Buscarita Roa, Abuela de Plaza de Mayo: “El pueblo argentino tiene amnesia”
Buscarita Roa buscó tocayas en Internet, junto a sus hijos y nietos –tiene 23– y no encontró ninguna homónima: esa pesquisa, artesanal, arrojó que es la única persona en el mundo que se llama así. Si se ingresa “Buscarita” en la Real Academia Española, la web avisa que “la palabra no está en el diccionario” y la relaciona con un verbo: buscar.
La vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo nació en Temuco, una ciudad al sur de Santiago de Chile, el 15 de septiembre de 1937, pero aquí, en Argentina, perdió a manos de la dictadura a Pepito, el mayor de sus siete hijos. Y aquí recuperó a su nieta, Claudia Poblete, cuando ya tenía 21 años y había sido apropiada por un represor.
Buscarita cree que este 24 de marzo la sociedad tiene que salir a la calle “masivamente” para que el Gobierno “no pueda hacer lo que se le dé la gana”. “¿El pueblo argentino tiene amnesia? Mira lo que eligió. A veces tengo la sensación de que no tiene memoria el pueblo”, dice, por primera vez con una mueca triste. El Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia estará, junto a sus compañeras de Abuelas, Madres e Hijos, en el escenario montado en Plaza de Mayo donde se leerá un documento conjunto de los organismos de Derechos Humanos. “Las Abuelas ganamos esa batalla, la mayoría de nuestros nietos están con nosotros”, afirma.
Pepito y el Frente de Lisiados Peronistas
A los tres años Buscarita quedó huérfana de ambos padres. A los cinco se mudó a la capital. La crió la abuela paterna y estuvo en un colegio de monjas hasta los 10. Conserva los mejores recuerdos de las religiosas. Pero a esa edad tuvo que salir de la escuela para trabajar. Se enamoró, quedó embarazada y parió a su primer hijo, José –para ella Pepito– a los 18. A los 16 su primogénito tuvo un accidente ferroviario en el que perdió sus piernas.
Con la indemnización por el accidente, José viajó en 1973 a la Argentina para rehabilitarse. Unos años más tarde llegó su mamá para acompañarlo, con sus otros seis hijos: Lucinda, Fernando, Patricia, Víctor, Patricio y Francia. En Chile, José había militado en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y en Buenos Aires, a inicios de la década de 1970, creó el Frente de Lisiados Peronistas, una organización que llegó a convocar entre 200 y 300 militantes políticos y que acabó incorporándose a Montoneros: estuvieron en Ezeiza el día del regreso de Perón del exilio y en Plaza de Mayo, cuando Cámpora asumió la presidencia.
El 28 de noviembre de 1978, José y su compañera Gertrudis “Trudy” Hlaczik, junto a su hija Claudia, de 8 meses, fueron secuestrados y llevados al Centro Clandestino de Detención El Olimpo. Allí, José fue torturado por Julián Simón, conocido como “El Turco” Julián, un ex agente de policía. Claudia fue apropiada y su identidad restituida recién en el año 2000. Sus padres siguen desaparecidos.
Buscarita supo de la desaparición de su hijo, su nuera y su nieta por compañeros de José. Le pidieron que se quedara tranquila, que ya iban a salir. Esperó, pero muy poco: apenas pasadas las fiestas de ese año inició la búsqueda con su consuegra, la mamá de Trudy, que al poco tiempo se suicidó. Ella siguió buscando y se sumó pronto a la ronda de las Madres. Trabajaba como supervisora de limpieza en el Ministerio de Planeamiento, a dos cuadras de Plaza de Mayo, se ponía el pañuelo, daba la vuelta a la Pirámide de Mayo y volvía a la dependencia estatal. Todo en un radio de pocas cuadras. Fue en ese tiempo en que le preguntó por su hijo a un coronel del Ministerio. Que no sabía nada y que mejor no busque más fue la respuesta.
Clara Jurado, una de las 12 fundadoras de Abuelas, fue quien le propuso incorporarse al grupo y le regaló un pañuelo, que bordó. “Eran tiempos terribles, yo lloraba todo el tiempo. Norita Cortiñas, a quien encontré hace poco, me dijo ahí está la llorona”, recuerda hoy, entre risas. Buscarita se ríe fuerte, con una expresión que le ocupa todo el rostro.
De su nuera Trudy, recuerda cómo la instó a moverse más suelta como mujer. “En Chile, en mi tiempo, las mujeres éramos muy inhibidas y recatadas. No se usaba que la mujer anduviera sola, que se sentara en un bar a tomar una gaseosa. Cuando salíamos, Trudy me decía ‘usted no se preocupe de mirar a los demás’. Yo solía esperarla en la puerta de los bares y ella me decía que no, que la esperara adentro, sentada en una mesa”, cuenta y se emociona. Dice que Trudy “tenía una cultura de no obediencia”.
