Crianza
El Día del Padre y la búsqueda de identidad paterna modo siglo XXI
A pocos días del “Día del Padre” y, en un momento donde estamos dispuestos a revisar el estereotipo de familia y no dar por sentado que la llamada “familia tipo” sea garante del desarrollo saludable e integral de los hijos, vale la pena desmenuzar la idea de qué es ser padre.
La paternidad es una construcción social que, como tal, sufrió transformaciones a lo largo de la historia. De ninguna manera es un concepto estático y encasillable con facilidad. Sin embargo, se puede afirmar que, por más de un siglo, algunos elementos constitutivos de la identidad paterna, estuvieron presentes invariablemente. La figura del Padre encarnó el sostén económico, la autoridad, el disciplinamiento, la voz de los veredictos y la fuerza del control del resto (más periférico) de los integrantes del clan.
El revisionismo de la masculinidad hegemónica es inseparable del de la paternidad con idéntico adjetivo. Es indiscutible que, desde la academia psicoanalítica y desde los discursos dominantes del siglo XX, “El Padre” fue sinónimo de Ley y centro de la escena cuando se piensa en familia como pieza/lego de la arquitectura social.
El revisionismo de la masculinidad hegemónica es inseparable del de la paternidad con idéntico adjetivo.
Si bien es cierto, que existe una inercia que nos lleva -sin curvas- a la idea de que estos conceptos pertenecen a un tiempo pasado, es tramposo pegarse a un análisis centrado en “lo generacional”. No es una cuestión netamente epocal: en este mismo momento, conviven paternidades patriarcales sentadas en la punta de la mesa con paternidades más blandas, impregnadas por corrientes que intentan teñirlas de tono corresponsable para el manejo del universo de la crianza. Estas últimas paternidades (hijas de los feminismos que invitaron -e invitan- a cuestionar el patriarcado como un todo), se sienten más cómodas en mesas redondas, pero todavía no encuentran su exacta performance.
En consonancia con la noción de que las masculinidades son en plural y que no existe un único modo de habitarlas, debe generarse el ejercicio de repensar -ad infinitum- qué elementos comunes tienen las paternidades actuales. Dicho de otra forma: resulta fácil (como se despliega al principio de este artículo) enumerar los componentes de la paternidad clásica, pero el agua se pone turbia cuando queremos pescar los ingredientes de la paternidad posmoderna.
Es evidente que muchos hombres cuestionan los modelos imperantes y que embanderan el cuidado maparental compartido. No sienten que “ayudan”, ni que “cubren” a sus pares co-cuidadoras. Tampoco apuestan al sostén económico unilateral e intentan (muy incipientemente) acercarse a las tareas domésticas y de cuidado. Sin embargo, los datos demuestran que (todavía) no son modelos representativos ni cercanamente. Si nos detenemos en lo puramente observacional, veremos que la (paradójicamente) llamada “reunión de padres” está representada por un 95% de madres. También veremos números similares, sino peores, en el demoníaco “chat de mamis” (ahí sí que la calificación “de mamis” es correcta!) donde se encuentran padres como agujas en pajares y casi que por corrección política. Capítulo parecido tiene locación en los consultorios de pediatría. De lo anterior se desprende que las tareas vinculadas con educación y salud (nada menos!), son llevadas adelante por las madres en la amplia mayoría de los casos. O sea que, más allá de discursos rupturistas, la familia tipo (con su convencional repartición de roles) sigue siendo elefante gigantesco del inconsciente colectivo. Las mujeres somos las que mayoritariamente estamos encargadas de los cuidados (y no sólo de los hijos, sino también de los adultos mayores, o de cualquier persona que presente una condición que lo arroja al espectro de los que deben ser cuidados!).
En Argentina, según el último informe del Ministerio de Economía, el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados aportan (casi) el 16 % del PBI. Para intentar ilustrarlo mejor, se puede decir que esta contribución económica, es mayor que la de la industria, el agro o el comercio. Este aporte (hasta hace muy poco indimensionable), tiene cara de mujer y hormigona (hasta que se dinamite!) una brutal desigualdad de género. Para ponerlo en números, 9 de cada 10 mujeres se ocupan de estas actividades. Si comparamos las horas dedicadas a estas actividades entre mujeres y hombres, vemos que la relación es de 6:3 aproximadamente. Entonces, tal cual explicita el informe de la Dirección de Economía, Igualdad y Género del Ministerio de Economía de la Nación, “las mujeres aportan 3 veces más al PBI en el sector con mayor relevancia y más invisibilizado de toda la economía nacional”.
Todo lo anteriormente relatado demuestra que estamos en un momento sociológico complejo donde los roles de género, según las atribuciones sociales, incomodan y complican el armado de familias o estructuras afectivas cómodas para criar. Las maternidades no están cuidadas para cuidar y las paternidades impresionan desbrujuladas. Hasta que no se sacudan fuerte los mandatos de masculinidad, las paternidades difícilmente encuentren tono propio y la repartición de tareas sea ecuánime con las maternidades. La pregunta central que surge es si existen suficientes espacios de hombres para la reflexión y el encuentro del norte. No hay dudas de que las mujeres (bailando al ritmo de los feminismos), abrimos espacios, organizamos redes, tribus, sacamos del closet al puerperio, buscamos referentes sobre maternidad y diseñamos coreografías para pensarnos. Pero, ¿dónde está el universo masculino para armar el caldo sobre las nuevas ideas sobre paternidad? ¿En qué espacios, por ejemplo, cocinan hipótesis sobre lo extranjeros que pueden sentirse en el puerperio? ¿A dónde viaja lo no dicho / lo no elaborado?
Quizás ahí esté la apuesta al cambio: en la construcción de redes propias para paternar a la par de las que hace siglos encarnamos la tarea del cuidado de los hijos, sin resentimientos y de cara al nuevo mundo que queremos.
EC
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