicto de valores” en esa familia perfectamente dispuesta a mandar a sus chicos a la escuela pública y a trabajar en los negocios locales en los términos que les ofrezcan. Sus vidas fueron, obviamente, surcadas por la tragedia, pero no piden que nadie les tenga lástima ni quieren presentarse como protagonistas de nada: de hecho, tantas ganas tienen de parecer “normales” que es Joëlle la que, luego de un par de incidentes entre los refugiados y algunos habitantes del pueblo, decide proponer que hagan una presentación de su historia para mostrarle al pueblo que no son intrusos ni aprovechados, sino gente que viene de una situación desesperada.

La escena en la que esta familia siria tiene que contar su persecución y huida con un powerpoint escolar es quizás mi favorita: es muy sutil, tiene muchos niveles. Los sirios se sienten claramente avergonzados de tener que hacer ese circo de la víctima; sobre todo, quizás, el padre de familia, que quiere ser respetado como arquitecto, como un profesional que puede sostener a su familia, y en cambio tiene que verse reducido a contar lo mal que la pasó para ver si mostrándose así, dañado y vulnerable, logra que dejen de destrozarle las cañerías, acusarlo de ladrón o dejarle pintadas en la casa.

Es algo humillante, entonces, la situación, pero hay que decir que Joëlle logra su cometido; vemos en la escena los rostros emocionados de la misma gente que, hasta hace un instante, miraba a los nuevos habitantes del pueblo con desconfianza. A veces la gente odia, es cierto, parece decir la misma película, pero a veces sencillamente necesita que le cuenten.

Es interesante, también, que la película ponga en el centro un gobierno local. Esta decisión le permite, por un lado, aventurarse hacia una estética y un humor cercanos a los de The Office o Parks and Recreation, reírse de los simulacros y el vacío de las pequeñas burocracias; pero sobre todo permite que las relaciones entre los refugiados y los ciudadanos que los reciben sean tanto institucionales como personales.

En París o en Londres una familia de refugiados es un número; el funcionario que los recibe no se los cruza en el almacén todos los días, como pasa en este pueblo. Pienso que hay algo de esta instancia, la de la pequeña alcaldía, que es muy productivo para pensar en la intimidad y lo político, y también en la relación entre la responsabilidad colectiva y la individual. Un pueblo tan pequeño no permite lavarse las manos, no permite pensar que da igual lo que yo haga como individuo, lo importante es lo que sea que hagan el Estado y el poder; y a la vez, la película tampoco es libertaria, en el sentido de pensar que lo único importante es la acción de los individuos. Les Barbares entiende el tándem necesario entre sociedad civil y Estado; entiende que nada se puede hacer sin papeles y ciudadanías, sin recursos económicos y políticos para solventar la vida de los refugiados, pero que eso no hace que dé igual si a nivel individual los ciudadanos no colaboran.

En el sentido de esto último, Les Barbares es una película algo ingenua. Lo digo, quizás, como un halago. Me resultó esperanzadora la idea de que la esfera de lo individual y la de lo político pudieran remar para el mismo lado; quizás, de nuevo, el contexto de un gobierno local de un pueblo pequeño en el que quienes toman las decisiones se conocen por nombre con quienes sufren sus consecuencias es un contexto demasiado específico. Quizás es, en esa situación, en que la empatía puede desplegar todo su potencial político; puede que justamente el desafío, o la desventaja, sea hacer que las personas empaticen con gente que muchas veces no conocen, que por las vidas segregadas que llevamos hoy sobre todo en las grandes ciudades jamán van a llegar a conocer. Puede que haya sido eso lo que hizo que el concepto de empatía perdiera su poder, el intento de hacerlo funcionar más allá de los límites de un pueblo o un barrio pequeño; quizás es eso lo que hizo que la gente se cansara de la globalización, lo que llevó a tantos politicos y ciudadanos hoy a volver a relatos “antiglobalistas”.

Y tal vez por eso mismo lo que es esperanzador de la película es también devastador: la sensación de que esa empatía política que se ve bella y posible en el pueblito francés que se inventa Julie Delpy es inalcanzable en el mundo globalizado en el que vivimos todos los días.

TT/MF

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