El sexo de las serpientes
Sigmund Freud, en una de sus cartas a Yvette Guilbert, menciona una canción. Ella, estrella del cabaret retratada por Henri de Toulouse-Lautrec en 1893 y esposa de Max Schiller, un médico amigo del autor de La interpretación de los sueños, grabó en 1928 una antigua pieza anónima sobre un texto del Siglo XIV, escrito por Eustache Deschampes: “Ditesmoi que je suis belle”. Y Freud –cazador cazado– incurre en un fallido. Al nombrar la canción cambia involuntariamente “que” por “si” (“Ditesmoi si je suis belle”), con lo que lo que era una afirmación se convierte en una pregunta.
Pero el énfasis del vienés no está allí sino en la repetición de “dime, dime, dime”. Una cierta obsesividad que en la versión filo haitiana, bordeando una profusa percusión, de Cécile McLorinSalvant se convierte casi en una maldición. La maldición –y la traición y sus castigos– está en el centro, en todo caso, de Mélusine, su notable nuevo disco, que acaba de publicarse este viernes 24 de marzo.
McLorin Salvant, hija de haitiano y francesa nacida en las cercanías de Miami y educada vocalmente en el Conservatorio Darius Milhaud de Aix-en-Province, en Francia, dice: “Pienso que lo que trato de hacer es más parecido a revelar secretos que a contar historias”. Y completa, refiriéndose a Mélusine, “revelar secretos es también el papel de la serpiente en el Jardín del Edén. La serpiente trae secretos, conocimiento, dolor y caos”. El primer texto sobre Mélusine es una pieza teatral con ese título, escrita por Jean D’Arras en 1392 para inventarle un pasado mítico a los duques de Lusignan. Hubo una versión en prosa, publicada por el librero Couldrette en 1401, y una ampliación, La bella Melusina, escrita en alemán por Thiiringvon Ringoltingen en 1456. Todas cuentan más o menos la misma historia: un hada crecida en Avalon, la última morada del Rey Arturo, se convierte cada sábado en un ser con cuerpo de serpiente –de la cintura hacia abajo– y ese día no debe ser vista por ningún mortal. El bueno de Raymondin, su marido, sucumbe –por supuesto– a la curiosidad y perfora con su espada la puerta y la espía mientras se baña. Ella entonces abandona el mundo terrestre, convertida en dragón. Un agujero, una espada, el cuerpo de una víbora –tan sin sexo y tan fálico a la vez–, el fuego. Demasiados símbolos hasta para Freud, podría decirse. “La historia de Mélusine–afirma McLorin Salvant– es también la historia del poder destructivo de la mirada. La espada de Raymondin perfora un agujero en su puerta de hierro. Su mirada también. La mirada es transformadora y combustible. Ella ve que él la está viendo en secreto. Su secreto es revelado. Esta doble mirada la convierte en un dragón. Ahora puede respirar fuego.”
El fuego es, eventualmente, otro de los ejes de este disco extraordinario en que la cantante vuelve a lograr lo imposible: decir algo nuevo en un territorio que parecía ya clausurado para siempre. O, por lo menos, condenado al submundo del entretenimiento de hotel o la música de fondo para reuniones íntimas: el de las cantantes de jazz. “Me siento consumir por un fuego secreto/ sin poder aliviar el mal que me posee”, canta en “De un fuego secreto”, una canción cortesana compuesta por Michel Lambert en 1660 que aquí transforma la tablatura de laúd del acompañamiento original en un enigmático juego de espejos y repeticiones a cargo de sintetizadores –y del gran tecladista Sullivan Fortner– . Hay también otras canciones antiguas, escritas en occitano por trovadoras del siglo 12 y, en uno de los casos, traducida al francés criollo de Haití y, desde ya, al mundo sonoro de la cantante que aquí, como en todos sus discos anteriores, encuentra placer en sentirse más parte de un grupo que solista; junto con Fortner, que además de sintetizadores toca piano, kalimba y celesta, participan de la aventura otro colaborador habitual, el pianista Aaron Diehl, Paul Sikivie y Luques Curtis en bajos, Godwin Louis en saxo alto, silbatos y voz, Weedie Braimah en percusión y djembe, Daniel Swenberg en guitarra y los bateristas Lawrence Leathers, Kyle Pool y Obed Calvaire.
Un texto de Louis Aragon convertido en canción por Léo Ferré –“Est-ce ainsi que les hommesvivent?”–, una canción de Charles Trenet compuesta para un film de Pierre Caronen en 1938 –“La route enchantée”–, “Ilm’avuenue”, una pieza escrita en 1927 por Pierre Chagnon, Jean Delabre, François Pruvost, Modesto Romero Martínez y Georges Thenon, “Petite musique terrienne” (del musical Starmania) y “Le tempsestassassin” de Véronique Sanson, alternan con cinco canciones propias, algunas de ellas muy breves, que rondan el personaje de Mélusine y los diferentes nombres que acompañan sus apariciones, “Doudou”, “Aida”, “Wedo”, “Fenestra” y “Mélusine”, todas con arreglos del saxofonista del grupo. “Este disco –que está cantado mayormente en francés– tiene que ver, en parte, con ese sentimiento de ser un híbrido, una mezcla de diferentes culturas, que he experimentado no solo como nativa de los Estados Unidos e hija de dos inmigrantes de primera generación, sino como alguien criado en una familia mestiza, de varios países diferentes , con diferentes idiomas que se hablan en el hogar”, reflexiona la cantante. “Este disco combina elementos de la mitología francesa, del vaudoo haitiano e, inevitablemente, de mis escuchas y aprendizajes”, define.
A los 34 años, “la cantante más importante surgida en las últimas décadas” según The New York Times, sigue sorprendiendo. Cada uno de sus discos es absolutamente diferente del anterior y, en realidad, de cualquier cosa hecha antes en el universo del jazz y alrededores. Tiene la inteligencia de elegir el jazz como un punto de observación, como un lugar desde el cual leer, y no como una religión ni como un manual de instrucciones cerrado. Su misterio, tal vez, no sea diferente del de otros grandes artistas y radique en un doble prodigio: la posibilidad de hacer algo imposible para otros y la de lograr, a la vez, que tal cosa parezca lo más natural del mundo. Cada una de las inflexiones, la precisión de su fraseo y su afinación, el control del timbre, la densidad y el color bordados sonido por sonido, son apenas los medios para algo que está más allá. Su disco WomanChild, publicado en 2013, fue el primero en editarse en los Estados Unidos –seis años antes había grabado en Francia– y significó una revolución; fue elegido como el mejor del año y ella fue ungida como mejor cantante, artista del año y artista “estrella naciente” por la revista especializada Down Beat.
Diez años después, la mujer serpiente –o la hibridez entendida como una de las bellas artes– es el punto de partida de otra obra maestra.
DF
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