En su despacho de la Planta Baja del edificio de Abuelas, contiguo al de Estela de Carlotto, hay una foto grande con su nieta Claudia en la que están abrazadas y algunas más con otras abuelas. “Hoy solo quedamos Estela, Rosa [Roisinblit], Luisa y yo”, enumera. También hay cuadros con consignas del gobierno socialista de Allende, dibujos hechos por chicos y una muñeca de tela de una abuela, con el pañuelo blanco. Y una foto con el Papa.
–Estela de Carlotto y usted se encontraron con el Papa Francisco en dos oportunidades, en 2013 y en 2017, ¿cómo fueron esos encuentros?
–Los encuentros con el Papa fueron hermosos, es un compañero divino. Se comprometió a ayudarnos con lo que fuera posible; lo que pueden hacer, lo hacen. Por años anduvimos iglesia por iglesia, cura por cura, preguntando por nuestros hijos y nuestros nietos. Pero esto fue un robo de bebés que hizo el Estado, para criarlos como hijos propios. Para nosotros es una cuenta saldada, ganamos esa batalla, nuestros nietos están con nosotros.
El microondas de la abuela
Buscarita se reencontró con su nieta Claudia en el año 2000 en un juzgado. “Nos saludamos. Entramos a un salón, conversamos y le dije hija yo soy tu abuela de parte de tu papá. Poco a poco fuimos haciendo el enlace, la conexión, yo la invitaba a tomar el té, a comer. Con Claudia –que se llama así por Claudia Grumberg discapacitada motriz del grupo de la Unión Socioeconómica del Lisiado, secuestrada y desaparecida en octubre de 1976– todo fue muy despacito, yo traté de no asustarla ni incomodarla. Estaba criada por un coronel; no es fácil a los 21, 22 años salir de una cosa y entrar en otra. Había que ir de a poquito conversando con ella, preguntándole qué le gustaba comer, haciéndole alguna cosa especial”, rememora.
Un punto de conexión entre ambas fue la literatura: Buscarita dice que le gusta mucho leer, en particular libros que “tienen que ver con la vida” y no “novelas de amor”. Menciona entre sus elegidas a la chilena Isabel Allende y a la argentina Claudia Piñeiro.
Entre los gestos de acercamiento, recuerda que, poco después de la restitución de su identidad, Claudia trabajaba en Puerto Madero. Ella vive muy cerca, en La Boca. Para propiciar los encuentros, se compró un microondas y le dio a Claudia las llaves de su casa: logró que subiera a calentar la comida los mediodías.
“Mi abuela es la más joven [del grupo]: es chiquita de tamaño, pero es un vendaval, una mujer con muchísima energía. Ella siempre tiene una actitud cálida, amorosa. Llama a los nietos y les pregunta si comieron. Va todos los días a la Casa de las Abuelas. Es hincha de Boca”, contó Claudia Poblete, que trabaja en Abuelas de Plaza de Mayo, días atrás en una entrevista con la radio Futurock.
El 14 de junio de 2005, la Corte Suprema de Justicia declaró la inconstitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que impedían el juzgamiento de los militares. Los jueces del Máximo Tribunal eligieron la causa “Poblete” para dictar el fallo que habilitó el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos en dictadura tras casi 20 años de impunidad: desde entonces hubo 320 sentencias de juicio, 1200 genocidas condenados y 17 juicios en trámite.
Es jueves por la mañana y restan tres días para el 48 aniversario del golpe de Estado de 1976, el primero desde que gobierna Javier Milei. En Abuelas suenan los teléfonos, los colaboradores de la institución se mueven con premura entre las oficinas, coordinan encuentros. elDiarioAR conversa con Buscarita. Dice que “seria horrible” un indulto para los genocidas y que si eso ocurre “los organismos nos pondremos de pie otra vez”. No oculta su temor por la posibilidad de que con el nuevo gobierno se frenen los juicios por delitos de lesa humanidad. “Hubo jueces que hicieron las cosas muy bien, hay muchísimos casos resueltos. Me da miedo que con este gobierno los juicios se frenen”, dice.
Tanto en Chile como en la Argentina Buscarita trabajó en casas de familia. Tuvo parejas, los padres de sus siete hijos, pero siempre se valió por sí misma. Hace dos años que prepara todos los días una vianda de comida y la deja en la reja de su edificio, en el barrio de La Boca, muy cerca del estadio de fútbol. Pone pan, fruta, cubiertos de plástico y arroz, fideos o carbonada. “Y todos los días se la llevan, nunca queda”, cuenta. “Vemos mal al país, vemos que no avanza, al contrario, hay un retroceso terrible. Hay mucha gente desesperada, la gente no tiene para comer. Desde que vivo en la Argentina es lo peor que ví”, afirma.
MG/MG
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