La victoria espectacular de la ultraderecha esconde el triunfo abrumador de la derecha
Nada empaña la alegría del público de derecha por la progresión aritmética del partido extremista de Marine Le Pen en las elecciones europeas y francesas. Es una de las mayores fuerzas políticas de la Unión Europea (UE) desde las parlamentarias de tres semanas atrás. Y desde el domingo es la primera fuerza política de Francia. Ganadas 38 de las 577 bancas de la Asamblea Nacional, con una participación electoral récord en la posguerra (66,5%), y con dos veces y media más puntos porcentuales que en 2022 (33,15%), Agrupación Nacional (RN) quedó a las puertas de formar gobierno. Sin por quedar por ello tanto más cerca del poder. Hacen falta 289 bancas para gobernar la República.
Un avance furioso y un vencedor discreto
El progreso notorio pero relativo del extremismo derechista escamotea el triunfo discreto y absoluto de la derecha. Un hecho espectacular vela otro aún más espectacular. En la primera vuelta de las elecciones legislativas francesas del domingo, casi el 70% de los votos fue para candidaturas derechistas.
Es seguro que en Francia no gobernará la ex–mayoría de la derecha presidencial de Emmanuel Macron: el oficialismo de Juntos por la República (RE) quedó en tercer lugar con el 21,27% de los votos. Es poco seguro que gobierne la extrema derecha de Marine Le Pen que quedó en primer lugar en la primera vuelta de las legislativas con el 33,15 por ciento de los votos. Debajo del 37% que le auguraron varios sondeos de intención de voto pero claramente por delante del segundo puesto que ganó el Nuevo Frente Popular (NFP). Esta coalición electoral agrupa las candidaturas de la atomizada izquierda. Bajo su marquesina anti-RN se presentan desde el Partido Socialista (PS), que llevó como uno de sus candidatos a diputado a François Hollande (el ex presidente en cuyo gabinete trabajó Macron disputará su banca en la segunda vuelta) hasta la extrema izquierda ex trotskista de La Francia Insumisa (LFI) liderada por Jean-Luc Mélanchon.
Hay consenso en admitir que los temas y problemas de la elección francesa son de aquellos sobre los cuales los electorados occidentales atribuyen decisiva competencia diferencial a la derecha. En esta década, las elecciones en la UE son sobre la economía cotidiana y la seguridad interiores.
Migrantes coloniales e (in)tolerancias imperiales
En Europa en general y en Francia (con un millón de musulmanes) en especial, el debate público asocia el combate del delito al control de la migración. En las cuestiones de la lucha contra el crimen (narcotráfico, robos, violencia, vandalismo, territorios sin ley pero con peaje, destrucción de la propiedad pública) y del cumplimiento de la legislación migratoria, todas las derechas acuerdan en cuál es la doctrina más francesa y cuáles son la reglamentación más eficaz y la represión más necesaria. En 2017 y 2002 llegaron a segunda vuelta en las elecciones presidenciales los dos mismos rivales, Emmanuel Macron y Marine Le Pen. Compitieron en promesas sobre quién sería más inflexible con la migración ilegal. Marine fue vencida en los dos balotajes consecutivos. Las leyes sobre migrantes, que eran severas, fueron sustituidas por otras nuevas aún más duras en el segundo mandato de Macron. La derecha extrema de RN gobierna en algunas municipalidades francesas. La prensa suele enfatizar que la represión de los sin papeles es más brutal allí donde las alcaldías son ultraderechistas; casi en todos los casos, investigaciones periodísticas alternativas señalan que en municipios que responden a la derecha no es menos brutal la policía.
En unas y otras ciudades, de menos de un millón de habitantes, la población se declara satisfecha con el comportamiento de las fuerzas de seguridad. En esta década, aproximadamente un 30% de la ciudadanía francesa estima que un gobierno de RN (el ex Frente Nacional) podría involucrar riesgos para la democracia. Aproximadamente también, el mismo porcentaje que el domingo 30 de junio no votó por alguna versión de la derecha.
