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Frente de Todos, desvarío final: transferencia de ingresos de pobres a los que más ganan

Cecilia Moreau dialoga con Sergio Massa. Esta semana, el proyecto de eliminación del impuesto a las ganancias para trabajadores llegaría al recinto de Diputados
17 de septiembre de 2023 00:03 h

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Al cabo de cuatro años de desarreglos internos, el virtualmente extinto Frente de Todos logró encolumnar a sus fracciones detrás de una medida. Unos 800.000 trabajadores de sueldos medios-altos y altos (más de $ 700.872) dejarán de pagar el impuesto a la renta (ganancias, como se lo conoce en el país). Se trata de 6% de los 13,2 millones de trabajadores registrados o de cerca de 4% de la fuerza laboral argentina, incluidos los empleados en negro y cuentapropistas. El costo fiscal del beneficio a ese sector privilegiado será de $1 billón y lo pagará toda la población.

Una picardía permitió celebrar a Sergio Massa y los suyos. Interpretaron, con bastante razón, que la oposición se había colocado en una encerrona y que el candidato de Unión por la Patria (ex Frente de Todos) logró “instalar un tema” en la semana dominada por el índice de inflación mensual de 12,4%.

El ministro de Economía y candidato del frente peronista hizo el amague de que eliminaría el impuesto a las ganancias (renta o ingresos) para los sueldos altos y la oposición de Juntos por el Cambio, con Patricia Bullrich a la cabeza, entró por un tubo y lo apuró a que presentara el proyecto de inmediato, sin esperar al próximo gobierno. “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”. Llovieron los tuits de diputados de la alianza radical-conservadora prestos a levantar la mano para tan justa causa.

Massa regresó así al instinto que le valió hasta ahora capacidad para reinventarse en el juego feroz de la primera línea política, a la vez que desconfianza de una parte del sistema

Con libertarios y trotskistas, no habría demasiado para discutir. Los primeros consideran que todo impuesto es un robo; los segundos, hace rato presentaron un proyecto para derogar el pago del tributo a los ingresos para la “cuarta categoría” que grava a los trabajadores en relación de dependencia y jubilados, porque “el salario no es ganancia”.

Massa regresó así a su versión antikirchnerista de 2015, que había hecho del impuesto a las ganancias (renta o ingresos) un caballito de batalla, y al instinto que le valió hasta ahora capacidad para reinventarse en el juego feroz de la política argentina, a la vez que le genera desconfianza de una parte del sistema. Resiliente o ventajita, según quien lo describa. Ante el clamor del arco opositor que combate impuestos y brega por una extraña concepción de la libertad, el candidato dio un paso al frente. ¿Querías sopa? Tomá dos tazas.

La mente en Europa, las acciones en Centroamérica

La crisis de un sistema político se puede medir por indicadores sociales y económicos. Los centrales —pobreza, deuda, inflación, PBI per cápita, salario— se encuentran peor que hace una década.

Otra vía para constatar la profundidad de la crisis llega por el dato de que los cinco candidatos presidenciales de un país con ese cuadro social consideran un objetivo prioritario que el 6% de los trabajadores registrados de mayores ingresos queden exentos de un gravamen que existe en gran parte del mundo, con una carga mucho mayor en Francia o Alemania, y mucho menor en Paraguay o Guatemala.

En Francia, el tributo a la renta personal para cualquier trabajador (sea soltero o casado con hijos, varían las tasas) comienza a ser cobrado a partir de €10.777 de ingresos anuales. Ese monto es menos de la mitad del piso de ganancias (renta o ingresos) que existía en la Argentina hasta la semana pasada —medido por la cotización oficial— en un país como Francia, en el que el transporte, el alquiler de la vivienda, los servicios y gran parte del supermercado son notoriamente más caros. A partir de la modificación propuesta por Massa y celebrada sin matices por Alberto Fernández, Máximo Kirchner, los intendentes, la CGT y la CTA, el umbral para comenzar a pagar el tributo en la Argentina ($ 1.770.000) será seis veces el vigente en la séptima economía del mundo, medido en euros (o tres veces en la cotización paralela). 

