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Panorama político

Bullrich, al mando de un tren dominado por el derrotismo del que nadie se puede bajar

Patricia Bullrich, junto a dirigentes de Juntos por el Cambio, durante un acto en Mar del Plata, el 5 de octubre de 2023

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Patricia Bullrich asumió la premisa de que las campañas electorales se deben edificar sobre una idea basal, inequívoca, con fuerza para interpelar a los electores. Raúl Alfonsín hizo blanco en el terror de Estado y el gangsterismo financiero: “Con la democracia se come, se cura y se educa”. Con Carlos Menem fue “salariazo y revolución productiva”. Jaime Durán Barba ideó para Mauricio Macri “no vas a perder nada de lo que ya tenés”, con tres ejes que decían todo y nada a la vez: “Pobreza cero, derrotar al narcotráfico y unir a los argentinos”. Durante los Kirchner, los eslóganes utilizados (“Un país en serio”, “La fuerza de un pueblo”, “La patria es el otro”) estuvieron, en promedio, por debajo de la potencia política de la pareja.

En esta campaña presidencial, la razón de ser de Bullrich es “terminar con el kirchnerismo”. “Destruir”, “eliminar” o “desterrar” fueron otras traducciones de la candidata. La declaración cuasi bélica parece burda. Sometida a la retórica plana de Bullrich —un fraseo sin poesía, que incluso menoscaba su talento político— deja de parecerlo. Lo es.

Fuera de tiempo

“No sé a quién se le ocurrió eso, me cuesta creer que alguien que haya pensado esa estrategia quiera ganar”. La definición, en este caso de un exfuncionario que trabajó para la candidatura de Horacio Rodríguez Larreta y hoy empuja la postulación de Bullrich, no es una frase pescada al azar. Es una más de las múltiples expresiones de derrotismo que atraviesan a Juntos por el Cambio, en todas sus tribus, con la excepción del núcleo más próximo a la candidata.

Más allá del peligro para la vigencia del Estado de Derecho que denota la idea de “terminar” con el adversario, en un sistema en el que las minorías —quien sea— tienen derechos, el enfoque elegido por la candidata de JxC encierra un abordaje electoral fuera de eje.

Que el candidato presidencial del peronismo sea Sergio Massa y que Máximo Kirchner juegue cartas como Martín Insaurralde como si fueran propias, exime de mayores consideraciones sobre el margen de acción del cristinismo puro

Cristina Fernández de Kirchner despertó en el pasado un grado de adhesión, medido en intensidad y votantes, entre los más significativos de la historia democrática. Desde la cumbre de ese liderazgo, transcurrió más de una década: un mandato propio sin avances socioeconómicos (2011-2015), un experimento neoliberal lacerante (2015-2019), una pandemia y el pandemónium Frente de Todos.

Hoy, el “tercio”, o la mitad de ello, o el tercio del tercio —según quien mida— que sigue orbitando en Cristina no encuentra herramientas para avanzar en la letra y la música de clases magistrales y movimientos políticos que suenan como un canto a la impotencia. Que el candidato presidencial del peronismo sea Sergio Massa y que Máximo Kirchner juegue cartas como Martín Insaurralde como si fueran propias exime de mayores consideraciones sobre el margen de acción del cristinismo puro.

Consultores críticos del abordaje de Bullrich coinciden en que la divisoria de aguas de la política dejó de ser kirchnerismo-antikirchnerismo, para pasar al eje casta-anticasta. En ese clivaje que leyó (y construyó) Javier Milei, las figuras asociadas a un gobierno tan malo como el de Cambiemos (2015-2019) caen del lado de la casta.

Bullrich y su círculo más cercano están convencidos del rumbo elegido. La razón que explicitan es que en la primera vuelta del 22 de octubre necesitan algo más de 30% de los votos para pasar al balotaje, no la mayoría, y ese porcentaje se puede alcanzar regresando al leit motiv de la alianza PRO-UCR-Coalición Cívica. Miran a la provincia de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza como la cantera decisiva de votos que les permitirá recuperar lo perdido.

Lamento radical 

El miércoles, el bloque de la UCR en Diputados se dio una sesión de catarsis. Hubo reproches a radicales que apoyaron al rival de Bullrich en la primaria y ahora habrían bajado los brazos. “Nos cuesta mucho levantar los muertos de Larreta”, apuntó una voz de la bancada.

