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QUÉ ESCUCHAR

Lo breve, cuatro veces breve. O lo contrario

Paul Wittgenstein
15 de marzo de 2025 11:36 h

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Breve 1: Ravel II

Hubo un pianista famoso por dos razones. Por su hermano. Y por su mano. El primero, Ludwig Wittgenstein, fue uno de los filósofos y lingüistas más importantes del siglo XX. La segunda –es decir una de ellas, la derecha– quedó inutilizada en la Primera Guerra Mundial. Paul Wittgenstein, a partir de esa desgracia, en lugar de renunciar a su carrera solista decidió, por un lado, transcribir para la mano izquierda sola todo el repertorio pianístico posible. Y, por otro, encargó a muchos de los compositores más destacados de su época –y pagó generosamente– obras para ser tocadas con una sola mano. Algunas, que no le gustaron –el Concierto para la mano izquierda de Paul Hindemith, el Concierto Nº 4 de Sergei Prokofiev– no las tocó jamás. Y con otras hizo lo que quiso. En 1929 pidió a Maurice Ravel que compusiera para él. El resultado fue el célebre –y bellísimo– Concierto para la mano izquierda que Wittgenstein estrenó en Viena en 1932. El compositor no estuvo presente en esa ocasión pero visitó al pianista unas semanas después para escucharlo tocar su obra. Según se cuenta fue una de las escasas oportunidades en que Ravel se puso visiblemente furioso. Según se cuenta, el solista se defendió afirmando: “Soy un pianista veterano y esto no sonaba bien”. Y, según se cuenta, el autor respondió: “Soy un orquestador veterano y sé que esto suena bien”. “Los intérpretes no deben ser esclavos de los compositores”, dicen que replicó el austríaco. “Los intérpretes son esclavos de los compositores”, fue la respuesta del francés. La disputa continuó hasta que Ravel le envió un contrato que fijaba la obligatoriedad de tocar la obra tal como estaba escrita, lo que el solista obedeció a regañadientes, estrenando la nueva “vieja” versión en París, en enero de 1933, con Ravel como director (puede oírse y verse un fragmento en este enlace de Youtube. Y, entre muchas grandes versiones, esta, por Jean-Efflam Bavouzet como solista, junto con la Sinfónica de la BBC con dirección de Yan Pascal Tortelier, es mi preferida:

Pero allí no termina la historia. Una película de Hollywood, en los años 40, hubiera titulado –con incorrección política hoy inadmisible– “La venganza del hombre manco”. Paul Wittgenstein esperó que Ravel muriera y, seis años después encargó una nueva versión de la obra. En la parte de piano había, obviamente, modificaciones. Y la orquesta era una banda militar.

Breve 2: Cerca del borde (y lejos de lo breve)

Si hubo un grupo que evitó conscientemente la brevedad fue Yes. Ya sus versiones de canciones clásicas del género corrían dispendiosamente el límite de las duraciones originales. “Every Little Thing”, de The Beatles, incluida en Yes, el primer disco de larga duración del quinteto (en esa ocasión con Peter Banks en guitarra y Tony Kaye en teclados) rondaba los 6 minutos, duplicando la extensión original de la canción. Y “America”, de Simon & Garfunkel, que fue parte de un disco antológico del sello Atlantic llamado The New Age of Atlantic y publicado en 1972, duraba 4:09. Pero eso no era nada al lado de los casi diez minutos de “Yours is No Disgrace” que abría Yes Album. O del disco siguiente, Fragile, donde tres de las pistas iban de los 8 a los 11 minutos. Hubo, después, obras conceptuales que ocuparon dos y hasta tres discos enteros. Pero, posiblemente, el pináculo del grupo –y de su formación más estable y famosa, con Steve Howe en guitarra y Rick Wakeman en teclados, además de Jon Anderson como cantante, Chris Squire en bajo eléctrico y Bill Brufford en batería– fue Close To the Edge, publicado en 1972. Sólo tres piezas –ya no puede hablarse estrictamente de canciones–. Tres montajes volcánicos, multiformes, expansivos y al mismo tiempo ultra concentrados, de 18, 10 y 9 minutos de duración cada uno de ellos. La duración, en todo caso, es insignificante en relación con la cantidad de información constreñida en esos poco menos de 40 minutos de música en que un grupo con la tímbrica y la estética del rock llegaba donde el rock no había llegado nunca –y donde llegaría muy pocas veces después–. Esta cercanía con el borde, anunciada en el título del disco, bien podría considerarse hija –o la continuación legítima– de esa primera erupción que había surgido con el lado 2 de Abbey Road, apenas tres años antes pero a varios eones de distancia en una época en la que todo era demasiado veloz. El álbum, además de su sorprendente riqueza musical, y del extraordinario contrapunto de su base, una verdadera orquesta de dos integrantes –Squire y Brufford–, fue un mojón en la historia de la anti-brevedad. Y la nueva edición Super De Luxe, subida a las plataformas hace una semana, lleva la expansión al paroxismo. Ya había habido ediciones ampliadas, y una excelente remasterización a cargo de Steven Wilson, pero la nueva resurrección encarna en cinco discos. Algo así como cinco horas y media alrededor de un borde, o una frontera, que esta vez incluye, además del disco original, claro está, desde la remezcla de Wilson y las ediciones de algunos de los temas en single –levemente distintas– y las masterizaciones promocionales para la radio, hasta versiones instrumentales inéditas, “America”, desde ya, y registros en vivo, tanto del material de Close to The Edge como un fragmento de las Six Wives of Henry VIII de Wakeman.

Breve 3: Ravel III

En un artículo anterior, publicado en este diario, se hablaba de la dificultad que tendría el mercado para encontrarle la vuelta a los 150 años del nacimiento de Ravel, un compositor del que ya todos habían grabado casi todo. Y, sin embargo, Bertrand Chamayou, no sólo uno de los grandes pianistas del momento sino uno de los más inteligentes a la hora de elegir su repertorio, que va de Franz Liszt a John Zorn, lo hizo de nuevo. En el brillante Fragments, que acaba de publicarse, Chamayou, que hace diez años había grabado una de las mejores interpretaciones imaginables de la integral para piano de Ravel, recorre transcripciones, suyas y del propio autor, de canciones y piezas orquestales y las pone en diálogo con piezas de otros autores, como el “Mensaje a Ravel” de Joaquín Nin, “Signet: Hommage a Ravel” de Betsy Jolas o “De la nuit” de Salvatore Sciarrino

Breve 4: Steven Wilson II

De Wilson se habla más arriba porque fue quien remasterizó, de manera extraordinaria, Close to the Edge de Yes. No es lo único que hizo. También, en esta semana, restauró el sonido del Concierto en Pompei de Pink Floyd y, a lo largo de su carrera, la discografía más importante de eso conocido (y tan despreciado por unos como amado por otros) con el rótulo de prog-rock, desde Jethro Tull a Gentle Giant. Su veneración por aquella música está puesta en juego en su propia obra, empezando por el grupo Porcupine Tree y por discos solistas extraordinarios como la grabación de su concierto en la Plaza de los Insurgentes de México.

Él, que mira el planeta Pink Floyd de lejos, recurre, en su recién publicado último disco, Overview, a un efecto así llamado y que, según parece, afecta a los astronautas que ven la Tierra desde el espacio: la consciencia repentina de nuestra pequeñez –salvo para nosotros, es claro–. Dos largas –e intensas– suites y la herencia –viva– de un viejo proyecto. El prog después del prog o, si se prefiere, visto desde el firmamento de uno de los músicos más talentosos e inclasificables de la actualidad.

DF/MF

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