En Francia, el tributo a la renta personal para cualquier trabajador (sea soltero o casado con hijos; varían las tasas) comienza a ser cobrado a partir de € 10.777 de ingresos anuales

Ante la evidente mejor calidad de la educación, la salud y el transporte públicos franceses frente a los argentinos, se desprende la pregunta de si esos logros se alcanzarán cobrando impuestos como en Francia o como en Guatemala.

Beneficio concentrado, agujero para todos

Dado el avance inédito de dos derechas agresivas, una anarcocapitalista y otra patrimonialista, que se desviven por demostrar quién consolidará más privilegios y aplicará más recortes, podría esperarse de una alianza del peronismo y la centroizquierda que levante la bandera de una reforma impositiva que tienda a la igualdad: mayor carga a las rentas altas, bienes personales y grandes fortunas, más retenciones a exportadores privilegiados por la naturaleza y eliminación de exenciones absurdas; menos IVA e ingresos brutos y mejores condiciones para pymes y autónomos de ingresos bajos. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero una forma de empezar es no arrasar en plena campaña electoral con un impuesto progresivo que, de por sí, representaba una de las cargas más bajas incluso entre países sudamericanos.

Con el nuevo esquema, unos 90.000 directivos de empresas, gerentes y jubilados de privilegio que ganen más de $1.770.000 (US$ 5.000) quedan comprendidos en el tributo de ganancias (renta o ingresos). No es difícil prever que un juez aguarde solícito un pedido de cautelar para que cese el cobro contra un pobre gerente que se sienta discriminado.

El cálculo del Ministerio de Economía es que el beneficio de ganancias (renta o ingresos) para más de 800.000 trabajadores tendrá un costo fiscal de $1 billón por año, unos US$2.800 millones. En otros términos, un ingreso mensual de $42.000 para dos millones de niños durante un año —lo que equivaldría probablemente a sacarlos de la pobreza— o la construcción del segundo tramo del gasoducto Néstor Kirchner, que permitiría acelerar las exportaciones de gas y fortalecer las reservas del Banco Central.

El respaldo a la medida recorrió el Frente de Todos/Unión por la Patria, con alguna crítica oblicua, no de fondo, del sector de Juan Grabois. Los sindicalistas hicieron cola para celebrar la medida “a favor de los trabajadores”. Algunos titulares de gremios e intendentes de municipios en los que el tributo tiene un peso imperceptible demostraron falta de comprensión de qué se trata.

Paneles, tapas, zócalos y columnas se volcaron a celebrar una medida que, si la hubieran tomado Bullrich o Milei, habría merecido cuestionamientos por la distribución regresiva del ingreso

La novedad también mereció festejos en la prensa oficialista. Durante sus mandatos, Néstor y Cristina Kirchner contaron con un conglomerado afín, fuera por razones ideológicas o por negocios, que actuó en resistencia al imperio Clarín. En su momento, ese espacio de adhesión al kirchnerismo habilitó disidencias de fondo y forma; abrió sus páginas al debate sobre el perfil del gobierno al que apoyaban. Una década más tarde, el matiz se evaporó, con pocas excepciones. Paneles, tapas, zócalos y columnas se volcaron a celebrar una medida que, si la hubieran tomado Bullrich o Milei, habría merecido cuestionamientos por la regresividad.

La coherencia de los Kirchner

Máximo Kirchner vio en el anuncio de Massa la oportunidad de romper el silencio “reflexivo” que se había autoimpuesto desde las PASO. “Significa recuperar poder adquisitivo de las mujeres y los hombres en la Argentina que trabajan en medio de una situación muy difícil impuesta por las condiciones del endeudamiento que generó Macri y del acuerdo que firmó (Martín) Guzmán”. El diputado parece dispuesto a llevar hasta el final su gran aporte al gobierno del Frente de Todos, que fue borronear la responsabilidad del expresidente de Cambiemos por tomar una absurda deuda externa, gracias a su obsesión de poner en el centro de sus críticas al primer ministro de Economía de Alberto Fernández.

