La calle es un lugar que se volvió propio
Mi primera marcha por el 24 de marzo fue en 1996. Si bien hacía tres años que me dedicaba al activismo, en ese momento todavía no estaba tan “politizada”. Particularmente, me parecía que esa marcha era un espacio que no me correspondía. Tenía miedo de ser abucheada y rechazada, tal como me había pasado antes en otras manifestaciones. “¿Tendré que ir a esa marcha?”, me preguntaba. Carlos Jáuregui fue quien dijo que teníamos que ir como una columna LGTB. Yo terminé aceptando.
Cuando llegamos, desplegamos nuestras banderas, despacio, atentxs a las reacciones de quienes nos rodeaban. A la legua, las banderas mostraban quiénes éramos: Asociación de Travestis Argentinas, Gays por los Derechos Civiles, Lesbianas a la Vista. Con muchísima sorpresa, vimos cómo la gente empezó a abrirse para que pasáramos. No solo nos dieron paso, sino que empezaron a aplaudirnos. Yo estaba desconcertada, había estado caminando con la cabeza agachada, esperando el palazo, y cuando empecé a escuchar los aplausos, me erguí, me sentí segura del lugar que estaba ocupando y del que me estaban dando. Recuerdo esa marcha con muchísimo amor por todo lo que pasó, y también porque fue la última marcha de Carlos, que murió en agosto de ese mismo año.
Desde el 2001, año en que me exilié, no había vuelto a marchar un 24 de marzo. Esta vez, salí desde el Archivo de la Memoria Trans; nos encontramos con mis amistades Betty, Nadir, Martín… el grupito cercano. Empezamos a caminar desde Mitre y Callao. Fuimos subiendo hacia Plaza de Mayo mientras la multitud nos lo permitió. En el camino, nos fuimos encontrando con mucha gente conocida con la que nos abrazamos fuertemente.
Este año, la calle fue más que nunca un lugar que se volvió propio. El contexto social actual generó una plaza colmadísima. Mucha gente que nunca había marchado, se animó a ir: todxs sintieron que ese lugar les correspondía. La actualidad se parece mucho a la época del 24 de marzo de 1976, se están tomando las mismas medidas económicas, de censura y de cierre de espacios. Sobre todo, de espacios de comunicación y de cultura, también de Salud y Derechos Humanos. El grito de “nunca más”, esta vez, hace que todo reflote, demasiado cerca.
Sin embargo, este 24 de marzo me dejó imágenes que me llevo conmigo y me cargan de esperanza. La cantidad de jóvenes, el saludo en la mirada de las personas, reconociéndonos en complicidad. A mi regreso, ya sola en el subte, me emocionó muchísimo cómo la gente se unió en un solo canto. Uno empezó a aplaudir, la otra empezó a cantar “olé, olé, olé, olá”. Cada vez más fuerte, golpearon el techo y golpearon el piso: “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan, los iremos a buscar”.
MBC
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