“Terrorismo estocástico” o los peligros de la violencia retórica del Gobierno
Postales de una semana mileísta como cualquiera. El martes, luego de que fuera agredido en un aeropuerto, Patricia Bullrich acusó a Juan Grabois de huir “como rata por tirante”. El jueves, Javier Milei acusó a militantes de la Cámpora de haber causado los incendios en Córdoba. El sábado, en una de sus usuales generalizaciones, el Presidente trató de “corruptos”, “ensobrados” y “manga de soretes” a los periodistas que lo critican. La violencia retórica es un rasgo saliente de este Gobierno. El mismo que han compartido, en los últimos años, líderes autoritarios de ultraderecha como Giorgia Meloni, Jair Bolsonaro o Donald Trump. De por sí moralmente reprensible, esta forma comunicacional tiene el problema adicional de fomentar la violencia política material entre la ciudadanía.
Hace algunos años, este fenómeno fue caracterizado en el ámbito académico como “terrorismo estocástico”. El concepto refiere a comunicaciones masivas que, aunque individualmente no sean causales de un hecho violento, en conjunto hacen probable su comisión por parte de un “lobo solitario”. Es relevante notar que el terrorista estocástico no es quien finalmente ejerce la violencia, sino quien la promueve. Juliette Kayyem, asesora de Barack Obama en materia de seguridad, explica que la demonización de ciertas personas o grupos a través de plataformas comunicaciones tiene el potencial de llevar a actos violentos, debido a que los receptores interpretan el mensaje como un llamado a la violencia direccionada hacia los demonizados.
Milei y su círculo responden con ataques personales y demonizaciones a todo aquel que los cuestione o que no haga lo que ellos quieran. Lo hacen, además, con dos de las principales características que marcan en los discursos violentos quienes estudian el terrorismo estocástico. Una es la deshumanización del adversario. Cuando los congresistas hacen lo que Milei quiere, son héroes, pero, cuando no, son ratas. Lali Espósito es “un parásito” que “vive de la teta del Estado”. Dado su alejamiento de la verdad (Lali es una artista indiscutiblemente exitosa) esta última referencia nos lleva al otro atributo frecuentemente presente en la comunicación libertaria: la violencia retórica suele apoyarse, total o parcialmente, en datos falsos. La ya referida acusación a militantes de La Cámpora de causar incendios intencionalmente es un caso claro. Esta situación trae, además, una perturbadora reminiscencia: en 1933, el partido nacionalsocialista alemán utilizó el incendio al Reichstag para acusar a militantes comunistas y suspender el orden constitucional.
De todos modos, lo más preocupante del accionar de LLA y lo que más lo acerca al terrorismo estocástico es su clara conciencia de los posibles efectos de su agresividad discursiva. La violencia retórica del Gobierno, lejos de ser un exabrupto recurrente, es una estrategia política. Basta con ver cualquier alocución del Presidente, o con leer a los twitteros libertarios, paradójicamente devenidos en funcionarios estatales. Estos últimos son la cara de otro atributo del terrorismo estocástico: complementa los mecanismos formales de represión con otros informales, que también asustan — recuérdese a Julio Garro al pedir perdón al “Gordo Dan” por haber condenado al racismo–. Milei y su círculo cuentan, además, con muestras claras de los efectos de los discursos violentos. El caso más cercano es el de Sabag Montiel, que, tras años de escuchar que CFK era una “ladrona, asesina” intentó matarla. El Gobierno también sabe perfectamente como sus referentes ideológicos Bolsonaro y Trump utilizaron sus plataformas comunicacionales para, a través de noticias falsas sobre fraudes electorales, fomentar el ataque de sus militantes a las instituciones democráticas.
La respuesta más frecuente de quienes emiten discursos violentos es que se trata, simplemente, de palabras, y que lo que pueda hacer un loquito suelto no les compete. Los ejemplos del párrafo anterior son muestras de que no es así. Los loquitos no suelen ser tales, sino personas a las que se les dice, sin pausa, que cierta persona o cierto grupo son los causantes de todos sus males. Milei y muchos de sus laderos hacen esto continuamente, y lo hacen desde la plataforma con más llegada, la Presidencia de la Nación. No son los primeros en deshumanizar, ni en degradar, ni en acusar falsamente. Como quienes los precedieron en estas prácticas, conocen el poder performativo del lenguaje.
MA
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