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Cartografía por decreto
Análisis

Por orden de Trump, la montaña más alta de EEUU será republicana y se llamará Presidente McKinley

El presidente de EE.UU, Donald Trump, durante su discurso en el Capitolio de EE.UU. en Washington.
10 de marzo de 2025 12:23 h

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En solo 43 días firmé más de 100 decretos. Estos números precisó en Washington el martes 5 de marzo el presidente n°47 de EEUU en la primera alocución anual de su segundo mandato, pronunciada ante la Corte Suprema y las dos Cámaras del Congreso reunidas en Asamblea Legislativa bajo la cúpula del Capitolio. Donald Trump habló durante una hora y cuarenta minutos y encontró tiempo para añadir detalles a sus precisiones. Abundante y militante, la firma cotidiana de executive orders no fue fanática porque no fue monotemática, sugirió. Esta práctica presidencial sigue en curso, sin arritmias o desfallecimiento, en la Oficina Oval. Trump gobierna por decreto y los decretos del republicano que asumió la presidencia el 20 de enero versan sobre materias de muy diversa enjundia y gravitación.

Dentro de la masa de decretos, las órdenes que reforman la cartografía regional y nacional -decisiones fruto de una geopolítica internacional revisada por Trump en violenta clave a la vez expansionista y proteccionista- sobresalen por su radicalidad, frecuencia, e intransigencia. Apenas recibidas de manos del demócrata Joe Biden las insignias del Poder Ejecutivo, en su discurso inaugural Trump reveló que había hallado un precursor en la figura del presidente William McKinley. Un republicano que miraba Panamá y Puerto Rico con los ojos con que Trump mira a Canadá y miró a Ucrania el  presidente ruso Vladimir Putin. Desde el 20 de enero todo documento público debe evitar el uso del orónimo “Monte Denali”. (En lengua atabascana, Denali es “el más grande”). El nombre oficial del pico montañoso más alto de América del Norte es ahora Monte McKinley. La mayor cumbre de EEUU llevará el apellido del adalid del colonialismo, mártir del proteccionismo y profeta del trumpismo al que en 1901 mataron dos disparos a quemarropa de un anarquista de padre y madre inmigrantes.

El activismo toponímico, de la izquierda a la derecha

El activismo toponímico es una política pública de la memoria que históricamente se ha visto una y otra vez asociada, en el último medio siglo, con períodos o circunstancias donde la izquierda ocupó el poder o influyó en las decisiones de gobierno. La derecha habitualmente es conservadora. Su fondo de comercio es la historia, la tradición y el patrimonio. Se opone a cambios que invocan progresos y que socavan las formas de convivencia heredadas y lesionan el relato convencional del pasado. En cambio, para Trump -y esto apuntala el compararlo con el presidente argentino Javier Milei-, es una pesadilla la historia, en especial la del último medio siglo progre. Una edad oscura de élites que sin mentirle al electorado sin embargo lo engañaban: los candidatos izquierdistas muchas veces ganaban el voto que pedían para programas de cuyas falacias ellos habían sido las primeras víctimas. Por todo ello, el activismo toponímico de las izquierdas es mayormente innovador. El de las nuevas derechas es frecuentemente restaurador.

Devuelven vigencia a los signos de una edad dorada pretérita, obliterados y burlados por revoluciones y populismos causantes de la decadencia y caída que nos desbarrancaron en un presente catastrófico. Así procuran vincular sin discontinuidades, en una línea rectificada por la eliminación de segmentos inenarrables, un pasado de oro con la nueva edad dorada hacia la cual saben llevarnos siempre y cuando nos dejemos conducir.

El Monte McKinley ex Monte Denali es la montaña más alta del mundo, medida su altura desde el pie hasta la cumbre; medida la elevación desde el nivel del mar hasta el vértice superior del monte, son más altas el Everest y el Aconcagua. Datos como este añaden resonancias, en otras tonalidades de soft-power nacional e internacional, a las repercusiones que el cambio del orónimo hace oír.

