-- Marito no se da cuenta que van a pasar 50, 100 años hasta que otro patagónico sea presidente.
La frase de Néstor Kirchner refería a Mario Das Neves, gobernador de Chubut, que se había lanzado, en un juego de rupturas y espejos con el santacruceño, a una cruzada para ser presidente. La quimera de convertirse en el sucesor sureño pero anti K.
El dictamen nestorista, que habita la biblioteca oral de anécdotas del patagónico, adquirió actualidad cuando Máximo Carlos Kirchner emprendió, a fines del año pasado, la conquista del PJ bonaerense, un movimiento que es expansivo y preventivo a la vez: dominar para no ser dominado. Tiene una matriz que hizo carne Kirchner padre: no se puede gobernar el país sino se gobierna, en todos los sentidos, el conurbano.
Fue Sergio Massa, socio de sobremesas de Máximo, el primero en sintetizar otro concepto que, a paso rápido, puede parecer antagónico al anterior pero no lo es. Cuando antes del 2015, el tigrense archivó la aventura de ser gobernador bonaerense, patentó -aunque hay disputas por el copyright- el mandamiento político que afirma que los problemas de la provincia solo se resuelven desde la presidencia. Kirchner miraba la provincia desde afuera; Massa desde adentro.
Kirchner Jr. ensaya una síntesis; combina el mandato paterno de colonizar el conurbano con el criterio de Massa de que la llave de todo está en Casa Rosada. Y ejercita esa doble navaja, con rutina, con constancia budista: una vez cada 7 o 10 días almuerza con Alberto Fernández en Olivos y no pasa semana sin que desembarque en La Plata para una charla larga, a solas, con Axel Kicillof.
Kirchner sabe que le atribuyen conspiraciones. Por eso, se encarga de repetir la teoría de la continudad, el 4 años más 4 años para todos, y a la vez minimizar, sin destrato, los pedidos para que su oportunidad presidencial la ensaye en el 2023.
Son las dos terminales de una teoría que invoca en público y en privado, la tesis del copy-paste para el 2023, la reelección de Fernández y de Kicillof. Y, adicionalmente, que Massa mantenga el protagonismo como tercer pasajero con butaca en el Congreso. Un statu quo, real o ficticio, difícil de dar por cierto en una Argentina donde todo es líquido. “Después habrá que ver lo personal de cada uno”, lo explican a su lado como condicional de que puede haber otro plan si algún implicado no quiere jugar al copy-paste del 2019 en el 2023. La realidad se obstina, en general, en destruir cualquier plan a mediano plazo.
Kirchner sabe que le atribuyen conspiraciones y complots y, por eso, se encarga de repetir la teoría de la continuidad, el 4 años más 4 años para todos, y, a la vez, minimizar, sin destrato, los pedidos para que su oportunidad presidencial la ensaye en el 2023. Juan Grabois, de diálogo frecuente, es el más explícito promotor de un Fernández transicional, que debe terminar bien para dejar paso a un proceso más profundo que debería encabezar Máximo. En una charla en el podcast Truco Gallo, Grabois contó que lloró -y no de alegría- el día que se enteró que Cristina no sería candidata y que postuló a Alberto F. “Juan está cerca pero es un error creer que lo que dice Juan es lo que piensa o lo que cree Máximo”, dijo un maximista.
Hay, en la numerología, otro registro nestorista: Kirchner padre apuntaba al 2007 pero ocurrió en el 2003. Veinte años después, Máximo bosqueja una hoja de ruta de cara al 2027.
“Este equilibrio, a Máximo le sirve: incide en las decisiones, no está del todo expuesto, y todavía no hizo la transición para ser una figura competitiva”, lee un dirigente bonaerense que habla con él y lo respeta, que lo escucha defender a Fernández y cuestionar casi sin excepciones a los ministros albertistas, y renegar sobre el micromundo de Olivos. En la familia grande que es el FdT está permitido el reproche.
Pero hay un fenómeno que de tan obvio pasa desapercibido: Máximo, que habla poco, en los últimos meses se convirtió en un defensor explícito de Fernández: destaca su centrismo y la impronta dialoguista, el modo en que trata de ordenar la pandemia, la administración de las múltiples crisis. Todo como contracara de los modos de Mauricio Macri, de la relación del poder y de los medios con Macri. En el peor tiempo de Fernández, en medio de un vínculo siempre crítico con Cristina, Máximo aparece como el último albertista.
“Tiene más responsabilidad sobre el gobierno y sabe que tiene que ayudar”, lo explica uno; “es un mensaje para los propios que están enojados o desencantados con Alberto”, aporta otro. No implica, claro, que silencie sus cuestionamientos sobre cómo lleva Martín Guzmán la negociación con el FMI o su perfil “fiscalista” que tuvo su summum en el episodio del último viernes en torno a Federico Basualdo y el esquema tarifario. A simple vista, Guzmán encaja como un continuador natural de Fernández, y encontró una hendija entre la eficiencia y la moderación, terreno que Kirchner le quiere disputar en sus charlas con el mundo empresario. “Es nuestro presidente”, repite Máximo y advierte que la unidad del FdT es imprescindible.
Hay, ahí, un malestar latente con el caso Basualdo y los modos de Guzmán: le imputa al ministro no entender la dinámica de un frente electoral, de cómo operan los equilibrios internos, y de haber estado, además, falto de modales. “Un funcionario no se hecha por TV ni diciendo que es un inoperante”. To be continued.
Este domingo, Máximo Kirchner quedará proclamado como nuevo jefe del PJ bonaerense. El 2 de mayo fue la fecha fijada para la elección que con una sola boleta en juego, la que encabeza Kirchner, se convirtió en un formalismo. Sin votantes ni pompa, el diputado aterriza en la jefatura del PJ bonaerense aunque falta el acto de asunción, trámite inoportuno en pandemia. Soñó, allá por diciembre, con una votación masiva que lo bendiga en la cima del partido pero no pudo ser. Néstor Kirchner, cuando llegó al PJ nacional, tampoco la tuvo. Asumió un 14 de mayo, un dato que anotarán los fan de los paralelismos. En definitiva, Máximo es más Néstor que Cristina.
La coronación en el PJ bonaerense es un fin y un medio. Un fin porque completa el proceso que inició en 2016, con charlas secretísimas con Massa y reuniones de deshielo con los intendentes del PJ, que derivó en que la gran mayoría firme en Unidad Ciudadana en 2017, y luego escaló hacia el FdT en 2019 con el regreso y la amnistía a Massa.
Un medio porque la mudanza del sur a la provincia de Buenos Aires cristaliza que la jefatura bonaerense de los #peronismos es de Máximo, no es de Fernández ni tampoco de Kicillof, que sorprende a propios y extraños con su aprendizaje para comunicar, para encontrar un tono político, para contar la pandemia, para hablarle a los propios y a los otros. El Kicillof que ostenta una ventaja que no tuvo ningún otro gobernador desde Eduardo Duhalde: carece de problemas de caja. Fernández lo asiste, a pesar de cierta incomodad de Guzmán, y Máximo interviene en ese proceso en favor de Kicillof.
PI
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