Como micelio
Hoy a la mañana escribe en nuestro chat mi amiga Margarita, dice que buscando un mail viejo de otra cosa dio con uno mío del 2015 pidiendo ayuda para cuidar a Ramón. Dice que con otras amigas venían hablando del asunto de maternar y que le dio alegría este mail en el que yo pedía ayuda concreta recurriendo a la red de amigxs. Copia, también, la foto de Ramón que adjunté al mail: es bebé, está acostado sobre la mesa de la cocina, lleva una suerte de gorrito hecho de servilleta, cerca de su cabeza y sobre la mesa también hay tres empanadas y una palta gigante.
Recuerdo la foto, no recuerdo el mail. Lo busco, el asunto del mail es “recurriendo”. Se lo mandé a varixs amigxs y alumnas del momento, alumnas con las que tenía alguna relación más cercana o que habían -como especificaba en el mail- expresado su interés de ayudarme a cuidar a Ramón. Entonces con absoluta frialdad en este mail de ‘recurriendo’ recurría yo a ellxs queriendo hacer efectiva esa oferta de ayuda.
Ramón tenía entonces dos meses, aunque en la foto con las empanadas parezca de más. Su papá se iba de viaje por tres meses y quedaba yo a cargo. Reviso mi celular viejo y encuentro fotos de esa época, unas que creía recordar, ahí están: algunas duplas que cuidan a Ramón en mi casa mientras yo no estoy. Dos alumnas amigas entre sí, dos actrices amigas con las que estaba trabajando, un amigo con una amiga de él que le vino a hacer compañía en su rol de cuidador, algunas amigas solas. Fotos de ellxs en el espejo con Ramón en brazos; Ramón en brazos mirando a cámara en una subjetiva de quien lo sostiene, Ramón en el bebesit. Es escalofriante la cantidad de brazos que sostuvieron a Ramón desde siempre, vuelvo a comprobarlo en esta galería de imágenes: brazos y brazos y brazos que lo sostuvieron, con nostrxs cerca, con nostrxs lejos. Esa red.
Hace unos días decido finalmente ver “Fantastic Fungi”, una película de Louie Schwartzberg del 2019 que sigue más que nada a Paul Stamets, un micólogo y escritor estadounidense que estudia los hongos y sus propiedades y es una de esas personas imprescindibles del presente que aman la vida y pueden tanto y no quieren apropiarse de nada y hacen todo con alegría y por el bien común, la contracara, bah, de todos esos siomes que desenfundan y disparan para poseer y destruir, en la lógica del vínculo tóxico, donde querer tener es para fagocitar y, finalmente, destruir. Pero Stamets no, Stamets es la otra cara de la moneda, la que dice que se puede vivir bien, se puede convivir bien, todo esto no es de nadie y es de todos, observémoslo, intentemos entenderlo y aún si no lo entendiéramos, vivámosle cerca sin invadir ni explotar. Stamets dice que los hongos son medicina milenaria que cura y no es cara y no invade. Stamets dice que los hongos hasta el plástico degradan, Stamets sabe que los hongos no son ni animales ni vegetales, que son otra cosa más y que fueron la primera forma de vida en este planeta con oxígeno.
Una de las palabras que más se mencionan en la película es micelio, palabra que no había oído nunca antes. Cito de internet: Los micelios, la parte “oculta” de los hongos, son colchones conformados por marañas de filamentos interconectados que se extienden cientos de kilómetros en el equivalente a un pie cuadrado, capaces de conectar los bosques del mundo con los nutrientes del suelo. Con un diseño similar al de las células nerviosas o cerebrales de los organismos complejos (también a Internet), los micelios regulan la comunicación entre el suelo, sus nutrientes y los bosques.
No sólo evocan metafóricamente las conexiones neuronales o Internet, sino que conforman un colchón esponjoso e invisible que descompone en silencio materia vegetal y tiene el potencial de curar (antibióticos) y salvar el mundo (pueden alimentarse de petróleo y pesticidas, sustancias orgánicas que convierte en hidratos de carbono simples).
En la película y en esta página también, se habla de biorremediación, que es una de las propiedades de los hongos, de recuperar un medioambiente contaminado. Stamets y otrxs científicxs que se ocupan de investigar ese fenómeno, comprobaron que ciertos hongos tienen la capacidad de recuperar un espacio contaminado, de petróleo, de plástico. Dado que esos elementos están compuestos en parte de materia orgánica, el hongo trabaja sobre ellos y los recupera en gran medida.
El sábado fuimos a ver una muestra de Denise Groesman que se llama Dendrita en CheLA en Parque Patricios. Y es sorprendente y atinada la sincronía de la obra con el micelio y la red. Denise construye un ecosistema de desechos vegetales e industriales recuperados, toma cosas del mundo, que murieron, que ya nadie quiso, recolecta, recontextualiza y funda un esquema nuevo que dice “así, podemos volver a empezar”. Pero sin haber arrasado ni asolado antes, todo lo contrario, sino sencillamente a partir de lo que hay. Donde no hay tal cosa como basura o desecho porque todo puede tener una nueva utilidad.
Recuerdo entonces a Vardá y su película “Los espigadores y la espigadora” (2000) en el que conoce y retrata a distintas personas que viven de lo que otrxs desechan, en el campo, en las ciudades. Recolectores que llegan cuando la cosecha oficial ya terminó, a terminar de vaciar el campo, el viñedo o el frutal. Que recuperan las papas de formas extrañas, que revisan basuras en busca de alimentos descartados por su fecha de caducidad.
Los protagonistas de su película, recolectores de campo y de ciudad, dicen frases bellísimas, se iluminan cuando hablan. Una suerte de princesa rusa que luego expone algunas de las cosas que encuentra en la calle, dice que los objetos nos contienen. Otro señor, que come directamente de la basura de los mercados de calle, habla de la vitaminas y los valores energéticos de esas verduras que está comiendo. Ese mismo hombre afable se convierte en el personaje favorito de todos. Es un biólogo que vive en las afueras de París, y vende revistas a la salida de la estación de tren. Vive prácticamente de lo que recolecta en la calle y de noche da clases gratuitas de francés a africanos en un centro de alfabetización de las afueras.
Una amiga que vive en Berlín me pregunta cómo percibimos la guerra entre Rusia y Ucrania desde acá. Me cuenta ella que allá están todxs en alerta solidaria, alojando a gente que huye, que se acercan a la frontera polaca a ayudar a huir, que cada unx ayuda del modo en que puede. Esa misma amiga hace muchos años me dijo que en el invierno en Berlín se siente el viento helado que viene de Rusia, y no como metáfora, así de cerca es que están.
Una red solidaria de desconocidxs que alojan; una de amigas y alumnas que cuidan y crían, una de hongos que curan y remedian; una red de desechos que ya no lo son porque juntos y puestos a funcionar acaso también estén dando una idea de cómo convivir y que no se pudra todo. Literalmente, y de todos los otros modos también.
RP
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