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PANORAMA POLÍTICO
Alberto solista, Cristina testimonial y Massa con la botonera: el Frente de Todos encontró un orden para pensar 2023

Alberto Fernández se dirige al público tras la derrota del Frente de Todos en 2021
15 de enero de 2023 00:02 h

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Un cambio en la percepción sobre la inexorabilidad del destino electoral del 2023 recorre ambos terrenos de la polarización argentina. El giro, transmitido con cautela y multitud de condicionantes, tiene más que ver con la intuición del baqueano que presta atención a alguna brisa a destiempo y un vuelo inesperado de un ave antes que un análisis de meteorólogos profesionales. Una novedad en la lectura, más que en la realidad.

La hipótesis de un dominó que termine en victoria electoral de una versión del peronismo fue retomada en voces de un oficialismo en el que cundió un derrotismo generalizado durante largos meses y en miradas opositoras que se habían encontrado con un escenario favorable mucho antes de lo pensado, tras el final traumático del Primer Tiempo de Mauricio Macri. La confianza sigue imperando en el campo larretista, pero hay otras variantes de Juntos por el Cambio (JxC) que se dejan albergar por epifanías catastrofistas, “porque este país no aprende más”.

No hay nada demasiado nuevo bajo el sol del verano: el PBI de Argentina creció en el bienio pasado como pocos en el mundo, el desempleo baja, hay segmentos del consumo que superan con creces los niveles prepandemia, pero la caída del poder adquisitivo de los salarios sentenciada durante los años de Macri se agravó con la pandemia, la inflación anual de 95% lastra la vida de los hogares y las inconsistencias macroeconómicas dejan a la proyección optimista prendida de alfileres. En los meses por venir, bastante menos que un virus global o una guerra en Ucrania podría dejar al Gobierno y a las versiones del peronismo fuera de pista.

En los meses por venir, bastante menos que un virus global o una guerra en Ucrania podría dejar al Gobierno y a las versiones del peronismo fuera de pista

La recuperación asimétrica después de la pandemia está siendo un lugar común en la Europa desarrollada y en la América Latina subdesarrollada, pero Argentina sumó sus particularidades: la herencia de deuda monumental e inflación duplicada de Macri, y la notoria falencia política de ambos Fernández, en especial de quien se autopercibe dueña de los votos, para conducir el Gobierno.

El tiempo ordena

El paso del tiempo ayudó a encontrar certezas. Una de ellas es que la ruptura entre Cristina Fernández de Kirchner y Alberto Fernández no tiene retorno. Gravoso para el frente electoral, pero menos disfuncional y paralizante que el limbo en el que la vicepresidenta y La Cámpora estaban a cargo de resortes clave de la política económica, como Energía. En ese punto, Sergio Massa negoció fuerte cuando asumió en el Ministerio de Economía: encuadró o reemplazó.

Alberto arma un relato con su firma en el cuarto año de mandato. El pulido mensaje del Presidente difundido en redes esta semana le permitió sentar un contrapunto con el desprecio de Macri a “la sociedad más fracasada del mundo”, enlazó exageradamente a su predecesor con Jair Bolsonaro, narró la mitad del vaso lleno, pero, sobre todo, prescindió de su vicepresidenta. El recuento y balance del mandatario incluyó una efímera imagen de Cristina, de espaldas, y ninguna de Néstor Kirchner, algo impensado poco tiempo atrás. De paso, la secuencia fue generosa con Lula da Silva y Estela de Carlotto, personalidades que se suelen desmarcar del frenesí despectivo hacia Alberto que emana el cristinismo. Una forma de fastidiar a quienes pasan lista y cuentan las costillas.  

Es cierto que el relato del Presidente tiene un portavoz excluyente: él mismo. Casi nadie pide la pelota en el Ejecutivo. Gabriela Cerruti (faltaba más), Victoria Tolosa Paz y, a veces, Gabriel Katopodis juegan el partido, cada uno con su partitura. Hay motivos que explican el juego solista de Alberto que merecen ser enumerados con la letanía de El Chiringuito de la TV española. ¡Guzmán, fuera! ¡Kulfas, fuera! El flamante jefe de Asesores, Antonio Aracre, se propuso empezar el año asomando la cabeza en redes y entrevistas, y ya le aplicaron un correctivo. ¡Ganó el vértigo, Presidente!

