Fernández, la otra pandemia
“Andá a hablar con Cristina”. Dos funcionarios recibieron, palabra más, palabra menos, la misma indicación: se las dio, sin intermediarios, Alberto Fernández y forma parte de una dinámica que en la galaxia peronista, esa atmósfera donde el poder se ejerce y ostenta, es interpretada como una herejía. Fernández aplica la mecánica sin culpa, con una naturalidad que los demás leen como inocencia, debilidad o desapego. O todo junto.
Es sistémico. Lo hace y lo hizo. Al desembolsar 125 mil millones extra a Axel Kicillof para financiar el déficit bonaerense del 2020 sin imponer una paritaria política siquiera simulada o al cederle a Sergio Massa la bandera de la suba del mínimo no imponible de Ganancias, una ley que tendrá un costo fiscal de entre 34 y 47 mil millones de pesos, según la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC).
Un karma. Fernández no logra completar un circuito virtuoso sin que, en medio, haya tropiezos o descarrilamientos. Cuando un hecho amenaza con salir bien, algo o alguien lo evita.
El proyecto se votará la semana próxima en Diputados casi como si no perteneciera al gobierno de Fernández. Como si ocurriese en otro país: en otro tiempo o en otro espacio. Es, hasta acá, todo de Massa, fenómeno que puede esconder una lógica: revitalizar al socio minoritario, necesario, casi imprescindible
Recién cuando se trate en Senado, en abril, Martín Guzmán podría aparecer en la postal de la “buena noticia” para 1.207.760 contribuyentes porque habrá regresado de su gira por el exterior que comenzó -antes de lo previsto- en Nueva York para verse con fondos e inversores que según su criterio pueden influir positivamente en su negociación con el FMI.
El ministro, según lo citan en la cima del gobierno, repite una frase casi de autoayuda: “Esta pelea se gana ganando el sentido común”. La pelea remite a la negociación con el fondo, la disputa en torno al sentido común es un asunto doméstico, el mismo que lo llevó hasta el Calafate, a una charla mano a mano con Cristina Kirchner, viaje sugerido o solicitado por el presidente. Quizá otro “andá a ver a Cristina”.
Fernández, entre los nuevos retoques de Massa al proyecto de Ganancias, el viaje de Guzmán a New York y la iracundia de Sergio Berni contra el segundo de Sabina Frederic, se dedicó a un ejercicio que había dejado de lado: charlar con los gobernadores en modo Covid-19, un ritual al acecho de un futuro incierto y demoledor. Son días en que todo arde. Un presidente sin tregua. Hay una meme que lo editorializa: Fernández con cara de preocupado y la frase “Uy, qué carajo pasó ahora”.
Un karma. Fernández no logra completar un circuito virtuoso sin que, en medio, haya tropiezos o descarrilamientos. Cuando un hecho amenaza con salir bien, algo o alguien lo evita. El caso M., con sus capas de angustia, pudo ofrecer un final sin tragedia pero se turbó con la rabieta de Berni, un despropósito que algunos justifican en clave electoral y otros desde el comportamiento visceral. “Sergio es así”, dice alguien. “Se habló de Sergio, para él es todo ganancia”, se escuchó cerca del ministro que logró lo que casi nadie: la idea de que no lo pueden echar, a lo sumo pedirle que baje el tono.
No solo hay fuego amigo: el gobierno no tiene cuerpo de bomberos y cuando estalla una crisis, la conducta habitual es mirar a qué vecino se le quema el rancho, no correr en su auxilio.
El jueves, desde Olivos, durante el Zoom con gobernadores, Fernández cruzó mensajes con Frederic. Al rato, la ministra habló por radio y más tarde fue a ver a Santiago Cafiero a la Casa Rosada. No hubo, como circuló, una advertencia de dejar el gobierno si no se le aplica un correctivo a Berni. “Berni es incorregible: hay que hablar de cosas más importantes”, le dijo la ministra a un funcionario que la llamó.
“Berni es un problema de Axel. Y de Cristina. Que ellos expliquen porque Berni le hizo el favor a Larreta y Santilli que eran los que tenían que dar explicaciones por la precariedad en la que vive Maia”, se desentendieron en el Gobierno como si la coreografía titanezca del ministro no tuviera consecuencias para Fernández.
El caso Berni consolida el precepto de que las fronteras de la autoridad son porosas y que el desafío interno es válido. A su modo, Fernando Gray, el intendente que aun en soledad se “plantó” frente a Máximo Kirchner, repite la desobediencia. No solo hay fuego amigo: el gobierno no tiene cuerpo de bomberos, cuando estalla una crisis, la conducta habitual es mirar a qué vecino se le quema el rancho, no correr en su auxilio. Una pandemia política, el de funcionarios/dirigentes que hablan del gobierno como si no formaran parte del gobierno.
Por momentos, el Frente de Todos (FdT), ese archipiélago de jefaturas y visiones, recupera unicidad frente a una amenaza externa que ve desdibujada. En medio del ruido interno, con un tuit de ocasión, el jueves al caer la noche, Santiago Cafiero se entregó a un ritual que ejecuta casi en soledad: tratar de subir a Macri al ring, antagonismo que a Fernández le resulta más cómodo que lidiar con, por ejemplo, Horacio Rodríguez Larreta. Estadística pura: el ex presidente no logró bajar del escalón de los 60 puntos de imagen negativa.
Macri lo hizo.
La fantasía de resetear, de volver a un tiempo sin pandemia, ese tiempo en el que creía que podía hacer lo que sus votantes esperaban que hiciera.
Con la nostalgia del breve limbo de aquel fin de marzo, Fernández empezó el domingo a definir el formato para contar el peor año de nuestras vidas, el de la cuarentena y su pandemia; en ese orden. Cranéo la videoconferencia con gobernadores y decidió utilizar por primera vez la Cadena Nacional, un recurso del que abusó Cristina -con el argumento de contraponerse a la “cadena del desánimo-”, y que Macri inutilizó intencionalmente porque no la necesitaba frente al trato benévolo del grueso de los medios.
El texto lo terminó de redactar en su despacho pasadas las 6 de la tarde y lo grabó a las 8.15. Solo, sintético, sin anuncios, ni grandilocuencias, Fernández habló como si un empate fuese un buen resultado. La fantasía de resetear, de volver a un tiempo sin pandemia, ese tiempo en el que creía que podía hacer lo que sus votantes esperaban que hiciera. La otra pandemia.
PI
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