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OPINIÓN

Qué significa el discurso de Putin y su “esto no es ostentación”

Lidia, una refugiada de Mariupol de 75 años, bebe té mientras escucha el mensaje televisado del presidente Vladímir Putin este miércoles.
22 de septiembre de 2022 10:00 h

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En su discurso de este miércoles, el presidente Vladímir Putin anunció una movilización parcial y advirtió de posibles represalias de Rusia por las acciones de Occidente. Pero antes que renovar los temores por un temerario chantaje nuclear, sus palabras deberían considerarse más tranquilizadoras que preocupantes.

La buena noticia es que las medidas de emergencia anunciadas son el reconocimiento por parte de Putin de que está perdiendo su guerra de expansión imperial. La noticia menos buena es que su percepción de la realidad es aún peor de lo que sospechábamos, si es cierto que se cree aunque sea una mínima parte de las mentiras y fantasías que soltó durante el discurso.

Rusia dice que planea movilizar a otros 300.000 soldados, lo que hace dudar de que Putin sea plenamente consciente de las dificultades que está teniendo ahora mismo su ejército para entrenar a los refuerzos, mucho más reducidos, que recibió hasta ahora. 

Combinadas con las leyes que aprobó el Parlamento de Rusia para imponer duras penas de cárcel a los que eludan el servicio militar, las nuevas medidas recuerdan al juego de las sillas: los prisioneros que estén en la cárcel por negarse a participar en la guerra pueden ser reclutados para ir a luchar con la promesa de que así les anularán la condena.

De hecho, casi ninguno de los contradictorios argumentos de Putin resisten el mínimo pensamiento crítico: estamos ganando en Ucrania, pero las fuerzas de Occidente alineadas contra nosotros son tan poderosas que ahora tenemos que buscar más recursos para seguir luchando; nuestros regímenes títeres en Ucrania tienen que organizar referéndums para unirse a nosotros, pero nosotros ya sabemos que todos quieren unirse; estamos protegiendo la soberanía y la integridad territorial de la propia Rusia, pero para ello tenemos que anexionar parte de otro país; nuestro objetivo de guerra nunca fue más allá de “liberar” el Donbás, pero para conseguirlo tomamos tanto territorio de Ucrania que nuestra línea del frente mide 1.000 kilómetros.

Pocos cambios en la retórica

Para analistas que llevan mucho tiempo estudiando a Rusia, lo más sorprendente del discurso de Putin fue lo poco que cambiaron sus afirmaciones sobre Ucrania y sobre el mundo desde que pronunció su último gran discurso en febrero, al comienzo de la invasión. El mito central de que Occidente quiere destruir a Rusia lo adornó ahora con la idea de que su país está bajo la amenaza de armas occidentales de destrucción masiva. Pero, aparte de eso, podría parecer que el encuentro con la realidad experimentado por los militares rusos durante los últimos seis meses no tuvo ningún efecto en la perspectiva de Putin.

En su discurso, el presidente ruso se dirigía principalmente a un público nacional, uno que está predispuesto a aceptar, o al menos tolerar, la versión del mundo que él les presenta. Pero también incluía las consabidas amenazas nucleares a medias, diseñadas para proporcionar una excusa a los líderes occidentales que puedan estar buscando maneras de reducir el apoyo a Ucrania.

Pero incluso en esa parte hubo un toque de desesperación. “No es un farol”, dijo Putin, reconociendo así que todas sus amenazas previas contra Occidente habían resultado ser huecas, las nucleares y las no nucleares, con las sucesivas “líneas rojas” de Rusia evaporándose frente a la determinación de Occidente.

El discurso es un nuevo reconocimiento de que Rusia fue incapaz de ganar en el campo de batalla y de que para derrotar a Ucrania antes tiene que ganar en otra parte. Putin confía en que la victoria llegará socavando el apoyo internacional que recibe Ucrania. Es un desafío a Occidente y una jugada para el grupo de los temerosos entre los líderes occidentales (sobre todo para los que interpretan las intenciones nucleares de Rusia a través de la propaganda de Moscú, y no a través de su doctrina), que define un conjunto mucho más limitado de circunstancias en las que las armas nucleares pueden ser utilizadas, o incluso útiles.

Los referéndums planificados a toda prisa en los territorios ocupados son otra señal de que Rusia está buscando formas de convencer a los simpatizantes de Ucrania para que no ayuden a liberar a sus habitantes. Decir que los territorios ocupados de Ucrania son parte de Rusia serviría a Moscú como un pretexto para denunciar como un ataque contra Rusia cualquier intento ucraniano de liberar a sus ciudadanos de la salvaje ocupación.

Por supuesto, el resultado de los referéndums no está en duda. Las cifras “correctas” se garantizarán añadiendo votos a distancia desde la propia Rusia y es muy probable que, del mismo modo que ocurrió durante el plebiscito de Crimea en 2014, en las opciones presentadas en la papeleta no haya en verdad ninguna elección posible.

Miedo y pérdida de apoyos

La reacción en la propia Rusia fue de miedo, y con razón. Ahora que las implicaciones de una movilización mayor se empiezan a sentir, la caída en el mercado de valores se vio acompañada por un aumento en el precio de los billetes de avión y de las búsquedas en Internet sobre formas de salir de Rusia.

Además, es probable que el discurso de Putin erosione aún más el apoyo de otros países a Rusia. En la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái de la semana pasada hubo reproches implícitos y explícitos contra Putin debido a la guerra. Incluso el presidente turco Erdoğan le ha dicho a Putin que los territorios ocupados deben ser devueltos a Ucrania. Un proceso que se acelerará a medida que más países comiencen a reconocer el sueño febril del líder ruso en su fracasada cruzada para restaurar el imperio.

La respuesta de Occidente está clara: mantener la presión apoyando a Ucrania para que Rusia siga perdiendo sin quitar la vista de la verdadera postura nuclear de Moscú, que no es la que se anuncia en televisión.

Keir Giles trabaja en el programa Rusia y Eurasia del centro de estudios Chatham House. Es autor del libro 'Russia’s War on Everybody' [La guerra de Rusia contra todos]

Traducción de Francisco de Zárate

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