El razonamiento de Máximo Kirchner obliga a la violencia intelectual que concibe a Guzmán como entreguista y traidor, y a Massa, como “un compañero que agarró la papa caliente”.  El primero refinanció el préstamo de Macri contra las cuerdas, al cabo de una pandemia enfrentada sin caja en el Estado; el segundo renegoció los términos en medio de una sequía histórica. Ambos se sometieron a las reglas del FMI, bajo el gatillo del default, cuyas consecuencias serían todavía más graves que un mal acuerdo. “Con el cuchillo entre los dientes”, Massa no pudo evitar una devaluación lacerante de 18% descerrajada en una mañana poselectoral que derivó en el mayor índice inflacionario mensual en tres décadas. Se ve que el FMI no se conmueve ante los espasmos antiimperialistas del PJ Bonaerense.

Habrá que seguir los acontecimientos para corroborar si Máximo Kirchner estaría por dejar de lado su obsesión con Guzmán para reemplazarla por Axel Kicillof, gobernador con votos propios que comete el pecado de buscar otros pentagramas.

La historia explicará la extraña predilección de los Kirchner por transferir ingresos (subsidios, rebajas impositivas) a un estamento social que, en gran medida, les tiene tirria

Se debe reconocer un rasgo de coherencia en el diputado bonaerense. Junto a su madre y vicepresidenta, batalló para prolongar los subsidios masivos de gas, agua y electricidad que benefician, antes que nadie, a quienes más consumen esos servicios, es decir, los hogares más pudientes. Es el mismo segmento que ahora recibirá el billón de pesos de la exención de ganancias (renta o ingresos). La historia explicará la extraña predilección de los Kirchner por transferir ingresos (subsidios, rebajas impositivas) a un estamento social que, en gran medida, les tiene tirria.

En lo que parece un desvarío intelectual, cristinistas, massistas y sindicalistas VIP apelan a un argumento libertario para defender los subsidios y las exenciones impositivas a los ricos. Afirman que el dinero ahorrado se vuelca en consumo y ello dinamiza la economía. Es un razonamiento clásico del sector ultraliberal del Partido Republicano de Estados Unidos, o de Milei.

A lidiar con la picardía

El paso de Massa funcionó, porque la oposición se verá en un brete si el proyecto de eliminar ganancias (renta o ingresos) a los trabajadores llega al recinto. Por ahora, Economía modificó la base imponible, mientras que la ley a ser votada en el Congreso directamente eliminará la “cuarta categoría”.

La victoria, si ocurriere, será de poca monta, porque habrá que cubrir el agujero. Circulan ideas como retomar la ilusión de que los jueces paguen el tributo (spoiler: imposible en el trimestre final de un gobierno débil, por derrota legilslativa o judicial), o extender el impuesto especial a bienes importados estipulado tras la devaluación. Normalizar la emergencia, un clásico.

A los pocos días del anuncio sobre el impuesto a la renta de trabajadores en relación de dependencia, Economía anunció la devolución de IVA para compras de la canasta básica alimentaria con un techo de beneficio de $18.000 mensuales por contribuyente y créditos a tasa subsidiada para 21 millones de personas. La diferencia en el bolsillo del descuento para la familia de ingresos bajos que no siempre tiene a mano un comercio que le facture en blanco y el plus de ganancias para el empleado con un sueldo hasta $1.770.000 habla por sí sola.

En la estimación de EPyCA consultores, parte de esa exención del IVA podría ser recuperada por mayor consumo y pago de otros impuestos, dado que incentivaría la formalidad de la compra. El costo total entre la modificación de ganancias e IVA será, según la firma que dirigen Martín Kalos y Fiorella Robilotta, de 1% del PBI. Los fondos no están, y si llegan por vía de la emisión de billetes, la inflación hará lo suyo.

