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Al final, no era tan así

Estados Unidos trae el caos al mundo para no cederle el liderazgo a China

Donald Trump firma la orden ejecutiva en la que aplica aranceles mínimos del 10% al resto de países del mundo.
6 de abril de 2025 00:19 h

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Marco Polo inició un viaje por Asia en el siglo XIII. Lo comenzó en las costas del mar Adriático y recorrió desde los territorios de Palestina y Turquía hasta la corte del emperador mongol, Kublai Kan, en la ciudad de Khanbaliq, actual capital de China, Pekín.

El periplo del gran explorador veneciano es el punto de partida de un gran libro de artículos del historiador estadounidense Robert D. Kaplan (El retorno del mundo de Marco Polo, 2018), y sirve para explicar el porqué del caos que está propiciando Donald Trump con su furiosa guerra comercial.

Si se quiere entender la gran estrategia de China en la actualidad, señala Kaplan, no hay más que fijarse en el imperio de Kublai Kan. “El distintivo emblemático de la Pax Mongolica no fue la proyección de poder militar, sino la extensión de las rutas comerciales”; un proceso que facilitó un comercio entre Europa y Asia sin precedentes. 

Lo que Kublai Kan promovió siete siglos atrás es lo que hoy el Estado chino denomina “La Nueva Ruta de la Seda”. Un enorme territorio que conecta el mar Índico con el Mediterráneo, europeo pero también africano y de Oriente Próximo. Una vasta extensión interconectada física, tecnológica y financieramente para promover el comercio.

Kaplan escribió varios de los ensayos de su libro entre los años 2007 y 2016. Han pasado ya varios años y la estrategia de China no solo ha logrado plasmarse sino que —hasta podría decirse— resultó mucho más efectiva y exitosa de lo que los propios jerarcas del gobierno chino se imaginaron. No hay más que ver lo que sucede con el sector automotriz, la industria referente del desarrollo de un país (al menos en los últimos setenta años).

Esta semana, la empresa china BYD registró un aumento del 58% en las ventas de sus modelos en el mercado europeo durante el primer trimestre. En contrapartida, la marca norteamericana Tesla sufrió una notable caída. En Francia, por ejemplo, cayó casi un 40%, mientras que en Suecia la caída fue del 69%. En el plano financiero, BYD vio un ascenso de sus acciones del 45%, mientras que las de Tesla se redujeron en un 36%.

El dato es elocuente, pero se podrían agregar muchos más para reflejar el creciente poderío chino. En estos días se supo que la potencia asiática alcanzó un récord de superávit comercial con el mundo cercano a un trillón de dólares. Otro podría ser el batacazo de Deep Seek en el ámbito de la inteligencia artificial; un hecho que mostró —a propios y extraños— las capacidades de la potencia asiática en el sector más avanzado de la tecnología global. 

Si el emperador Kublai Kan pudiera observar el desarrollo monumental de China, no dudaría en celebrarlo con un gran banquete y una exhibición de habilidades ecuestres, como en los mejores días de su imperio. En estos días, el Estado chino lo hace transformando ciudades en hubs tecnológicos donde la automatización y los robots son parte del paisaje más mundano. 

Los funcionarios del gobierno de Trump son conscientes del despegue imparable de Pekín desde hace tiempo. Otros lo incorporaron en los últimos años. Sin embargo, todos parecen comulgar con la misma idea de que el liderazgo de China está directamente relacionado con el posible ocaso del liderazgo de Estados Unidos. El vicepresidente J. D. Vance suele regalar varias definiciones sobre lo que piensa Washington al respecto, desde que el país está “inundado de productos baratos chinos” y que China ha “robado muchos empleos norteamericanos”, hasta que la potencia asiática es la “principal amenaza”.