Los radicales exlarretistas de provincias menos pobladas en las que Milei picó en punta vieron desdibujar la marca Juntos por el Cambio y reclaman a sus pares bullrichistas la presencia física de la candidata. “No va a ocurrir, porque Patricia no puede estar en todos lados. Tienen que poner el cuerpo, porque si no ganamos, se van a tener que poner un kiosko”, reclama la fuente.

A mediados de septiembre, a alguien se le ocurrió lanzar el Patomóvil, una motorhome que llevaría a la postulante por todo el país. La ilusión era rememorar la caravana del #sísepuede puede de Mauricio Macri, cuatro años atrás, cuando redujo a la mitad el derrumbe de las primarias a caballo de un discurso despojado de cualquier pretensión de moderación, melodía que seduce a Bullrich.

La agenda del #esahora, #vamosporlaArgentina de la candidata incluía paradas, el jueves pasado, en San Luis, el viernes, en Mendoza, y el sábado, en Tucumán, Salta y Jujuy. Extenuante para cualquier ser humano. Por suerte para la salud de una candidata a la que allegados describen como abrumada, que encima está saliendo de una gripe santiagueña, no hubo ni rastros de semejante itinerario.

La crítica de la voz bullrichista del bloque UCR no se detiene en el campo contrario: “En la calle, Patricia funciona bárbaro y genera entusiasmo donde vaya, pero cuando se le confunden los papeles, es un drama para nosotros”. Alude a los severos problemas conceptuales exhibidos por la candidata en entrevistas con sus canales amigos y en sus presentaciones públicas.

La “confusión de papeles” tuvo el domingo pasado, durante primer el debate presidencial, una puesta en acción literal. Cuando le tocó preguntarle a Sergio Massa, la postulante de derecha perdió la pregunta y atinó a un absurdo interrogante de emergencia: “Massa, ¿mejor que decir es hacer?”.

No los une el amor

El pase de facturas dentro de Juntos por el Cambio incluye conteos de carteles en la vía pública en los que aparecen candidatos locales sin la postulante a presidenta. Citan como ejemplo a Mar del Plata, bajo las luces esta semana por el coloquio de IDEA, donde el intendente Guillermo Montenegro (PRO) prefiere privarse en los afiches de la compañía de Bullrich.

Entrevistado por el canal La Nación +, Rodríguez Larreta expresó con toda claridad el abatimiento en el que lo sumió la derrota del 11 de agosto. Los desencuentros posteriores con Bullrich, más allá de un par de fotos de ocasión, son leídos como muestra de agobio o desplante, según quién los narre. No hay mucho por esperar de esa relación.

El jefe de Gobierno saliente ya avisó a los suyos que se ve en la oposición a un eventual gobierno de Milei y, muy probablemente, en la vereda de enfrente de compañeros de ruta de las últimas décadas, no sólo por la desintegración de Juntos por el Cambio, sino por el riesgo de partición del PRO que supondría el salto de los macristas de paladar negro hacia un tándem con los libertarios.

Ni para radicales díscolos, ni para larretistas huérfanos, ni para derechistas tradicionales es una mejor opción imaginarse integrados a la tragicomedia neofascista que puede resultar Milei

El desconcierto y la frustración que reinan en Juntos por el Cambio no debe ser confundido con una preferencia por una victoria que no sea la de Bullrich. Nadie se baja del tren, porque para todos —menos Macri— la mejor de las hipótesis es un triunfo de la coalición PRO-UCR-Coalición Cívica.

El anhelo de victoria obedece tanto a una cuestión programática como de existencia político-laboral. Ni para radicales díscolos, ni para larretistas huérfanos, ni para derechistas tradicionales es una mejor opción imaginarse integrados a la tragicomedia neofascista que puede resultar el gobierno de Milei o a una administración orquestada por Massa y lo que quede en pie del cristinismo, su bestia negra.

A Larreta, además, los propios le cobran la inexplicable estrategia electoral de compra de pases de halcones del estilo de José Luis Espert, Florencia Arietto y Waldo Wolff, que estaban cantados para las filas de Bullrich y terminaron del lado “moderado”. El reparto de puestos en las listas dejó a los suyos a la intemperie, con la promesa de sillas en un gabinete nacional. Sin proyecto propio en la Casa Rosada ni en Uspallata, al jefe de Gobierno le queda el control de daños en un angostísimo andarivel.

