Injusticias de Estado y justicia de mercado
¿Qué hacer con los discursos de odio? ¿Cuál es la estrategia más eficaz para desactivar su capacidad de seducción social? ¿Cómo distinguirlos de las legítimas expresiones de descontento que expresa la ciudadanía? Estas preguntas se vuelven cruciales para una sociedad que no ha quedado inmune al poder de contagio que reveló su circulación intensificada en un contexto de crisis planetaria como la que nos toca vivir.
A la hora de deshilvanar estos discursos abigarrados en nuestro país, las retóricas de la desigualdad se presentan como uno de sus nudos más complejos. Narraciones justificatorias que se acercan a las opacidades de nuestra vida en comunidad ofreciendo aquello que escasea en un contexto de pauperización generalizada: el sentido. Y lo hacen mediante el procedimiento de una abstracción simplificadora ante la cual todas las desigualdades estructurales se reducen a diferencias morales entre voluntades individuales.
El capitalismo explota, oprime y excluye. Pero también justifica, ofrece motivos y, sobre todo, nos promete ganar. Seduce incitando al goce. Las retóricas de la desigualdad parten de una constatación en principio realista: en el capitalismo el mundo se divide en ganadores y perdedores. Pero a diferencia de quienes critican esta división por ilegítima, esas retóricas la justifican. Y al hacerlo, bloquean la posibilidad de cuestionarla. Como cualquiera puede ganar, y como nadie quiere perder, la cuenta positiva se convierte en motivo de desvelo. Sobre todo para aquellos que pierden.
El capitalismo explota, oprime y excluye. Pero también justifica, ofrece motivos y, sobre todo, nos promete ganar. Seduce incitando al goce.
Algo de esto se deja ver en quienes se irritan por las políticas de redistribución de ingresos que implementa el Estado, entre ellas, el Ingreso Familiar Excepcional (IFE) creado en pandemia. ¿Qué fantasías y qué argumentos justifican este rechazo o percepción negativa sobre estas medidas? Las retóricas de la desigualdad decodifican al IFE en la semántica del plan, y como éste, en términos de “dádiva”, “regalo”, “algo que les viene de arriba”. Como si su lógica no tuviera más razón que el azar, y cayera a veces donde tiene que caer y otras, las más de las veces, en manos equivocadas. O bien, como si su azar estuviera atado a una proximidad con el poder político al cual, a su vez, sirve.
Lo que parece configurarse entre quienes hablan desde estas retóricas es una fantasía que clasifica y ordena a esta población heterogénea y desconocida de “beneficiarios” según dos tipos. El primero condensado en la figura de “el planero millonario”: describe un prototipo social que actúa de manera estratégica acumulando plan tras plan y amasando a partir de él una pequeña gran fortuna que excede con creces al magro ingreso o salario de un trabajador promedio. El segundo tipo es “el planero cómodo”: aquel que “la tiene fácil” porque el Estado le da la plata, los comedores populares la comida y se viste con lo que puede conseguir por pocas monedas en el mercado de trueque. Para quien todo está más o menos a la mano, la opción de conseguir un trabajo no resulta en absoluto seductora. ¿Por qué someterse a un patrón, a un jefe, a una relación de dependencia que supone disciplina y esfuerzo pudiendo evitarla casi sin costo? El espacio que queda entre la imago del acumulador ambicioso y la del conformista minimalista es llenado por imaginaciones de consumos o prácticas inmorales sostenidas por fondos públicos: vicios, prácticas indebidas, gastos improductivos.
