Una decisión solitaria, cuyo costo-beneficio será sólo de Fernández
“Cínicos, son cínicos: piden vacunas y no hacen nada para que haya menos contagios”. Alberto Fernández estalló, al teléfono, la noche del martes cuando recibió un informe sobre la ausencia casi total de controles. Postales sobre shopping repletos y restaurantes sin protocolo y un parte oficial sobre casi nula presencia de fuerzas policiales.
“Si en la Ciudad, un tercio de los habitantes son de grupos de riesgo ¿por qué no controlan la circulación y los cuidan?”, se descargó Fernández frente a un colaborador en una noche de furia. “Son unos cínicos: después piden respiradores, vacunas y subsidios para bancar la pandemia”.
El enojo se concentró en Horacio Rodríguez Larreta pero, de rebote, alcanzó a Axel Kicillof, más específicamente a Sergio Berni por la falta de despliegue de la policía bonaerense. El martes, en la casi reunión de gabinete en Casa Rosada, Sabina Frederic detalló un parte según el cual ni la policía de la Ciudad ni la Bonaerense tenían montados suficientes operativos de control.
“Me harté de buscar vacunas para todos y de pedirles, por favor, que controlen para evitar los contagios”, estalló el presidente en la charla con uno de sus principales colaboradores y le precisó que tenía la decisión de endurecer las restricciones, luego de haber charlado durante los últimos días con infectólogos y epidemiólogos, y advertir que la segunda ola es el principio de una crisis que será larga y difícil.
El malestar presidencial se expresó, además, en una mecánica hasta ahora inédita: no hubo consultas y charlas con Larreta, ni Zoom con los gobernadores ni cumbre tripartita, tuvo algunas charlas, sondeos con Kicillof y conversaciones con otros mandatarios pero decidió, en un giro, tomar una decisión política individual, desde la presidencia.
El diálogo roto con Larreta es una derivación, dicen en Olivos, de la conducta del jefe de Gobierno porteño que en los últimos meses comenzó a operar, por necesidad o conveniencia, en la misma sintonía que el ala dura del PRO. Detrás hay un elemento menos perceptible, personalísimo, un pliego íntimo que persigue a Fernández y se vincula con el pánico de que sobrevenga una crisis a la brasileña, bajo un dictamen brutal que reza que los muertos de la tragedia son de los presidentes.
PI
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