Doble resiliencia

El desánimo generalizado en el Patomóvil luce exagerado. Bullrich tiene posibilidades reales de alcanzar el balotaje, tanto por su resiliencia personal como por la demostrada por Juntos por el Cambio en instancias presidenciales. Con un tembladeral económico como el actual y la aventura temeraria de Milei, nada está dicho para el 22 de octubre. 

El antecedente de las primarias, en las que Bullrich por sí sola venció por amplio margen a un rival apoyado por el 90% de la nomenclatura de la coalición, mostró la potencia de la “Piba”.

Las condiciones objetivas, en efecto, son difíciles para Bullrich. Lucas Romero, director de Synopsis, grafica que la candidata “ganó la interna, pero nadie le reconoce el liderazgo”, y en esa situación debe afrontar el hecho de que “los factores que la ayudaron para el triunfo, como el coqueteo con Milei y la alianza con Macri, hoy le juegan en contra, porque Milei quedó arriba y Macri no es claro sobre lo que quiere”.

El último registro de Synopsis marca otro escalón de ascenso para Milei, en el orden de 37%, estabilidad en Massa, cerca de 30%, y otro descenso de Bullrich, por debajo de 25%. El dato se explica no sólo porque la exministra de Seguridad sólo retiene 65% del voto a Rodríguez Larreta (con fugas, sobre todo, a Milei, y luego a Massa y Juan Schiaretti), sino porque ni siquiera conserva la totalidad del apoyo propio. El 19% de quienes eligieron a Bullrich el 11 de agosto dicen haber partido, en busca, sobre todo, de la boleta de La Libertad Avanza. La lógica es clara y la dijo Milei tras las primarias. Si hay que derrotar al kirchnerismo, mejor elegir el original y no la fotocopia.

El dato se explica no sólo porque Bullrich sólo retiene 65% del voto a Rodríguez Larreta (con fugas, sobre todo, a Milei, y luego a Massa y Juan Schiaretti), sino porque ni siquiera conserva la totalidad del apoyo propio

Antecedentes de temer

Ya fuera del cálculo electoral, cabe medir la temeridad de la promesa de “terminar” o “destruir” al kirchnerismo proferida por la fuerza política que demostró el vandalismo de arrasar con garantías procesales con la mesa judicial, que, en colusíón con Comodoro Py y los tanques periodísticos, se activó para detener a opositores y salvar a los propios, más las ilegalidades múltiples de la Agencia Federal de Inteligencia en manos de la dupla Gustavo Arribas-Silvia Majdalani.

La proclama se vuelve más preocupante puesta en boca de quien asume que las represiones seguidas de muerte del artesano Santiago Maldonado y el mapuche Rafael Nahuel en 2017 son oportunidades para juntar votos. La misma dirigente política creyó innecesario condenar el intento de magnicidio de Cristina llevado a cabo por un extremista que tomó al pie de la letra la consigna “eliminar al kirchnerismo”. Su exjefatura política de Gerardo Milman completa el círculo.

Un problema adicional en Juntos por el Cambio es que los supuestos contrapesos terminan volcando toda la carga del mismo lado. Gerardo Morales, el “antimacrista” de la UCR, mostró una hoja de ruta de detenciones arbitrarias y procesos judiciales fraguados en Jujuy, según denuncias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, organismos argentinos y Amnistía Internacional. Fue Alejandro Cacace, un diputado puntano de Evolución, el sector de Martín Lousteau, el que presentó un proyecto de dolarización de dos párrafos tan elemental que hasta sonrojaría a los asesores de Milei. Los planes judiciales-policiales de Rodríguez Larreta quedaron expuestos en las andanzas de su ministro Marcelo D’Alessandro en la estancia de Lago Escondido, junto a directivos de Clarín y jueces federales, con amenazas de arrestos ilegales incluidas.  

Días atrás, en una de las pocas sesiones del Senado en el año, un enardecido Alfredo Cornejo (UCR, gobernador electo de Mendoza) se divirtió con el grito “se ahogó, se ahogó, se ahogó”, como si Santiago Maldonado no tuviera familia y como si una muerte en un contexto de represión habilitara la provocación en el Palacio Legislativo.

Hace un tiempo, la corrosividad tuitera infectó la retórica de parte de la dirigencia de Juntos por el Cambio.

Varios de esos tuiteros de granja ya partieron para el lado de Milei, mientras algún senador por acá, otro diputado por allá, cierto expresidente, un gobernador y una candidata para la Casa Rosada se quedaron con su prosa. 