Gobernar es dar y quitar nombres (y rebautizar es cancelar bautismos)

Desde su primer día en la Casa Blanca Trump ordenó sus sustituciones en la toponimia. En aquellas que lucen innovadoras, más importante que lo nuevo que empieza a existir es lo viejo que ha dejado de existir de inmediato por obra de lo dispuesto en la orden ejecutiva. Las aguas del antes Golfo de México son ahora de América en virtud de una decisión ejecutiva que hizo realidad una promesa de campaña. La empresa petrolera Chevron, que tiene pozos activos en esas aguas, fue la primera en pasarse a Golfo de América y en proceder al cambio de nombre en todos sus documentos y plataformas. Associated Press (AP) no lo ha hecho aún, y tal su demora o disidencia le ha valido a la más antigua agencia de noticias de EEUU la exclusión de sus periodistas de la Oficina Oval y de las conferencias de prensa de la vocería de la Casa Blanca en castigo por publicar “noticias falsas” y negar la realidad de los hechos.

Los cambios de los nombres que restauran en la cartografía actual una toponimia anterior significan, simultáneamente, la revocación de otras sustituciones, previas y progres. El Decreto Presidencial 14172, titulado “Restaurando Nombres que Honran la Grandeza de EEUU”, ordenó que el nombre oficial del pico más alto de América del Norte sea Monte McKinley. Por ineludible efecto simultáneo del mismo decreto, la vigencia de Monte McKinley equivalía a la obsolescencia de “Monte” a la obligatoriedad de cancelada la anterior designación Monte Denali, vigente y obligatoria en la documentación pública y en las comunicaciones del Estado hasta el 20 de enero en que Tump firmó el decreto en sus primeras horas como presidente en funciones.

En el caso del nombre de este Monte de Alaska, sustituir era revocar y revocar fue restaurar. Pero restaurar el orónimo Mount McKinley fue percibido políticamente también, y de inmediato, como abolir una sustitución progre anterior. El decreto de Trump de 2025 canceló un decreto de 2015 de Barack Obama. En su orden ejecutiva, el presidente demócrata consagraba “Monte Denali” como nombre oficial de la montaña. Y cancelaba el uso de Monte McKinley, designación anterior, pero posterior al año 1867, cuando el gobierno de EEUU compró el territorio de Alaska firmando un cheque por 7,2 millones de dólares todavía convertibles en oro (igula a unos 129 millones de dólares de 2023), pagaderos a un Imperio Ruso desesperado por la iliquidez y necesitado de efectivo urgente.

Todos los mensajes del Presidente

Dado que hay que ocuparse de todos o de muchos, la ración de atención acordada en singular por medios y analistas a cada uno de los decretos firmados sin pausa por Trump resulta por fuerza desigual o magra. Suele extraviarse el análisis tomando atajos. Como la presunta psicología muy revanchista de Trump. Y perderse en generalidades sobre la obsesión onomástica y refundacional fascistoide propia de todo totalitarismo digno, precisamente, de su nombre.

En campaña para las elecciones que ganó el 5 de noviembre, el periodismo le preguntó al primero precandidato y después candidato oficial partidario del GOP (acrónimo inglés del Grand Old Party, el Grandioso y Antiguo Partido republicano), si buscaba la reelección presidencial y un segundo mandato en Washington como quien busca la mejor herramienta para vengarse. En cada nueva oportunidad, los periodistas estrenaban palabras diferentes para hacer esa misma pregunta, en la esperanza de al fin recibir la única respuesta que gustaría en los medios mainstream (para gustarles, esa respuesta debía ser positiva). El precandiato y candidato republicano respondió una y otra vez esa misma pregunta pero usando él, sin variar, las mismas palabras: la única revancha que vale es ganar.

Señalar o adular como típico reflejo derechista anti-woke del Presidente el ademán temprano del 20 de enero de revocar el nombre indígena que para la montaña más alta de EEUU y de América del Norte había establecido el primer presidente negro en la Casa Blanca -a instancias de lobbies ambientalistas y nativistas- puede convenir para pasar pronto al próximo decreto, al próximo renglón en el ábaco de pros y cons. Pero en el decreto de Trump hay más mensajes, enderezados hacia muchos destinatarios, diversificados. Su grado de buen éxito puede evaluarse en el que ya los haya alcanzado, en diferentes franjas y nichos.

Cuando Alaska queda en Ohio, y viceversa

En 2015, el trueque de nombres decidido por el titular del Ejecutivo demócrata había encontrado primero el rechazo, que superó, y después el repudio, que perduró, de la entera representación legislativa de Ohio en el Congreso de Washington. También enfrentó Obama la oposición de las autoridades locales de este característico swing-state del Medio Oeste. Nacido en Nells, Ohio, el republicano William McKinley compone, con su correligionario Abraham Lincoln y con el demócrata JF Kennedy, el tríptico de presidentes de EEUU asesinados en el desempeño de su cargo.

