Golpe a golpe, verso a verso
Durante milenios los cristianos, durante siglos los socialdemócratas coincidieron en que pueden las almas más pobres ser las más dignas, pero toda pobreza es indigna. Un siglo y medio atrás, la mariscala y generala Juana Azurduy de Padilla llevaba una sobrevida miserable en la capital boliviana. “La acosábamos a preguntas”, dirá Gabriel René-Moreno, que en 1850 se había mudado a la andina Sucre desde la plana Santa Cruz para continuar la escuela secundaria. La República de Bolivia cumplía 25 años: el país que hizo de la onomástica del liderazgo militar su toponimia administrativa estratégica también se había inventado una tradición sobre sus orígenes, una fábula sobre su llegada a la vida independiente. Las voces que podían disentir o dotar de densidad al relato, más indiscutido que indiscutible, se iban apagando. No había lugar para lideresas de la Emancipación que sus beneficiarios, varones criollos, buscaban monopolizar. No lo hubo para la eficaz Juana, que en 1809 había militado en el primer Grito Libertario de América, aquel que depuso a las autoridades coloniales en la ciudad altoperuana que todavía no llevaba nombre de Mariscal y se llamaba Charcas. El adolescente René-Moreno iba a volverse un escritor boliviano único en su clase por componer, sobre la Revolución de Chuquisaca, una narrativa sin par en la literatura hispanoamericana, Últimos días coloniales en el Alto Perú.
El jueves en la República Argentina se recordó el 24 de marzo de 1976, los sucesos de un día, que también había sido jueves, al que sólo tardíamente la administración nacional reconoció en su trágica significatividad. Un golpe de Estado al que le faltan cuatro años para ser viejo de medio siglo. Se volvió fecha pública cuando, como es inevitable, son menos quienes la vivieron en sus mundos privados, sea con más pasión, sea con más acción, y sobreviven. De manera no menos inevitable, sólo con la perspectiva del tiempo se fue conociendo el carácter y los rasgos colectivos de la dictadura cívico-militar -a la que entonces nadie llamó así- que entonces principiaba. Hoy quienes todavía pueden dar algún testimonio de las aceleraciones que precedieron al Golpe y de las morosidades que siguieron, ya están más cerca de la tumba que de la cuna, porque por fuerza han superado ese cincuentenario que el primer comunicado de Videla-Massera-Agosti todavía no ha cumplido. Pero nadie, aun naciendo después del colapso de Malvinas, que residiera o visitara el suelo argentino, puede dejar de advertir cómo, a lo largo de cinco décadas, había variado a su alrededor el sentido común sobre una dictadura que se llamaba gobierno militar o de facto, sobre un Golpe al que se llamaba Revolución (como la Revolución Libertadora que en 1955 había derrocado a un gobierno elegido con Perón en la fórmula presidencial, como la Revolución Argentina que en 1966 había derrocado a un gobierno elegido sin Perón).
El miércoles, en el Día del Mar boliviano, el presidente Luis Arce Catacora destacó el progresismo de su flamante par chileno y confió en que "ponga fin al enclaustramiento oceánico" de su país. Gabriel Boric aclaró que "Chile no negocia su soberanía".
En Chile, asumió el 11 de marzo el primer presidente, desde 1973, que llamó dictadura sin adjetivos ni atenuantes al gobierno nacido del golpe de ese año, y pinochetista a la Constitución que todavía sigue vigente. En Bolivia, se ahonda el disenso sobre la índole de los hechos de noviembre de 2019. Sobre si la poco espontánea renuncia del Ejecutivo de Evo Morales y Álvaro García Linera, movidos a una decisión que jamás habría sido la propia sin los acosos intimidatorios de quienes impugnaban su cuarto triunfo consecutivo en presidenciales que probaban que eran electoralmente imbatibles, constituyen un Golpe de Estado o una transición fruto de una encomiable resistencia democrática. Esta discusión, en un país que desde 2009 ya no es la República olvidadiza que en 1862 había dejado morir en la viudez pobre e indigna a Juana Azurduy de Padilla, sino Estado Plurinacional, divide como ninguna otra a oficialismo y oposición. Une a toda Bolivia, en cambio, la reivindicación por la salida al Océano Pacífico. Su litoral oceánico fue ocupado y apropiado por el Ejército chileno en la Guerra de 1879, en la que primero Bolivia y después Perú fueron derrotadas. Según Chile, la soberanía que ganaron sus tropas es legal y es legítima; según Bolivia, nació de una ofensiva militar unilateral, y es inadmisible alegar una invasión como fuente de derechos. El miércoles 23 se celebró en La Paz, sede de gobierno boliviana (no capital, que es Sucre), el Día del Mar, el más patriótico del calendario político anual, sea quien sea quien ocupe la Presidencia. Luis Arce Catacora destacó el progresismo de su par Gabriel Boric, con el que existen afinidades ideológicas, citó a Salvador Allende, y confió que bajo su “liderazgo” “se ponga fin al enclaustramiento del pueblo boliviano”. Recientemente el nuevo presidente chileno aseguró que existe la “predisposición” para mejorar la situación. Sin embargo, aclaró que “Chile no negocia su soberanía”. Chile y Bolivia no tienen relaciones diplomáticas desde la década de 1970.
Si Satisfaction en la ESMA: Música y sonido durante la dictadura (1976-1983) puede ser en este marzo un libro sin par se debe a que Abel Gilbert supo escuchar entre ruinas. Insatisfecho, como el boliviano Gabriel René-Moreno oía, porque preguntaba, a una decrépita Juana Azurduy, en la pobreza de sus últimos años, para después escribir esa historia única que es Últimos días coloniales en el Alto Perú. Que compuso, nunca completó, en el destierro chileno, acusado de traidor en la Guerra del Pacífico. Como alguien que preguntaba a alguien que ya estaba allí, en 1809, en la Revolución de Chuquisaca, al inicio de la Independencia americana, como alguien que estaba aquí, en 1976, y nunca dejó de preguntarse, ni el primer día. Cuando se cumple un mes de guerra en Ucrania, es un día que no es una fecha, sólo una efemérides decimal, y duodecimal, de hechos violentos cercanos que se dejan derivar limpiamente de otros, más alejados, pero en absoluto remotos. Los de un golpe de Estado en Kiev, que llevaron a que Víktor Yanukovich, cuarto presidente de Ucrania, desapareció sin destino conocido hacia fines de febrero de 2014, para después asilarse en Rusia, acusado de traidor a su patria. Golpe de Estado, o bien, 'Revolución de la Dignidad“, como se la llama ahora, rutinariamente, en ucraniano.
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