La esperanza Insaurralde

Bullrich se quedó con la idea de que le perdonó la vida a Massa en el primer debate, al no articular un segmento sobre Insaurralde. Se lo dijeron sus correligionarios de mil formas posibles.

Ese viaje impúdico, esas cuentas bancarias a descubrir y ese divorcio de su socia Jésica Cirio constituyen una de las esperanzas de Bullrich en lo que queda de la campaña, además de la volatilidad económica.

Máximo Kirchner se dejó ver a su modo, sin chances de que alguien lo contradiga con preguntas elementales, como qué lo llevó a meter a Insaurralde a los empujones en el gabinete bonaerense

Hay peronistas que transmiten con alivio que Juntos por el Cambio juega con el freno de mano puesto sobre el exindendente de Lomas de Zamora, por el vínculo del binguero Daniel Angelici con Omar Galdurralde, el interventor de Insaurralde en el juego, y la cercanía con el candidato a gobernador de la alianza de derecha, Néstor Grindetti.

Azuzado por la avanzada de su nuevo enemigo, Axel Kicillof -quien planea pisar el acelerador en el tramo final de la campaña-, Máximo Kirchner se dejó ver en las últimas 72 horas. Lo hizo a su modo, como siempre, en terreno seguro, sin chances de que alguien lo contradijera con preguntas elementales, como qué lo llevó a meter a Insaurralde a los empujones en el gabinete bonaerense.

El viernes, el jefe del PJ Bonaerense armó un acto con el sindicato metalúrgico en Luján y pronunció una de sus frases crípticas, en medio de alusiones al “fifty-fifty” y otras historias. “A las fuerzas políticas se las mide no por ese tipo de conductas reprochables (ndr; se supone que Insaurralde), sino por lo que defienden y pueden implementar a partir del gobierno”.

Ayer, el diputado bonaerense directamente salió a pelear el terreno al gobernador. A la misma hora en que Kicillof realizaba una recorrida de Berisso a La Matanza, nervio central del voto peronista que consagrará —o no— la reelección, Máximo llevó a Sergio Massa a rendir un homenaje a Néstor Kirchner en el Bajo Flores, y le pidió que siguiera sus pasos. Luego, se sumaron juntos a la caravana de Kicillof.

El hijo de la vicepresidenta arrojó un jeroglífico argumental: “Escuchen bien, con la misma convicción que me opuse al acuerdo con el FMI (de Martín Guzmán, en febrero de 2022) por las consecuencias actuales, con las mismas decisiones voy a ir a votar a Sergio Massa el próximo 22 de octubre”. 

La arqueología de la introducción del exintendente de Lomas caído en desgracia lleva a la superficie a Eduardo “Wado” de Pedro. Es curiosa la biografía de esta víctima del terror de Estado, detenido con saña por la Policía durante el estado de sitio de Fernando de la Rúa. La vida adulta de uno de los más convencidos admiradores del Estado de Israel en la política argentina parece la de otra persona.

Este año, en su camino presidencial, De Pedro atesoró una foto inolvidable. La imagen de su brazo levantado por el sindicalista libertario Luis Barrionuevo marida con otra acción del ministro del Interior diez años atrás, que alumbra la introducción de insaurralde en el planeta Cristina.

En 2013, la entonces Presidenta estaba atenta a cualquiera que limara las pretensiones de Daniel Scioli. Un testigo directo de la época narra que se juntaron dos oportunismos, el de Insaurralde y el de De Pedro. El primero vio la ocasión para hacerse notar, apuntando sin sutileza a Scioli, a la vez que el segundo percibió una hendija para suplir su falta de territorio en el conurbano.

Cristina escuchó a De Pedro, uno de sus preferidos hasta hoy, y realizó otra de sus elecciones estratégicas, convencida de que Insaurralde le daría pelea a Massa en su propio terreno. La ansiedad del exintendente de Lomas para anunciar su sociedad con Cirio en plena campaña electoral de 2013 dio lugar a tensiones y anécdotas para la historia ínfima. ¿Quién hubiera dicho que esa apuesta tan elaborada, tan edificante para los militantes comprometidos con el “fifty-fifty”, una década después, saldría tan cara?

Esta noche, durante un debate presidencial que prenuncia sorpresas y golpes de efecto, se seguirán evaluando los costos.

SL

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