Para esta elección, la ultraderecha propone endurecer la regularización de la inmigración clandestina fijándole requisitos más exigentes, como cinco años de trabajo; propone condicionar o cancelar el derecho del suelo (jus solis) como método de obtención automática antes que ‘cultural’ de la nacionalidad francesa. La derecha macronista, en cambio, propone conservar los criterios de regularización vigentes desde 2012, ser tanto o más intransigentes de lo que dice que será la ultraderecha en la persecución de la trata y el contrabando de personas. Pero también propone aumentar la migración dirigida de mano de obra y de profesionales que Francia necesita para su economía.
Derechas unidas por el endurecimiento de la represión, separadas por el manejo de la libertad
Si las derechas oficialista y opositora se separan por la economía acerca de qué hacer en el porvenir con la inmigración en su competencia por quién tiene la mano más dura, se debe a que en la economía es el diverciio de las aguas entre Le Pen y Macron. El tema primordial de esta elección es lo que en francés se llama ‘el poder de compra’, el poder adquisitivo: bajo, sigue bajando. El problema es la inflación, no el empleo. La carestía de la vida diaria: la canasta familiar, el transporte, la educación.
Macron es neoliberal pero no neoconservador, Marine Le Pen es conservadora o ‘populista’ porque sus propuestas no lucen diferentes a una restauración del Estado de Bienestar. Una y otra derecha reconocen la penuria de recursos que revela el Presupuesto, pero una y otra toman dos caminos en dos direcciones perfectamente contrarias.
La derecha oficialista quiere menos Estado (francés), más globalización, más Europa, más privatizaciones de las empresas públicas (aunque de esto no hable), privatización y reforma del sistema previsional, más libre comercio, más competitividad, más puertos.
La extrema derecha opositora quiere más proteccionismo, más ‘compre Francés’, más nacionalismo, más soberanismo, poca Europa –incluso, menos que ahora, y si fuera posible, recuperar facultades y autoridades que París comparte o que delegó a Bruselas-, más vivir con lo nuestro, más aranceles a las importaciones -en especial a las chinas-, menos puertos, defensa férrea del sistema previsional estatal de reparto para las jubilaciones y pensiones, defensa de los derechos del trabajo y del subsidio del desempleo. En esta concepción económica ultranacionalista, el programa de endurecimiento del control de la migración (que ilegalizaría situaciones hoy legales o toleradas) y el discurso xenófobo y racista (sin embargo contenido hasta la inexistencia en el discurso de la dirigencia) encuentran un lugar casi natural.
Todas las personas felices votan a la derecha (o la izquierda), cada persona desdichada vota por la ultraderecha
Más acá de cualquier beneficio que la política económica del macronismo pueda brindar a Francia en su conjunto, sus primeros, inmediatos, y mayores privilegiados son precisamente los votantes del Presidente: los graduados universitarios, los profesionales calificados y los grandes funcionarios, los de cultura más metropolitanta, políglota (nunca menos que anglófona), cosmopolita, dispuesta a cambiar de residencia a condición de que sea a ciudades con todos los servicios de la vida moderna.
El electorado del lepenismo es básicamente el de todas las personas sin diploma, sin educación media completa, sin estudios formales, sin viajes, sin empleo estable, sin profesión u oficio calificados, de trabajos precarios, crónicamente sin empleo: por todo ello, los sectores de ingresos menores, a los que la inflación a su vez reduce en su valor. Los sectores que más sufren diversos recortes cada vez menos infrecuentes y menos provisorios de los servicios del Estado, en la educación, la salud, la vivienda, el transporte, el combustible, el mantenimiento de las infraestructuras urbanas.
La variable socio-profesional es la divisoria determinante entre las dos derechas. Pero también entre la ultraderecha y la izquierda: el voto por la izquierda es diplomado y ya ni obrero ni ‘liberal’: los excluidos del consumo no votan por el Nuevo Frente Popular.