La percepción de esa “injusticia del Estado”, basada en una politización ilegítima de las relaciones sociales suele acompañarse por la creencia en una “justicia del mercado” orientada por una economía despolitizada, que ordena únicamente según criterios imparciales de productividad marginal y eficiencia. Quienes se distancian imaginariamente de las personas que perciben planes (los “otros”) se identifican con quienes “emprenden”. En la sociedad argentina actual esta palabra se ha convertido en un verdadero fetiche. Seña bajo la cual se invoca cualquier “hacer”, una disposición activa del individuo, monetizable. Nombre con capacidad de aludir a cualquier estrato social: desde grandes empresarios a cooperativistas, pasando por cuentapropistas y changarines. Emprendedores podemos ser, ya somos desde siempre, todos. Realización ilusoria de la utopía libertaria de un mundo habitado sólo por emprendedores que prescinde de toda forma de sociedad.
Muchos de nuestros informantes han justificado el enriquecimiento de grandes empresarios argentinos en pandemia apelando a las circunstancias excepcionales de la crisis (“el consumismo”, la “necesidad de comprar bienes por medio de Internet”, la “visión audaz de una idea”, etc.), pero sobre todo ofreciendo un enaltecimiento moral: quien decide “hacer”/“emprender” en un contexto recesivo merece el mayor de nuestros respetos y la más grande recompensa. De allí que las desigualdades entre capital y trabajo que marcan el abismo de la sociedad capitalista y que, en un contexto de crisis se profundiza con altas tasas de desempleo y pobreza, queden morigeradas por una retórica que naturaliza el principio de distribución individualizando responsabilidades y abstrayendo las contradicciones estructurales del presente.
Quienes se distancian imaginariamente de las personas que perciben planes (los “otros”) se identifican con quienes “emprenden”. En la sociedad argentina actual esta palabra se ha convertido en un verdadero fetiche.
Por ello, para el keynesianismo invertido de las retóricas de la desigualdad el Estado debe reducir sus cargas fiscales. Así la “rueda” podría volver a circular, y aquello que más nos acecha, perder el trabajo o no conseguirlo, podrá ser conjurado. Si el Estado genera las condiciones para que los emprendedores, sea el magnate millonario o el vendedor de calzado por Internet, puedan triunfar en sus inversiones, se podrán armonizar la justicia del mercado y la justicia de la política.
En este trabajo de la ideología neoliberal queda poca energía para interrogar cuánto de esos subsidios (planes) retribuyen un valor social no pago o “mal reconocido”, cuánto aportan al sostenimiento de las tramas sociales o cuánto hacen menos indignas ciertas vidas; tampoco permiten estas ideologías indagar qué nivel de carga impositiva representa la economía argentina en comparación con otras economías desarrolladas.
Estas y otras preguntas resultan fundamentales para desactivar las fantasías que movilizan los actuales discursos de odio y las retóricas de la desigualdad. En efecto, la tarea de confrontarlas con evidencia empírica contribuye a limitar su poder de seducción, y a diferenciarlas de las legítimas expresiones de descontento de quienes más se han visto golpeados por la crisis.
Pero esto no alcanza. El crecimiento político de las derechas lo demuestra de la manera más ominosa. El desvelamiento mediante la comparación científica entre realidad y mito olvida que el discurso, incluso el más miserable, también produce realidad. Por ello necesitamos preguntarnos por qué estas narraciones se vuelven tan atractivas para quienes sufren las consecuencias de contextos recesivos como el nuestro.
Pues si el poder de estas retóricas residiese en ofrecer un acercamiento, aunque tan sólo sea imaginario, con esos pocos, inaccesibles y escurridizos ganadores del capitalismo, entonces asumir estrategias de comunicación política que permitan nuevas solidaridades y formas creativas de articulación social se vuelve fundamental.
Volviendo a llamar por su nombre las injusticias que reproduce el capitalismo podremos imaginar las identificaciones sociales necesarias para una revitalización de nuestra democracia.
MC/AP
* Este trabajo se basa en materiales producidos por la Red ENCRESPA, en el marco del Proyecto “Identidades, experiencias y discursos sociales en conflicto en torno a la pandemia y la postpandemia”, que forma parte del Programa de Investigación de la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC). Las ciencias sociales y humanas en la crisis COVID-19 (Agencia I+D+i). Más información en http://encrespa.web.unq.edu.ar/.
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