El macrismo frente al espejo

Juntos por el Cambio navega entre la precipitación tuitera de Bullrich y compañía, y la liviandad del macrismo para prometer una cosa y la contraria (“En mi gobierno, los trabajadores no van a pagar impuesto a las ganancias”, Macri, 2015) sin rendir explicaciones.

El exmandatario interrumpió sus vacaciones para hacerse entrevistar en un par de canales. Posa de estadista. Nadie cree en esa figura más allá de él mismo, los ideólogos de los medios que le abren las puertas, el dueño de Lago Escondido, Maximiliano Guerra y Javier Milei. No se ve necesitado de responder por el abrumador legado de su gestión, ni los negocios de su familia y sus amigos forjados a partir de sus decisiones de gobierno, ni el espionaje ilegal, ni la presunta mano de Paul Singer en el financiamiento de su campaña presidencial. Es la democracia normal que el macrismo dejó sellada a partir de lazos de hierro con la propiedad de los principales multimedios y los jueces federales que le limpian causas.

Voces de Juntos por el Cambio dejaron saber sus críticas a la virtual eliminación del impuesto a las ganancias (renta o ingresos). Loable intención redistributiva que tendrán que discutir con Bullrich y las principales espadas de la alianza conservadora, que expusieron lo contrario hasta hace días. De paso, Juntos por el Cambio podría revisar la anunciada eliminación de retenciones al agronegocio, segmento que se verá de por sí beneficiado por la devaluación que promueve Bullrich, revestida de “economía bimonetaria”, o la consabida vocación por reducir gravámenes a la riqueza. El gobierno de Macri provee lecciones sobre la debacle que genera desfinanciar al Estado mientras se implementa una devaluación irresponsable.

Todo el arco opositor mostró acuerdo conceptual con la reforma regresiva de ganancias (renta o ingresos), pero tachó la medida como “electoralista”, una obviedad. Diputados de Juntos por el Cambio y gran parte del resto de la oposición reescriben borradores para votar en contra de la iniciativa sin escracharse a sí mismos.

La crítica por el electoralismo sería más efectiva si no existieran los videos de Macri en esta misma instancia en 2019 anunciando beneficios similares, con el préstamo más grande de la historia del FMI en su difuminación final. Todo el mundo sabe que las promesas de dolarización sin dólares y de “un sistema holístico para que los argentinos pasen del llanto a la alegría” contienen un alto contenido programático, cero electoralismo. Ni hablar del primo cordobesista de las derechas que jamás incurrió en esa tentación de conseguir votos fáciles sin calibrar las consecuencias.

La consigna, ante todo 

¿Qué tiene para decir el Frente de Izquierda y los Trabajadores de todo esto? Sostiene Myriam Bregman, su candidata presidencial: “Nosotros tenemos proyecto de eliminación de ganancias para la cuarta categoría de todos los trabajadores bajo convenio. De hecho, nos opusimos fuertemente cuando este mismo gobierno quiso extender el impuesto a los salarios y cobrarles a los trabajadores judiciales. Ahora hacen un uso electoral de un antiguo reclamo”.

La postura tradicional en la izquierda argentina es que sólo los dueños del capital pueden tener “ganancias”, no los trabajadores, aunque reciban salarios altos, porque obtienen una remuneración inferior al valor de lo que produce su trabajo. Una elaboración teórica que, a la hora de la verdad, hace que la carga del funcionamiento del Estado recaiga en mayor proporción en trabajadores de menores ingresos.

La perplejidad que despierta ese consignismo hace juego con aquélla que causó el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST, hoy dentro del FIT) en 2008, cuando se dejó poner en un corralito en Avenida Figueroa Alcorta en apoyo a la manifestación convocada por la Sociedad Rural Argentina, contra la resolución 125 que elevaba las retenciones. En aquel momento, la proclama fue “los chacareros junto al pueblo trabajador”.

Quedó para las humoradas de la historia.

SL/DTC

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