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Opinión
Cumbre de las Américas

Biden-Bolsonaro, la otra cumbre

Joe Biden y Jair Bolsonaro

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Con el correr de los días se hace más confuso y paradójico el sentido y el alcance que la administración Biden le da al tema de la democracia en relación a la IX Cumbre de las Américas que se llevará a cabo entre el 6 y 10 de junio en Los Ángeles, California.

En lo que parece una decisión inconsulta con sus pares de América Latina y el Caribe, Estados Unidos, a través de su Subsecretario de Estado para Asuntos Hemisféricos, Brian Nichols, anunció que era “poco probable” que los mandatarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua fuesen invitados a la cita. Ni el Secretario de Estado, Antony Blinken, ni el Consejero de Seguridad Nacional, Jack Sullivan, ni la misma Casa Blanca expresaron argumento alguno. A pesar de su impacto en las relaciones interamericanas, la decisión fue comunicada y no justificada a través de un funcionario medio. Dadas las dificultades, los retos y las amenazas a la democracia a lo largo y ancho del continente, hubiera sido interesante que ésta fuera tema de conversación en la Cumbre. Más aún cuando Estados Unidos no escapa al debilitamiento y erosión de la democracia. Seguramente con todos los presidentes presentes de Latinoamérica y el Caribe no hubiera habido reacciones contrarias a deliberar sobre el tema. En todo caso, revalorar, reactualizar y reparar la democracia en las Américas es una tarea colectiva y exigente.

La referencia a la Carta Democrática Interamericana que hacen quienes se pronuncian en Estados Unidos y la región sobre la pertinencia de excluir a representantes de países no democráticos en un foro multilateral no parece sostenible. Cuba, más allá de la naturaleza de su régimen, fue parte de dos Cumbres: la de 2015 y 2018. Su inclusión entonces fue una decisión política, no jurídica, así como tampoco es jurídica y sí política su actual exclusión. Un ámbito multilateral no inhabilita la presencia de gobiernos de distinto signo ideológico o sistema institucional. Concebir un multilateralismo de los virtuosos es un inútil signo de engreimiento moral.

Pero la determinación de Washington fue, además, enigmática. En la denominada Cumbre de las Democracias convocada por Biden en diciembre de 2021, la Casa Blanca no invitó —se supone por carecer de credenciales democráticas— a Cuba, Nicaragua, Venezuela, y sumó a la lista de excluidos a Bolivia, Haití, Honduras, El Salvador y Guatemala. ¿Cómo y por qué los excluyeron  a estos últimos de la misma cumbre a la que fueron invitados Irak, la República Democrática del Congo y Pakistán? ¿Qué sucedió en los últimos seis meses para que se considere ahora invitar a las naciones latinoamericanas recién indicadas después de haberlas excluido? ¿No eran democráticos antes y lo son hoy? ¿Cuál es el criterio de Estados Unidos para adoptar decisiones tan cambiantes en tan breve lapso de tiempo?

Esta pregunta, como lo indiqué recientemente, es relevante también para la comparación entre la próxima Cumbre de las Américas y la Cumbre Estados Unidos-ASEAN (Asociación de Naciones de Asia Sudoriental) del 12-13 de mayo de 2022 dado que de los diez participantes asiáticos cuatro tienen gobiernos autoritarios, uno es un sultanato y el resto son democracias bastante defectuosas a los ojos de Occidente. Según algunas opiniones una de las diferencias es que Cuba, Nicaragua y Venezuela son enemigos de Estados Unidos y ninguno de los países de la ASEAN lo es. Sin duda Cuba, Nicaragua y Venezuela son un fuerte dolor de cabeza para EE.UU. Sus relaciones son manifiestamente refractarias, pero ninguno, individualmente o en conjunto, pone en peligro la seguridad nacional estadounidense. Sin embargo, a diferencia de los países de la ASEAN, estas son naciones que por distintas razones están ligadas al devenir político y electoral interno en EE.UU. En un año de elecciones legislativas y con activos senadores y representantes anti-Cuba y anti-Venezuela, esa dinámica doméstica gravita notablemente.

Un dato adicional inquietante es la promesa de un encuentro especial entre Biden y Bolsonaro; una suerte de Cumbre dentro de la Cumbre. Lo que parece un privilegio brindado al presidente de Brasil es el resultado de una sutil y fugaz persuasión diplomática para que asista a Los Ángeles. Su ausencia, sumada a la eventual de Andrés Manuel López Obrador, hubiera significado el fracaso anticipado del conclave. Hay que recordar que Bolsonaro fue un estrecho aliado de Donald Trump, es el símbolo de la regresión democrática en Brasil, es un caso emblemático —no visto desde los años sesenta— de un mandatario propiciando el regreso de los militares al centro de la escena política, fue un altivo negacionista del COVID-19 con efectos dramáticos para la sociedad, su manejo del tema ambiental ha sido considerado funesto y ha impulsado un uso masivo de fusiles entre los ciudadanos con la consigna de que “un pueblo armado jamás será esclavizado”. En breve, es el epítome de un proyecto reaccionario.

Algunos observadores en Estados Unidos justifican su encuentro con Biden pues Bolsonaro es un mandatario electo. Pero ¿es Bolsonaro el arquetipo de demócrata al que hay que hacerle concesiones para que se presente a una cita continental? ¿Es este tipo de apoyo a la democracia que Washington quiere enviar a las Américas? En verdad la decisión es entendible sólo como un intento por salvar la Cumbre y en función de una cruda realpolitik que, por lo general, se impone cuando los intereses prácticos y las urgencias políticas priman por sobre los valores.

En breve, desde un principio Estados Unidos planteó erróneamente el tema de la democracia en las Américas y su presunto liderazgo en la materia ha quedado maltrecho. Así se pierde la oportunidad de deliberar madura y seriamente sobre un preocupante repliegue democrático en el continente, algo que también afecta al mundo. 

Vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella.

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