Feria en Parque Rivadavia: la Ciudad arrasa con otra tradición porteña

Un chico que aún pinta pecas le pide a su papá un auto de Hot Wheels. Un grupo bien entrado en barbas compra cartas de Pokémon y muñecos de Star Wars. Más allá, una adolescente pregunta cuánto cuesta el artbook de un manga. No importa de dónde vienen, todos se entienden: hablan el idioma de la negociación. El ritual se repite cada domingo hace años, pero hoy está en riesgo. Gran parte de la feria de coleccionismo del Parque Rivadavia fue desalojada.
El macrismo de Jorge lo hizo de nuevo: tomó una expresión de la identidad porteña y, en lugar de analizarla o gestionarla, la canceló. Lo hizo con la diversidad cromática de los bondis, y ahora con una feria de coleccionismo, donde se ofrecen piezas únicas, recuerdos de otros tiempos, vínculos que van más allá de la compra y venta.
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La feria, enclavada en el rincón sudeste de este parque de Caballito, abre sólo los domingos. La mayoría de sus feriantes están de 8 a 15, es decir, apenas siete horas por semana. Conviven con otras ferias como la de libros y revistas en Beauchef, la de monedas y estampillas sobre Rivadavia, y las ocasionales gastronómicas, como Sabe la Tierra y Buenos Aires Market. Y lo hace sin mayores conflictos. Hasta hace tres domingos, cuando el parque amaneció rodeado de policías que prohibieron la instalación de los coleccionistas manteros, tras un reclamo de un grupo de vecinos.
El domingo siguiente, 9 de febrero, los feriantes pudieron volver a desplegar sus mantas. Pero, una semana después, se desayunaron con un requisito: había que mostrar el contenido de carteras y mochilas a la Policía de la Ciudad. Si tenían objetos que pudieran venderse, se quedaban afuera. En otras palabras, se les prohibía el ingreso a un espacio público.
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Una práctica contraria al Código Procesal, tanto nacional como porteño, según el cual un policía sólo puede requisar a una persona sin orden judicial en un escenario de flagrancia. Es decir, si la persona fuera sorprendida cometiendo un delito, o inmediatamente antes o después de hacerlo. También va en contra de los estándares fijados por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, como el fallo “Fernández Prieto y Tumbeiro” de 2020, que ratifica que la revisión de pertenencias sin justificación concreta viola la libertad ambulatoria.
Los manteros coleccionistas terminaron amuchados en Acoyte y Rivadavia, la esquina más transitada de uno de los barrios porteños más densos. Una alternativa engorrosa y muy riesgosa en términos de seguridad vial. Un día después, ocurrió lo propio en Rivadavia y Campichuelo: allí se reunió un grupo de vendedores que fueron expulsados del parque, aunque sólo habían ido a exhibir legalmente plantas de viveros en puestos habilitados para tal fin.
Conocer para querer
Para cuidar algo, hay que quererlo. Y para quererlo, hay que conocerlo. Conozcamos un poco más esta feria de coleccionismo, más que lo que la conocen funcionarios llegados de otra localidad.
¿Qué se vende? Muñecos articulados, esculturas artesanales, camisetas de fútbol, latas antiguas, consolas de videojuegos, tarjetas de series de cómics, cassettes y CDs. Pequeños Ponis, llaveros de las Tortugas Ninjas, un “Potro” Rodrigo tamaño bolsillo que canta “La mano de Dios”. Piezas inconseguibles en cualquier otro lugar. Memoria tangible de la cultura popular.
Desde los años cuarenta que el parque se usa, entre otras cosas, para canjear estampillas bajo su ombú, o para comprar revistas en la escuela de enfrente. Dos décadas después llegaría la venta de libros. Más tarde, vinilos, rarezas en VHS y ediciones pirata de shows en vivo. Incluso enfrente está el bar El Coleccionista, llamado así por los filatelistas que copan sus mesas los domingos, actualizando cada semana esta antigua tradición barrial.
Entre los frutos de esta tradición está la feria de coleccionismo en Rosario y Doblas, con ocho puestos formales, a los que después se les sumaron los manteros, que también ofrecen coleccionables, muchas veces a cambio de un objeto de otro feriante. Un refugio para compradores y vendedores pero también para quienes sólo buscan un punto de encuentro.
A Javier Russo, creador del cómic Súper Piba, este espacio le permitió reconectar con colegas y compartir pasiones. A Marcelo “Carne” Yañes (@carni_ceros), docente universitario y artesano de esculturas de terror, le hizo acceder a material musical y fílmico que marcaría sus gustos para siempre. Y con la crisis, además, le da otra vía de sustento. La feria de coleccionismo es una economía en sí misma, parte de un circuito que se retroalimenta.
“Hoy el coleccionismo está en auge y acá viene gente de otras provincias y de Chile, Brasil y Uruguay. Pasea y gasta plata no sólo en los juguetes o los coleccionables, sino también en la panchería del parque, los puestos de libros, los kioscos, los bares. Se había armado un circuito económico bastante interesante”, me señala Juan Manuel Gonzalez La Volpe, cofundador del medio cuatroveintiuno.com, coleccionista y feriante.
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Pese a eso, el Gobierno porteño decidió erradicar gran parte de la feria en lugar de intentar entenderla, sin buscar soluciones intermedias ni considerar el impacto social y económico. “Viendo lo que está pasando en toda la Capital, queda claro que no quieren que el necesitado trabaje. Es la revancha de los crueles”, me marca Yañes.
Más vale maña que fuerza
Como me pasa con tantas cosas que hace este [no tan] nuevo Gobierno, me pregunto: ¿para qué? La medida, ¿forma parte del plan de sacar corriendo a los manteros en general, la punta más vulnerable de un comercio sin regulación que poco tiene que ver con esta feria? ¿O disfraza de limpieza comercial la ruptura de la comunidad organizada? ¿Qué opinarán los funcionarios de ferias como El Rastro en Madrid o Mauerpark en Berlín? ¿Que también hay que cerrarlas?
En lugar de la prohibición total, ¿no sería mejor una solución negociada, que contemple tanto el derecho al espacio público como las necesidades de los que participan en la feria? Hay mucho por hacer antes de simplemente clausurarla: abrir espacios de diálogo entre feriantes, vecinos y Gobierno; acordar condiciones para su funcionamiento; elaborar un censo para entender mejor quiénes son los vendedores y qué impacto tienen en la economía del barrio.
Vengo a proponer un sueño: hacer una ciudad desde la construcción y no desde la destrucción. A sabiendas de la complejidad de una metrópolis en la que conviven ruido céntrico y calma de barrio, en la que hay anonimato urbano pero también lazos orgánicos. Una ciudad donde no haya que explicarle a un funcionario que el Parque Rivadavia no es un problema, sino un espacio de identidad, tradición e intercambio, en más de un sentido.
KN/JJD
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