También Donald Trump había repudiado en 2015 la deserción onomástica del Monte McKinley y denunciado el snobismo etno-chic de Obama que había llegado a preferir como orónimo una palabra amerindia en lugar del nombre de familia de un presidente republicano trágicamente asesinado. Muy lejos todavía de llegar a la Casa Blanca, y cuando se oían muy raleadas las voces que apostaban a que lo lograría, el entonces precandidato convirtió en promesa de campaña la revocación de la orden ejecutiva firmada por el demócrata Obama al promediar su segundo mandato, en septiembre de 2015. El republicano Trump cumplió su promesa el 20 de enero de 2025, primer día de su segundo mandato presidencial.

Desde 2016, cuando votó por Trump, el Ohio de McKinley humillado por Obama, dejó de ser un swing-state, un estado que oscila en su voto entre los dos grandes partidos. Pasó a ser sólidamente republicano: votó por Trump nuevamente en 2020, y en 2024. Desde 2015, el gobernador del estado de Ohio es el republicano Mike DeWine (de 78 años de edad como el Presidente); en las dos cámaras del Congreso estadual los republicanos tienen super-mayorías (26/7 en el Senado y 66/32 en Representantes). Nacido en Middletown, Ohio, en 1984, el republicano James David Vance representó al estado como senador en el Congreso de Washington desde 2023 hasta a 2025, cuando el 20 de enero asumió como vicepresidente de EEUU.

McKinley, light of my life, fire of my loins

La restauración orográfica firmada en la Casa Blanca el 20 de enero se había visto precedida y enmarcada, en el discurso de inauguración pronunciado por Trump en el atrio del Capitolio, por un profuso elogio del liderazgo y el programa de William McKinley. El presidente n° 25 fue honrado por el presidente n° 45 y 47 -poco proclive a la loa de precursores escogidos--, como un heraldo de MAGA malogrado en 1901, un inocente víctima de la consigna Make America Great Again muerto en el primer año de su segundo mandato: a diferencia de Trump, este visionario del irrenunciable destino manifiesto de EEUU no sobrevivió a las balas de su atacante.

El nombre de McKInley quedará nuevamente asociado a las alturas de Alaska, un territorio boreal adquirido por EEUU en un programa de expansión territorial en su área ártica de influencia. Allí se sitúa Groenlandia, la isla más grande del mundo, que Trump anhela sumar a las tierras que tienen por capital federal a Washington DC. Aspira a que el Reino de Dinamarca le venda su protectorado insular. Que así podría incorporar a una Unión que en el siglo XIX supo comprar Alaska a los rusos y antes Louisiana a los franceses. O a incorporar como sea, ya se verá cómo -añadió el Presidente el primer martes de marzo en su discurso ante el Congreso- es un fin que justifica los medios.

Los sastres de Panamá

A McKinley sucedió su vice Theodor Roosevelt. Reelegido presidente, derrotó al Reino de España en la guerra naval de 1898, ganó las islas de Puerto Rico en el Caribe y de Guam en el Pacífico para la soberanía de Washington, y a Cuba y a las Filipinas en protectorados.

Roosevelt promovió en 1903 la secesión de Colombia e independencia de Panamá para iniciar la construcción de un Canal interoceánico en las condiciones dictadas por EEUU. En 1914 el Canal era operativo. En 1979 su control fue puesto en manos del gobierno panameño por el presidente demócrata Jimmy Carter.

Un error, según Trump. El presidente republicano, que ha hecho de McKinley fuente de inspiración primera para su segundo mandato, proclama que la reapropiación de la Zona del Canal de Panamá es un objetivo legítimo de por sí. Por añadidura, en una ocupación militar del Canal consiste el método más definitivo para librarse de toda presencia china en un área estratégica clave de tránsito y comunicación estratégica, cuyo control es inalienable e irrenunciable según la nueva doctrina geopolítica de Washington.

Peligrosa en sí misma, la actividad de Pekín en el Canal es vista como alarmante en cualquier hipótesis de conflicto. El ejemplo de Roosevelt invita a despojarse de timidez y escrúpulo fatales: conviene eliminar los riesgos estratégicos antes que sopesarlos.

