Ser madre en Kiev con una bebé prematura en medio del bombardeo
Cuando suena la sirena por ataque aéreo, Natalya Tyshchuk se siente relativamente afortunada. Solo tiene que bajar al sótano que funciona como refugio antibombas en el hospital infantil Okhmatdyt, en el centro de Kiev, con su hija prematura Mia. La bebé nació en diciembre durante el sexto mes de embarazo, pero ya no tiene que estar en incubadora.
Junto a Natalya y a Mia bajan por las escaleras las enfermeras y las familias de los bebés prematuros en cuidados intensivos. A ellos hay que llevarlos rápido bajo tierra junto a sus máquinas de soporte vital, sus tanques de oxígeno y todos los tubos y cables que controlan sus frágiles vidas.
Natalya se alegra de que su primogénita no vaya a recordar estos días traumáticos. “Está estresada, por supuesto, pero me alegro de que sea tan joven como para no recordar esto”, dice durante una entrevista telefónica desde el refugio. “Vivir esto es duro, es algo inesperado y muy difícil de entender”.
La invasión comenzó hace menos de una semana pero ya trajo muerte y trauma a los niños de toda Ucrania. Aunque se detuviera mañana, toda una generación llevará ya las cicatrices de la destrucción y el terror de haber visto su mundo hecho pedazos.
Al menos 14 niños murieron ya en los combates. La primera en ser identificada fue Polina, una niña de cuarto de primaria de Kiev. En la foto compartida en Internet se muestra a una niña delgada y sonriente con mechones de color rosa en el pelo. En una publicación de Facebook, el teniente de alcalde de Kiev, Volodímir Bondarenko, dice que unos “saboteadores rusos” en la ciudad dispararon contra el coche de su familia. El hermano de Polina fue trasladado para recibir tratamiento médico en Okhmatdyt y la hermana está en cuidados intensivos en otro hospital.
Según Amnistía Internacional, otro niño murió víctima de municiones de racimo, junto a dos civiles adultos, mientras el grupo se refugiaba en una guardería de la ciudad septentrional de Okhtyrka. Prohibidas por el derecho internacional, las municiones parecían haber sido disparadas por los rusos. “Ya ven, todo el mundo está cubierto de sangre, todo está cubierto de sangre, miren”, dijo un testigo. “Me destroza saber que es una guardería. ¿Contra qué disparan? ¿Contra objetivos militares? ¿Dónde están?”.
La explosión hizo temer que el ejército ruso traslade a Ucrania algunas de las brutales tácticas que usó en Siria, donde bombardeó de forma temeraria objetivos civiles como escuelas y hospitales.
“Revuelve el estómago ver un ataque indiscriminado contra una guardería y un jardín de infancia donde los civiles buscan refugio seguro; esto debería ser investigado como crimen de guerra, así de sencillo”, dijo la secretaria general de Amnistía Internacional, Agnès Callamard. “No hay justificación posible para arrojar munición de racimo sobre zonas pobladas y menos aún cerca de una escuela; esto demuestra un flagrante desprecio por la vida de los civiles”.
Nacer en un búnker
Cientos de miles de niños dejaron de ir al colegio por los combates y es posible que algunos de ellos ya no tengan profesores o aulas cuando finalmente terminen las hostilidades. El viernes murieron dos profesores por un misil que alcanzó un colegio en el este de Górlovka y ya fueron bombardeados un mínimo de siete edificios educativos, incluido el de la guardería y jardín preescolar de Okhtyrka, según informó la ONG por los derechos de la infancia Save the Children. “Las escuelas no pueden convertirse en el campo de batalla donde se libran las guerras con los estudiantes como víctimas”, dijo Irina Saghoyan, directora en Europa oriental de Save the Children.
Incluso los más jóvenes ucranianos se vieron afectados por la violencia. Varios de ellos nacieron esta semana en refugios antiaéreos mientras los misiles se estrellaban en la ciudad sobre sus cabezas. El ministro de Sanidad, Viktor Liashko, compartió fotos de dos recién nacidos a los que llamó “el rostro de la guerra”. “Ellos nunca olvidarán y nosotros nunca perdonaremos”, escribió.
Atrapadas
En el sótano del hospital de Okhmatdyt, donde está Natalya con su hija Mia, hay un búnker diseñado por ingenieros soviéticos durante la guerra fría de los años setenta, para que los niños pudieran seguir tratándose durante una posible batalla. En ese búnker hay ahora, hacinados y al cuidado de una sola persona, decenas de niños en tratamiento por partos prematuros, cáncer u otras enfermedades graves.
Las paredes tienen el grosor suficiente como para mantener fuera la guerra, aunque el refugio es extremadamente básico, sin camas para adultos, ni sillas o mesas, dice Natalya. “Las condiciones son muy mínimas, pero aquí hay una sensación de seguridad, estoy sentada en el suelo pero no hay ventanas, las paredes son gruesas y no oímos ninguna de las explosiones, salvo las muy fuertes”, dice. “Como nadie esperaba la guerra, nadie hizo preparativos aquí, por eso solo tenemos lo que tenemos, medicinas, camas para los niños, todo lo imprescindible”.
El trauma de ver a Mia luchar por su vida en la unidad de neonatología parecía estar llegando a su fin la semana pasada y los médicos le habían dicho a Natalya que estaba casi lista para recibir el alta. Pero entonces Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania y ella y su hija quedaron atrapadas en el corazón de la capital, el principal objetivo de la misión militar rusa.
En pocos días, Natalya adquirió una extraña familiaridad con el sonido de la destrucción. El sábado por la tarde estaba dando de comer a Mia cuando oyó un silbido fuera. “Era un sonido muy extraño, así que decidí esconderme debajo de la ventana con la espalda pegada a la pared”, dice. Momentos después sonaron las sirenas antiaéreas y volvió a bajar las escaleras.
Pese a la poca comodidad del sótano, prefiere quedarse ahí y tratar de dormir en lugar de pasarse la noche subiendo y bajando escaleras. El protocolo por el Covid-19 sigue impidiendo a su marido acudir al hospital, por lo que debe afrontar el bombardeo sola con su diminuta hija. Aunque, debido a la invasión, es posible que ella y su marido se vuelvan a ver antes de lo que esperaba.
“Eso es lo más duro para mí, tener que hacerlo sola”, dice. “Espero que me den el alta el martes, no por las condiciones de salud de mi hija, sino por la guerra”.
Traducción por Francisco de Zárate
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