Ante un nuevo tiempo en el vínculo con Brasil
El triunfo de Luis Inacio “Lula” da Silva supone (entre otras materias) una redefinición de la agenda económica internacional sudamericana.
El candidato triunfante en Brasil (por escasísimo margen) había ya manifestado durante la campaña electoral que tendría entre sus propósitos reintensificar la negociación por el acuerdo estratégico (que incluye un pacto de apertura comercial reciproca) con la Unión Europea. Y en el discurso brindado no bien se conoció su victoria, el domingo pasado, además, Lula ofreció algunas referencias adicionales: habló de un Brasil vinculándose como actor global con otros grandes países (es la 12va. economía mundial), de cumplir con compromisos ambientales que forman parte del consenso multilateral planetario de estos días, de regenerar la relación estratégica con Estados Unidos, de recomponer el Mercosur.
Lula fue como presidente, en sus anteriores mandatos, un líder internacional. Contribuyó a la generación de no pocos espacios interestatales (entre ellos los BRICS). Es altamente probable pues que se dirija a revitalizar el liderazgo brasileño en Sudamérica y desde allí a pretender más internacionalidad de la región. Incluyendo el Mercosur.
Esto, por lo demás, es lo que el propio Brasil íntegramente requiere. Siendo una de las mayores economías del planeta, exhibe un coeficiente de apertura relativamente bajo (esto es: el ratio surgido de la suma de las exportaciones más las importaciones en relación al PBI es 39%, que resulta mayor que el 33% de Argentina -en 2021-, pero que está bien por debajo del 53% de Latinoamérica en general -donde México, acompañado por los países del Pacífico, impulsa un modelo económicamente más integrado al resto del mundo-).
Pues la competitividad requerida para mantenerse en la élite de los grandes exige más. Especialmente en un país con muchas multinacionales (más de 700.000 millones de dólares hundidos en territorio brasileño por empresas extranjeras -es el 15vo país con más stock de inversión extranjera directa en su economía-) y en el que nacieron 33 de las 100 mayores multinacionales latinoamericanas (solo 6, en Argentina).
Brasil tiene asignaturas pendientes para mejorar su economía (incrementar la tasa de inversión doméstica -sólo 19% contra el promedio mundial de 26%-, calificar mejor su competitividad sistémica, exportar aún más -se acerca a los 300.000 millones de dólares-) y eso seguramente estará en al agenda del nuevo gobierno.
En términos económicos, las condiciones políticas actuales permiten avizorar un gobierno de centro. Esta vez, Lula, a diferencia de ocasiones anteriores, fue el candidato de una coalición que alentó Fernando Henrique Cardoso, célebre expresidente proveniente del centrista PSDB (del que surgió el electo vicepresidente Geraldo Alkmin) y que en segunda vuelta sumó a la liberal Simone Tebet. Y gobernará con un Congreso en el que el bolsonarismo centroderechista será la primera minoría y el llamado “centrao” (pragmáticos) inclinará la balanza. El centroderecha tendrá además los gobiernos estaduales más relevantes (San Pablo, Río de Janeiro, Minas Gerais). Y la sociedad ha quedado tan dividida como el resultado electoral cuasi empatado. Por ende, puede esperarse (en materia económica) en un gobierno equilibrado, moderado, negociado. Centrista. Que deberá hacer equilibrio entre la espera de políticas sociales directas y las demandas de reformas económicas estructurales para mejorar la competitividad.
Ello supone un desafío par Argentina. Si el Mercosur será algo más internacional habrá que mejorar nuestras condiciones competitivas. Si las discusiones suprafronterizas pasan a ser más estratégicas tendremos que levantar la mirada. Si la agenda regional se acopla a las nuevas demandas globales todos (sector público y privado) tendremos que salir del letargo local: el mundo transita por un tiempo de cinco cambios sustanciales simultáneos que suman la revolución tecnológico-productiva, el liderazgo disruptivo de grandes empresas internacionales, la creciente relevancia de la geopolítica en la economía mundial, la consecuente -creciente- importancia de nuevos estándares de calidad para la competencia económica internacional y una volatilidad e inestabilidad que obligan a la agilidad constante.
Latinoamericana ha visto hasta ahora estas tendencias solo de reojo. Podría ser que esté llegando el momento de acoplarse. Por ahora solo generamos 3% de todo el comercio internacional planetario y hay un desafío en mejorar ese ratio.
Para Argentina, la alianza con Brasil es crítica. Única. Brasil es el mayor mercado para las exportaciones argentinas en el mundo: más de 8.000 millones de dólares en los primeros 8 meses de 2022, y probablemente unos 12.000 millones cuando termine el año -lo que duplica las exportaciones hacia los otros dos mayores mercados China y hacia EEUU-. Además, Brasil y China son los principales abastecedores argentinos (en 8 meses, las importaciones de esos destinos rondan los 11.000 millones de dólares). Y, más aún, Brasil es el gran destino de las exportaciones de pymes argentinas. Y de productos industriales. Pero la relación bilateral no es solo comercial. Adicionalmente, Brasil es el cuarto mayor inversor extranjero en Argentina (alrededor del 6% del stock de inversión extranjera en nuestro país es brasileño) y es también el mayor emisor de turistas extranjeros a nuestro país (son brasileños, según registros extraoficiales, un 22% de los más de 2 millones que han venido al país en lo que transcurrió de 2022).
Y se estima que viven en Argentina unos 90.000 brasileños, mayormente personas bien calificadas laboralmente, que se desempeñan en actividades económicas relevantes.
La disposición en el nuevo tiempo para el vínculo bilateral, el Mercosur y la acción conjunta regional, en un tiempo de rediscusiones geoestratégicas en el planeta, será pues, un desafío enorme.
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