El amor y la paz frente a la violencia y la guerra
Regresé de La Gran Manzana, donde le di unos mordiscos a la cultura neoyorkina. “Escuché esas voces divirtiéndose mucho. Vaya, sería genial divertirse un poco”, decía durante un otoño lejano, claro y frío, Lou Reed, nacido y criado en ese estado. La frase es de la canción A Dream (Un sueño). Su autor, que se murió un día de octubre hace diez años, fue aquel poeta y compositor rocker, que vivió siempre en el margen y cerca de los marginados, experimentó una sexualidad todo lo libre que pudo, lideró al grupo precursor del indie The Velvet Underground y envejeció junto a su compañera de ruta, Laurie Anderson, hasta partir.
Divertirse. En estos tiempos sombríos, cuando nos quieren privar de la alegría, porque la pretenden la mascarada de los apropiadores fachos, vestidos con saco, corbata o tailleur, ese estado de ánimo sobre el que escribió el holandés Baruch Spinoza en su Ética, ese que tiende a la sonrisa y a la risa, no es propiedad de nadie, de ningún padre, hijo ni espíritu non sancto del Poder.
La diversión, entretenerse y entretejerse con otres es, como la música y la danza, de lo más antiguo que vibra en el corazón de los pueblos. Y, sin embargo, como les decía A los poetas futuros, Bertold Brecht: “qué tiempos estos en que hablar sobre árboles es casi un crimen porque supone callar sobre tantas alevosías”. En el teatro del mundo, hoy, pensando en los cuerpos que somos, no podemos ser indiferente a los miles de niños, adolescentes y adultos asesinados en Medio Oriente para alimentar una de las industrias más despiadadas. Israelíes y palestinos, palestinos e israelíes, muertos por la codicia de unos pocos, el desborde de los que someten los cuerpos. Deben tener un hogar, regresar a sus casas, requieren viviendas dignas, luz, agua, ropa y alimentos. Me refiero a elles y a las mayorías de África, Asia y Latinoamérica. Hablo, también, de minorías, les marginades del sistema por causas siempre arbitrarias: racismo, etnocidio, femicidio, gordofobia y otros terrores creados por la Alta Cultura.
Carne de cañón, picada, carne de animales, plantas carnívoras, una sopa densa y confusa, como son estos días en los que es difícil, muy complejo, saber dónde pararse con el cuerpo que se tiene para tomar decisiones. ¿Estoy con uno u otro? ¿Con unes u otres? Duele el dolor. Las grietas nos dañan, aunque en la microfísica del poder podemos producir y distribuir reflexiones que nos pongan del lado de la paz (aunque no la de los cementerios), de la convivencia pacífica (pero no el equilibrio de las potencias), del amor al diferente y al semejante (pero no el que se predica y no se ejerce).
Manotazos de ahogado de un imperio en decadencia y de un sistema patriarcal nos quiere llevar puestos, copando los puestos, todos. Sin estado, sin derechos. Con vouchers y genocidas sin rejas ¿Qué les importa? Creen que retroalimentando su voracidad van a ganar. Se quedarán con los billetes, pero si siguen destruyendo el verde, la Naturaleza que habitamos, se les volverá en contra.
Hay voces que se escuchan. “En una mesa de negociación no muere nadie, es más barato y podemos encontrar soluciones”, dice Lula, afectado por la falta de sensibilidad de los que están bien arriba en los mapas hegemónicos. “Si la ONU tuviera fuerza podría tener una interferencia mayor, Estados Unidos podría tener una interferencia mayor (pero hay autoridades que) estimulan el odio, descartan construir la paz”. El presidente brasilero injustamente preso y reelegido democráticamente luego de la experiencia nefasta de Bolsonaro advierte que “estamos viendo por primera vez una guerra en la que la mayoría de los muertos son niños. Y nadie tiene responsabilidad, y no podemos hacer una carta de la ONU (Naciones Unidas) convenciendo a la gente que está ganando de que no es posible. ¡Alto! ¡Por el amor de Dios, paren!”,
Mientras tanto, en la Argentina, el Inadi pone a disposición un BOT para atender a víctimas de la violencia en todas sus formas o para quienes se quieran capacitar de forma rápida, sencilla y segura. Por medio del número de whatsapp +54 9 11 2308-6329, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo ofrece información y el servicio es gratuito.
Lo hemos dicho muchas veces y lo seguiremos diciendo. El ejercicio del amor que produce redes humanas de solidaridad y empatía, el de poder ponerse en el lugar del otre, el que preserva y amplía derechos es revolucionario. No es banal, como sí lo es el mal.
“El amor es el acto más revolucionario de nuestra vida. Aunque sea fea, gorda, narigona, chata”, asegura Analía Cobas, autora del libro de relatos La protagonista (Sudestada), quien empezó a dudar de las imposiciones absolutas “que yo misma estaba colaborando en reproducir. En silencio, frente al espejo y cuando afirmaba ciertas cuestiones sobre el cuerpo de otra persona”.
En lo personal, Cobas -especialista en comunicación cuyos textos intentan ser puentes para sanar violencias- asegura que fue cortando esos hilos gruesos del discurso imperante. “La diversidad corporal no es una moda pasajera, es una realidad. Entonces ¿por qué seguimos reproduciendo automáticamente esos parámetros?”, pregunta. “Nos contaminan a diario con publicidades de retoques, ropa exótica, glam, dientes blancos con sonrisas monumentales. Pero ¿qué pasa cuando se apagan las cámaras? Los medios de comunicación replican estereotipos. Hace poco se ‘descubrió’ que las personas LGTB+ pueden trabajar en televisión. ¿Faltará mucho para que ‘descubran’ que las que tienen alguna discapacidad también pueden hacerlo?”
A poner el cuerpo, diálogo entre el teatro, la filosofía y la vida, titula su flamante libro el director, actor y dramaturgo Marcelo Savignone. Habrá que ir al Patio del Aljibe de El Recoleta, el martes 14, para escuchar a este maestro de la escena. El volumen es a la vez varios libros: “un tratado de filosofía del teatro; una investigación sobre el cuerpo (los cuerpos: real, natural, social, poético y sus liminidades); un manual de pedagogía teatral, de entrenamiento y formación del actor”, enumera el crítico Jorge Dubatti. “Clases que nos reconcilian con el carácter ficcional de los relatos que nos dan borde”, dice Darío Z. “Pero, sobre todo, una invitación a encarar desde el desborde estas horas que restan poniendo el cuerpo siempre por delante”.
En un tiempo en que los límites se redefinen, frente a la finitud de la vida, nos queda poner el cuerpo para jugar y crear. Nunca para violentar y matar.
LH
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