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PURA ESPUMA

Somos mucho más que dos

Abby Hensel (izquierda), una de las gemelas siamesas, mantuvo en secreto por dos años su casamiento con Josh Bowling.

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La entrada de Wikipedia sobre las siamesas Abby y Brittany Hensel, nacidas el 7 de marzo de 1990 en Carver County, una ciudad de cien mil habitantes de Minnesota, es de una brevedad tan terminante que puede entreverse en ella una voluntad de silencio. De hecho, las líneas que acaban de leer son casi todo lo que hay. Sólo faltaría agregar que son católicas, y que el complejo sistema biológico en el que viven consta de dos cabezas, dos brazos, dos médulas espinales, tres pulmones, dos tetas, dos corazones, un sistema circulatorio compartido, un hígado, dos estómagos, tres riñones, dos vesículas, dos vejigas, un tórax, un intestino grueso, un sistema reproductivo, una pelvis y dos piernas.

El periodismo de curiosidades “investigó” la vida cotidiana de las siamesas, por lo que se sabe (o se intuye, o simplemente se dice: el periodismo es una fábrica de supersticiones que cree en que se puede acceder a alguna verdad) que cada una de ellas siente las extremidades de su lado, que dan clases de matemáticas a cambio de un solo salario, que a una le gusta manejar y la otra la acompaña, que Brittany sufre palpitaciones por los cafés que toma Abby y que cada cual tiene su pasaporte pero pagan un solo boleto de avión.

La noticia de estos días es que Abigail (la de la izquierda, vistas de frente) se casó en 2021 con Josh Bowling, un veterano de enfermería del ejército de los Estados Unidos. Desclasificadas por Oprah Winfrey, alta cazadora de eventos de shock que alimentan su pantalla con el circo de la vida, las imágenes matrimoniales nos tientan a detenernos en sus detalles fuera de lo común. Por ejemplo, en una heladería hay 4 (cuatro) personas: Abby, Brittany, Josh y la pequeña hija de Josh, posando con 3 (tres) helados. Hay capturas de la fiesta de bodas, en las que el flamante matrimonio se muestra rodeado de una guarnición de familiares. También, puede verse en Tik Tok, un video en el que los dos o tres recién casados bailan abrazados una canción melódica a modo de danza nupcial.

A esta altura, empieza a enloquecer el lenguaje que intenta referir los hechos de ambigüedad extrema que envolvieron la ceremonia y se extienden sobre una vida cotidiana cuyos hábitos llevan más de dos años. La primera crisis de sentido es acerca de la cantidad: ¿cuántos son los casados?

Vayamos a las interrogaciones más comunes que puedan hacerse, dirigidas directamente a Josh Bowling: “¡Ey, Josh! ¡Felicidades en la nueva vida que comienza!, but ¿cómo demonios has hecho para casarte con Abby sin casarte con Brittany, man?”. Su respuesta será clave para comprender las relaciones entre todos los actores involucrados en un suceso que porque tenga el sayo de lo diferente no se quita el de la felicidad, que es lo que se ve en las imágenes, aparentemente sin márgenes para la actuación.

Primera conclusión provisoria: en esa diferencia se intuye una cierta superioridad, un pico elevadísimo de distinción que sobresale del valle de las relaciones humanas, todas tan parecidas (por imitadas) entre sí. Es fácil decir que es una perversión enamorarse de una mujer de dos cabezas, o de dos mujeres de un solo cuerpo, como si los enamoramientos, incluso los “normales”, no fuesen locuras particularizadas en el curso desatado de una perversión. Sin perversión no hay sujeto, sería un poco la cantata argumental de este caso (y de tantos otros que reúnen a personas de una cabeza sola).   