Anarquistas, migrantes y asesinos

Una circunstancia última de la biografía de McKinley suma su moraleja al relato trumpista. Las dos balas que en septiembre de 1901 desangraron al presidente republicano fueron disparadas a quemarropa por Leon Czolgosz, sindicado como anarquista o anarco-sindicalista, de padre y madre migrantes de Polonia. No hace falta elaborar: salta a la vista -es decir, salta a los ojos trumpistas- el nexo entre migración, crimen, homicidio y magnicidio que fue un leitmotiv de la campaña electoral republicana. Ya presidente, Trump ha retenido ese plexo de causas y efectos como un resorte mayor de la racionalidad y justificación de las decisiones del Ejecutivo.

Todo lo justifica ese vínculo indisoluble entre migración y delitos de sangre cuya letalidad demostró el asesinato de McKinley. Así lo entiende Trump. Y, lo que es más importante, así entiende que lo entiende el electorado que noviembre le ganó la presidencia y el voto popular. Todo. Justifica el decreto que destruye el jus soli -el derecho a la nacionalidad de EEUU por el solo hecho de nacer en suelo de EEUU- y la suba promiscua de un 25% en el gravamen de los bienes importados de Canadá y de México. Estos dos países limítrofes son denunciados por Trump como promotores responsables o irresponsables -por su negligencia y falta de cooperación demostradas- del fácil ingreso a EEUU del crimen organizado, de la violencia narco, y del tráfico y trasiego de fentanilo y otras drogas, mortales para una población estadounidense que hasta ahora ha vivido y sobrevivido indefensa por débiles gobiernos inermes.

A la incriminación de su país, acusado por Trump de jamás haber cooperado lo suficiente en el combate al narcotráfico y de retacear esfuerzos y recursos en la lucha contra el crimen organizado, el premier liberal canadiense saliente reprochó ausencia absoluta de mínimo respaldo empírico probatorio. Justin Trudeau, además de dar a conocer la lista de impuestos retaliatoria que gravará con severidad importaciones de EEUU por 100 mil millones de dólares, se extendió sobre datos bien conocidos: el volumen total de fentanilo decomisado en la frontera norte de EEUU ha sido ínfimo en los últimos años, como también el de las sustancias ilegales para las que pueda rastrearse una proveniencia canadiense.

Oh Canada

En el laberinto de la guerra comercial que libra contra el mundo, Trump ha empezado a zigzaguear, pasando del anuncio de la inmediata entrada en vigencia, sin dilación, de aranceles promiscuos a las importaciones tan elevados como nunca antes se aplicaron en EEUU, a la inmediata dilación de la hora de aplicar esos impuestos, a la concesión de nuevos plazos, a la declaración de que sin esperar pensaba revocar cuanto antes las ventajas contenidas, al acuerdo para establecer regímenes especiales para las tres grandes empresas automotrices (con sede en Detroit, Michigan, en la frontera con Canadá).

En el rubro justificaciones, Trump sigue hallándolas en McKinley, rico en alternativas. Si Canadá no merece que se le aumente el monto de los derechos aduaneros en castigo por crímenes y culpas en su lucha deficiente contra el narco, porque ni tiene culpa ni ha cometido crímenes, sin embargo es necesario de todos modos arancelar las importaciones canadienses. Porque el ejemplo de McKinley le ha enseñado, asegura Trump, que es el proteccionismo, y sólo el proteccionismo, el que asegura la riqueza de las naciones, si quieren volver a ser grandes.

Altibajos en la Bolsa, confusiones en Wall Street, reclamos y advertencias corporativas parecen invitar a Trump a la sobriedad. Entretanto, Justin Trudeau, que ya ha renunciado como primer ministro y como líder liberal -está desempeñando como interino las funciones de Jefe de Gobierno hasta las próximas elecciones-, ha ganado gracias a sus vivaces duelos verbales con Trump una popularidad que los políticos rivales del Partido Conservador le envidian, y que saben ya que será invencible.

El domingo 9 de marzo, Mark Carney se impuso en la interna y fue elegido como nuevo líder del Partido Liberal (aquel que se inclina más hacia la izquierda en el bipartidismo del sistema político canadiense). Este hábil economista, al que sin vacilar todos califican ante todo como boring (aburrido), ex director del Banco Central de Ottawa, será el próximo primer ministro de Canadá. Gracias a Trudeau, gracias a Trump: gracias a McKinley.

AGB/MC

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