El curso del tiempo y de los hechos ayudó a despejar otra grave distorsión del experimento del Frente de Todos. El enojo de Cristina alejó la temeridad de la impresión de dinero ilimitada para financiar subsidios energéticos y aumentos salariales. De alguna manera, el cristinismo neutralizó su propio riesgo al darse un lugar de difusión de documentos y tuits nostálgicos sobre los gobiernos de los Kirchner, mientras colabora con el ajuste de Massa, sin ahorrarse sobreactuaciones.

Los desplantes a Alberto y el tiro al blanco contra Martín Guzmán proferido en entrevistas cordiales van menos acompañados que antes del dispendio programático del gasto público. Con todo el costo que tuvo, la neutralización funcional de la principal capitalista electoral del Frente de Todos fue, llegado un punto, ordenadora.

El cristinismo neutralizó su propio riesgo al darse un lugar de difusión de documentos y tuits nostálgicos sobre los gobiernos de los Kirchner, mientras colabora con el ajuste de Massa

Cristina elogia poco a sus pares. Su acritud tiene motivos: desde su rebeldía contra el menemismo en los noventa, la política fue agria con ella. Algunos de quienes se subieron al tren de la victoria en 2019 habían coqueteado con la mesa judicial del macrismo y las tropelías de los jueces de Comodoro Py. Sería injusto definir a la abogada de La Plata como rencorosa. Otra cosa es notar que sus prácticas, su reparto de tarjetas rojas e indultos arbitrarios, su celo obsesivo por el papel en la Historia y, encima de todo, su fallido liderazgo del Frente de Todos, redujeron al mínimo la posibilidad de articular para las próximas elecciones. Manda en algunas geografías porque unos cuantos piensan que sin el nombre de Cristina en los afiches dejan de ser concejales, intendentes o gobernadores. Es mucho; es poco.

Esta semana, la vicepresidenta se permitió un elogio. Tras el intento de golpe en Brasil, se hizo espacio para alabar en redes al “imperdible análisis de la inoculación del odio, el rol de los medios y su consecuencia inevitable: la violencia política”. Adjuntó un documento del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires. La vicepresidenta no se molestó en recordar que ese sello es presidido, al cabo de un proceso poco elegante, por Máximo Kirchner. En la relación madre-hijo se define la estrategia de uno de los sectores políticos centrales de la democracia.

Si no quiere, no le creen

Con Alberto componiendo un relato y Cristina en fase testimonial, Massa administra los recursos públicos. Probablemente la opinión familiar lleve al ministro de Economía a no pelear por la Presidencia, como sugirió. Nadie —cercano o lejano, aliado o enemigo— le cree. El empeño metódico por no distraerse en público en conflictos internos y externos con el fin de llegar al otoño con una inflación en la mitad de la existente cuando asumió el cargo, sin que ello se transforme en una crisis social, tiene una lectura generalizada de que utilizará ese hipotético activo como una pista para la candidatura presidencial.

El plan de Massa no concibe un descalabro posterior a las primarias de agosto, porque con él se acabaría la ambición presidencial. Como prueba, una fuente próxima —que afirma intuir más que saber— cita la política de gas y petróleo. La construcción de gasoductos, oleoductos y otras infraestructuras representa costos de centenares de millones de dólares en inversión directa estatal o subsidios. Los beneficios por exportaciones o reemplazo de importaciones llegarán recién en el segundo semestre del año y cobrarán vuelo en 2024. “¿Eso es un plan ‘llegar’, si trabaja para despejar la ecuación energética en el próximo mandato?”, se pregunta la voz.

El ministro enfrenta amenazas perentorias antes de jugar la carta electoral. Entre abril y julio, período de definición de listas, inscripción de candidaturas e inicio de la campaña proselitista, el Tesoro debe pagar o refinanciar una montaña de vencimientos de títulos públicos por $8,2 billones de pesos, según el cálculo de Adcap, el grupo financiero de Javier Timerman. Medidos en moneda dura, son US$ 45.000 millones que se acumularon dadas las dificultades, tanto de Guzmán como de Massa, para extender vencimientos más allá de las elecciones. La intuición de los tenedores de que Juntos por el Cambio podría implementar un nuevo reperfilamiento similar al de agosto de 2019 y la propia desconfianza en el Gobierno armaron un dique para la renovación de la deuda en pesos.