Algunas investigaciones llegan a una regla predictiva: cuanto más feliz es una persona, tantas más posibilidades de que vote por un liberalismo que se querría radical. Por Juntos por la República, la ex mayoría macronista. Cuanto más desdichada, mayor probabilidad de que vote por un estatismo desesperado por ser más benefactor. Por Agrupación Nacional, el ex Frente Nacional fundado por Jean-Marie Le Pen, cuya dirección tomó su hija Marine hoy jefa del bloque partidario en la Asamblea –que expulsó a su padre del partido por su antisemitismo-, y desde 2021 presidido por el diputado europeo Jordan Bardella.
Todos los ojos en todos los ángulos de una segunda vuelta triangular
Como su nombre lo delata, el ballotage es una invención francesa. En Francia hay balotaje aun en las elecciones de la Asamblea Nacional, el equivalente de la Cámara de Representantes de EEUU o la Cámara de Diputados en la Argentina. En el régimen semi-presidencialista del Estado francés, 298 bancas de las 577 de la Asamblea Nacional deciden la Jefatura de Gobierno. RN no las tiene. De momento cuenta con 38 bancas (entre ellas la de Marine) más 1 aliada.
El Poder Legislativo francés es bicameral, pero aquí termina la analogía institucional de esta república unitaria con las repúblicas federales. Las 348 bancas del Senado no son de elección popular directa, sus ocupantes duran seis años en el cargo y sus funciones son de contralor; desde 1958, cuando entró en vigor la actual organización constitucional del Estado, la mayoría senatorial es de derecha.
Son 577 las bancas de la cámara baja; sus ocupantes se eligen en 577 circunscripciones electorales. La segunda vuelta del 7 de julio decidirá las bancas en los centenares de circunscripciones donde el 30 de junio ninguna candidatura ganó la mayoría absoluta. En Francia el balotaje es pluralista. No compiten sólo dos rivales, sino todas las candidaturas que en primera vuelta hayan obtenido al menos el 12,5% de los votos. La asistencia electoral récord del 30 de junio contribuyó a que sean más circunscripciones las que tengan que dirimir su banca en balotaje: a más votos, más fragmentación de las diferencias.
Cuanto más fáciles los votos, más difíciles las alianzas
Ya empiezan las negociaciones. Para que quienes quedaron en tercer lugar bajen sus candidaturas y el balotaje no sea triangular. Para que queden dos rivales y todos los votos sean ‘útiles’.
El resultado de las legislativas muestra una Francia, como la Galia que encontró Julio César, dividida en tres. Dos extremismos de derecha (Macron llama a su espacio ‘ultra centrista’) y uno de izquierda (la socialdemocracia del PS es una fuerza más, y no la más importante, en este espacio). No es una imagen sorprendente: refleja la de la última Legislatura, que el Presidente disolvió para convocar estas elecciones anticipadas. Donde tres fuerzas discutían sin ponerse de acuerdo en nada. O donde los acuerdos eran cruzados: sobre migración, coincidían las dos derechas, pero sobre el sistema previsional y la legislación laboral podían coincidir, haciendo saber que no era con el mismo sentimiento, extrema derecha y extrema izquierda. Esto permite entrever otro escenario más, para el horizonte más allá del domingo. Semejante al que Bélgica ha conocido crónicamente a lo largo de la última década. El horizonte de un país sin gobierno, de gobiernos en minoría que gestionan, con mayorías insuficientes para gobernar. Meses, años, un futuro abierto a gobiernos que no gobiernan, por la oposición entre espacios cuyas ideologías irreconciliables les vedan coincidir con sus adversarios en la política.
RN ganó la primera mayoría. La dos mayores minorías son una coalición de gobierno de derecha y una coalición electoral de izquierda. Ocupadas las bancas, formada la nueva Legislatura en la Asamblea Naciional, es verosímil que estos bloques se dividan en tantos bloques como componentes forman las coaliciones. La extrema aderecha no se dividirá, pero no le alcanzará. Como otras derechas ultra, RN sabe (o aprende) que el orgulloso aislamiento le gana votos y le pierde alianzas al extremismo.
AGB
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