Pero mientras Josh no responda esa pregunta, a la que podría responder subrayando el pasaje de Penas de amor perdidas, de William Shakespeare, en el que unos moscovitas no pueden distinguir una amada de la otra, no nos queda más que la deprimente actividad de imaginar a la distancia. ¿Qué hacen en la cama? No hay aire entre una y otra Hense.l Son una, pero también son dos. Y si dejáramos de lado la sexopatía que el caso estimula en nosotros, envidiosos de no poder acceder a esa cosa única, las preguntas blancas serían: ¿qué pasa cuando Josh discute con su esposa Abby?: ¿Su “cuñada” Brittany opina? ¿Y si Brittany no quiere enterarse de esas “intimidades”?

La situación es tan única que convierte la vida de las siamesas Hensel y su consorte-cuñado Bowling en una obra de arte, en el sentido de ser artistas de sí mismos. Ahí están los tres, pegoteados de una felicidad que se dio así.

Si yo fuese Josh y viviese con las siamesas Hensel, no haría otra cosa que preguntarles qué y cómo es lo que sienten, y dedicaría mi vida a intentar saber algo de lo femenino supernumerario que encarnan, con la ilusión de ser el primer hombre en la tierra en entender algo del amor.

¿Por qué el caso es tan extremo, aun dentro de su género, y despierta sensaciones estremecedoras? Ya se dijo: porque no corre una gota de aire entre Abigail y Brittany. Porque están selladas, estampadas, una situación insoportable para los seres humanos de esta era de Libertad Total para reelear y scrollear, en la que cada “sujeto” es su telefonito, ese cacho de litio y vidrio recalentados en el que muchos humanos se realizan moviendo un dedo, a veces dos. Si la época tiende a que las relaciones de comprensión, solidaridad, curiosidad, generosidad y afecto sean de uno con uno mismo, las stickers Hensel son el espejo del horror en el que se asoma el problema de estar unido a alguien.

Es tan extremo el caso, que otros siameses famosos de la historia parecen haber experimentado uniones de tipo separatistas. Traigamos a la rastra dos casos, así se va esta nota y ustedes vuelven reelear trancas en el teléfono.

Uno, quizás el primero de los famosos: el de los hermanos tailandeses Chang y Eng Bunker (1811 -1874), unidos por el esternón, pero con un cuerpo completo para cada uno. Cada cual tuvo a su mujer, cada una de ellas en su propia casa, en las que se instalaban durante tres días sus esposos. Primero Chang partía (con Eng) hacia la casa de su mujer; y luego Eng (con Chang) hacia la casa de la suya.

A diferencia de las Hensel, entre los cuerpos de los Bunker sí corría un aire en el que podría haber entrado una mujer. Quizás en nombre de esa chance, los historiadores cuentan que entre los dos tuvieron veintiún hijos, sin ahondar demasiado en detalles de reparto. Hasta que un día, el más borracho de los dos, Chang, sufrió un infarto que obligó a Eng a permanecer con él en cama, partiendo ambos de este mundo tan unidos como habían llegado.

Algo similar ocurrió con las siamesas Daisy y Violeta Hilton, pegadas por la espalda, a quienes los cinéfilos recordarán por sus apariciones en Freaks (1932), de Tod Browning. La separación relativa de las siamesas (la relativa unión), enfermó a su primer agente artístico, con el que recorrieron Estados Unidos en un circo de diferentes, y del que luego se apartaron acusándolo de haber abusado de ellas. Sin embargo, ese modo en el que estaban enlazadas hizo innecesario que una le dijera a la otra: “date vuelta”, cuando le tocaba el momento de pasión con su prometido.

Las Hensel y el esposo-cuñado al que se unieron ensamblando también a su hija son lo diferente de lo diferente. Son un imposible y, a la vez, un modelo. El imposible está a la vista: un hombre americano ha asumido sin problemas morales su gusto por lo único. No hay más siamesas Hensel en este mundo, ni mercado biotecnológico que las reemplace: son totalmente naturales, aun en su estado de excepción. Y el modelo es el de alcanzar cierta pureza, aquella a la que solo se puede llegar en el Uber de la perversión buena, la que no mata a nadie y deja flotando en el aire, lo que ocurre muy de vez en cuando, la ilusión de que cada ser humano es una hormiga única.

JJB/MF

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