En ese contexto, parece claro que la mejor forma que ha encontrado Estados Unidos de contrarrestar los planes chinos —aquellos que Marco Polo observó varios siglos atrás— es volar por los aires el comercio internacional. El mismo que propició el ascenso de China, pero también el de Estados Unidos, antes de que el culto al dinero y la cultura de las corporaciones engulleran al Estado norteamericano, y con él a sus dirigentes políticos (demócratas o republicanos, da lo mismo).

Parece difícil que el presidente Trump consiga algo. Un cambio del orden económico como el que profesa debería poder sostenerse durante muchos años. Pero incluso así, se enfrenta a la propia China (que ya respondió con el espíritu de ojo por ojo, diente por diente), y también a otros grandes jugadores como la Unión Europea, el resto de potencias asiáticas, India e incluso Brasil o México, que prevén un mayor beneficio en defender el actual status quo que en lanzarse a uno inédito y de consecuencias inciertas.

De todas formas, Kaplan sostenía ya hace una década que Estados Unidos estaba en retirada. Más interesante aún, señalaba que “lejos de ser el capricho ideológico de un presidente, esta novedad marca el inicio de una nueva fase en la política exterior estadounidense, tras la hiperactividad de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría, y tras las largas réplicas de ambos conflictos en los Balcanes y en Oriente Próximo y Medio”.

Lo que viene, sugiere el historiador norteamericano, es el caos. “Este repliegue parcial del poder estadounidense tiene causas tanto internacionales como internas. En el frente internacional, la urbanización generalizada, el crecimiento demográfico absoluto y la escasez de diversos recursos naturales —así como el arte de la consciencia individual a raíz de la revolución de las comunicaciones— han erosionado sutilmente el poder de la autoridad central en todas partes”.

Vale aclarar que no se trata de glorificar el liderazgo de Estados Unidos. Basta con decir que, con él, el mundo sabía a qué atenerse: el orden comercial estadounidense y la supuesta defensa de la democracia, que podía llevarse a cabo por las buenas o por las malas. Lo que viene ahora es distinto. Faltan meses, años, para dilucidar lo que va a formarse, aunque ya vemos algunos indicios. 

La Unión Europea y el Reino Unido volvieron a acercarse con el afán de enfrentar juntos el tsunami de barreras comerciales. China, Japón y Corea del Sur hicieron lo mismo, desafiando el status quo posterior a la Segunda Guerra Mundial. México está jugando su propio partido. La presidenta Claudia Sheinbaum es una de las grandes ganadoras del nuevo caos comercial. No solo logró atenuar las tarifas aplicadas por Trump, sino que alcanzó unos niveles de aprobación internos altísimos. En suma, cada país está ensayando propuestas y medidas a la altura de las transformaciones estructurales y agresivas de Trump. ¿Qué está haciendo Javier Milei al respecto?

En el 2017, el expresidente Mauricio Macri —aliado zigzagueante del mandatario argentino— fue el centro de una broma que realizó Donald Trump. En la antesala de una reunión entre ambos mandatarios, el magnate neoyorquino dijo: “Yo le hablaré de Corea del Norte, y el de los limones”. Amén de la diferencia notable de las agendas, el comentario reflejaba el nivel (bajísimo) de las aspiraciones del otrora líder del PRO. Con el debido respeto que merecen los cítricos del norte y las economías regionales, parece mentira que el objetivo revelado de la gestión del presidente se redujera a ese pedido. 

La anécdota viene a cuento de Milei. ¿Qué es lo que intenta negociar el paleolibertario con su “gran amigo” Trump? ¿Qué se puede esperar tras el plantón que le dio en Palm Beach esta semana? En el mejor de los casos (para el propio Milei), el magnate neoyorquino puede ayudarle a que Argentina se endeude otra vez con el Fondo Monetario Internacional. Por lo demás, no hay ningún indicio de que el Presidente argentino vaya a esbozar un plan, una idea siquiera del lugar productivo que debería ocupar nuestro país en el contexto de este flamante caos global.

AF/DTC

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