Si Massa no logra la refinanciar esos bonos públicos —que en un 60% están en manos de instituciones y bancos estatales—, se verá ante la disyuntiva de extender unilateralmente los pagos (reperfilar) o saldarlos vía emisión monetaria. En ambos casos, las consecuencias conspirarían contra cualquier proyecto presidencial, no sólo del titular del palacio de Hacienda, sino de un peronista.

El ministro necesita llegar a otoño con la inflación en baja, reservas fortalecidas en el Banco Central —objetivo que hasta ahora consiguió a costa de beneficiar todavía más a los agroexportadores— y proyección política. Si acumula ese por ahora inasible capital, ello tampoco significa que tendrá el partido ganado. La resistencia que las vidas pasadas de Massa supieron construir entre sus pares y en el electorado deja un campo abierto para que otro peronista más ecuménico se vea tentado por adueñarse de la ocasión.

Cristina: voto y veto

Los vaticinios electorales intuitivos se traducen también en leves oscilaciones en las encuestas. Nadie habla hoy de victoria del peronismo. Se pasó, en general, de un cuadro de caída libre del oficialismo a una diferencia amplia de la suma de los candidatos del macrismo, pero menos abismal, y a una matización de las expectativas negativas y los índices de desaprobación del Gobierno.

Zuban-Córdoba, una firma que se volcó a difundir encuestas presenciales para disminuir el riesgo de error del método telefónico que llevó a las consultoras a sobreestimar groseramente el voto a Macri en 2019, reportó en su informe de diciembre (1.300 casos nacionales) una imagen positiva de Horacio Rodríguez Larreta, Cristina, Massa, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich y Alberto, en ese orden, entre 38,4% y los 32,1%. Un poco más atrás se ubican Javier Milei, Daniel Scioli, Axel Kicillof y Macri. No hay estridencias de apoyo o rechazo entre los principales dirigentes de ambos polos. En cuanto a intención de voto, la suma de preferencias por candidatos de Juntos por el Cambio alcanza, esta vez sí, una ventaja determinante. Larreta supera a cualquiera de sus contendientes de la alianza conservadora y Massa aparece como el más competitivo en el oficialismo. ¿Quien hoy afirma que votaría a Bullrich o a Macri, optará por Larreta si resulta el candidato, o se dejará tentar por Milei?

Nadie duda de una victoria inequívoca de Cristina si participa de una primaria peronista, algo que, en principio, descartó. ¿Significa que su poder de transferencia de votos o de veto es igualmente decisivo? ¿Un tuit de Cristina anunciando que armó una fórmula, como el 18 de mayo de 2019, pero sin su nombre, provocaría el alineamiento de gobernadores y el retiro de la candidatura de otros peronistas?

Como analiza Gustavo Córdoba, director de Zubán-Córdoba, Cristina tiene un margen de incidencia muy acotado. Dado su piso comparativamente alto pero su techo bajo, “si toma protagonismo, perjudica las chances de victoria del peronismo; si se involucra desde un segundo plano como en 2019, también es un problema grave, con el antecedente del Frente de Todos”.

El desafío de cualquier postulante del oficialismo o de lo que él surja es pasar del 30% de los votos que le asignan los sondeos más amables a un rango más cercano a 40%, porcentaje en el que el macrismo parece estabilizado. Con un tercero en discordia como Milei, no sólo más próximo ideológicamente a JxC sino incluso afín a Bullrich y Macri, la meta no parece fácil.

¿Cristina, que fue la primera que transmitió la convicción de una derrota inexorable, no sólo en 2023 sino en 2021, buscará aportar a otro mandato peronista, o planea una resistencia desde la Provincia de Buenos Aires, hipótesis que le permitiría argumentar que perdieron todos menos ella?

Ella misma y sus voceros dejaron saber que una victoria para no cambiar en serio la estructura económica de la Argentina no les apetece. Al parecer, se necesita mucho más que cuatro mandatos para tan ambicioso objetivo.

SL

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