“La idea de la ‘vaca sagrada’ de la India es lo que quieren imponer con el petróleo en la Argentina”
Gabriel Blanco, profesor de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Centro (UNICEN), fue Director Nacional de Cambio Climático en el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible durante el primer año de gobierno de Alberto Fernández, pero, a más de dos años de su salida, afirma estar “muchas veces en franco desacuerdo con la política energética y ambiental”. “Hablamos de soberanía energética porque tenemos el recurso, gas y petróleo, bajo nuestro suelo, pero no tenemos ni los capitales ni la tecnología para explotarlos. ¿De qué soberanía estamos hablando? ¿Firmar un contrato secreto con Chevron es soberanía? Y acá quiero ser muy claro: los grandes negocios de la energía atraviesan todas las grietas”, aseguró en diálogo con elDiarioAR sobre el sistema energético de Argentina.
-¿Cómo describiría nuestro sistema de energía?
-Tenemos un sistema altamente centralizado, con socios claros, el poder político y las corporaciones del gas y del petróleo, que se benefician mutuamente. Es además, un sistema contaminante por donde se lo mire, con injusticias e inequidades en el acceso y en la distribución de la energía, que también son parte del problema. Tenemos un poder político montado sobre esa centralización del sistema energético que le permite tener un dominio sobre los distintos actores de la sociedad. Quien controla la energía controla lo que pasa en una sociedad. El poder político no quiere ceder ese control. Por eso se invierten 9 mil millones de dólares en una cuarta central nuclear cuando con ese dinero podría facilitar la creación de un sistema descentralizado, con más actores y cadenas de valor locales y regionales, que permita que cada comunidad en este país pueda generar su propia energía, o por lo menos una buena parte. Desde la centralidad, el poder político puede así decidir cuándo te da la energía y a qué precio.
-El relato nos dice que Vaca Muerta nos va a salvar…
-Es un falso discurso. León Gieco ya lo dijo: cinco siglos igual. Ya nos pasó con las minas de plata del Potosí, que después fue el oro de Famatina y después fue la madera del Gran Chaco, y después la soja, y ahora, el litio. Esperando falsamente que derramen, en forma de regalías, las migajas de esas explotaciones que las hacen otros llevándose el grueso de la riqueza… y ellos saben que es falso que Vaca Muerta vaya a ser diferente. Y la ecuación es muy sencilla: la plata se la lleva el que invierte, que podrá ser una compañía china, estadounidense o europea, no importa. Lo que le queda al país o a las provincias son regalías, un porcentaje menor que ni siquiera está muchas veces controlado. A estas dos cuestiones se le suman después todas las otras problemáticas socioambientales extendidas por todas partes, porque este sistema energético es concentrado y contaminante por donde lo quieras mirar.
-La solución tampoco parece ser centrar todo en las energías renovables porque también generarían impactos socioambientales vinculados a la explotación de minerales, etc.…
-Es una nueva trampa discursiva: los materiales que vas a usar en la turbina eólica son igual, más o menos contaminantes que los materiales que vas a usar en el próximo gasoducto. Toda una serie de falsedades muy fáciles de hacer llegar a una población a la que no se le explica y por lo tanto está desinformada del tema porque el tema no está en la agenda. Entonces llegas con cualquier mensaje.
-¿En el caso de la minería la falta de control es peor que en gas y petróleo?
-En el caso de la minería el control es muchísimo menor, o directamente nulo porque es mucho más difícil controlar. Lo que las empresas sacan en metal lo declaran ante las autoridades con declaraciones juradas. Entonces, la misma empresa le dice al Estado: “Hoy saque diez kilos de cobre y te pago las regalías correspondientes a esos diez kilos de cobre que declaró”. Nadie sabe jamás cuánto salió de verdad. Y lo mismo pasa ahora con el litio. Lo mismo pasaba con el cobre, la plata, el oro. En el caso del petróleo y el gas, no es cierto que no se pueda controlar porque ahí sí que es bastante más sencillo hacerlo, con un simple medidor, por ejemplo.
-¿Cuáles son las consecuencias ambientales de este sistema?
-Las consecuencias socioambientales son múltiples, dejame empezar por la contribución de toda esta explotación al calentamiento global y al cambio climático, que entre otras cosas nos está impactando en muchos frentes, la tremenda sequía que vivimos es uno de ellos, pero no el único. La proyección de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) por el consumo interno de gas y otros hidrocarburos en Argentina tiene una tendencia creciente hacia 2030. Esto incluye el consumo en tres grandes sectores: el residencial, el transporte y el industrial, incluyendo la generación de electricidad. Utilizando proyecciones oficiales de la producción de gas de Vaca Muerta, se pueden calcular las emisiones que se producirían por su uso, tanto dentro del territorio argentino, como por su uso en aquellos países a los que se exporte ese gas. Estas últimas emisiones, podrían duplicar las emisiones que se producirían por el uso dentro de nuestro territorio. Si se quiere atacar las emisiones de estos gases que contribuyen al cambio climático, debería revisarse la política de hidrocarburos. Pero no parece ser el caso, de un lado y otro de la grieta están dispuestos a seguir con los grandes negocios del gas y del petróleo sin importar nada más, ni el cambio climático ni ninguna otra cuestión.
-El Gobierno sostiene que Argentina tiene el “derecho” de continuar explotando combustibles fósiles porque el país no ha contribuido con altas emisiones al calentamiento global, en comparación con países industrializados. ¿Qué opina sobre esto?
-Aquí también hay una cuestión engañosa. A nivel global, las emisiones que genera Argentina no son irrelevantes. Escuchamos que en círculos interesados se dice que Argentina no tiene relevancia en la contaminación global porque las emisiones que Argentina aporta al mundo representan menos del 1%. Entonces, ¿por qué nosotros nos vamos a preocupar por el calentamiento global? Pero esa afirmación es falsa porque esas emisiones menores al 1% nos ubica alrededor del puesto 22 a nivel global de emisión (va variando cada año). De 200 países, hay 180 o 178 que tienen menos emisiones que Argentina, y hay sólo alrededor de 21 que tienen más emisiones. Además, de esos 21 que tienen más emisiones, hay 15 países que tienen entre el 2% o 3% de participación en las emisiones globales, es decir, apenas un poco más que nosotros. Sólo cuatro o cinco países (China, Estados Unidos, Rusia, India y Brasil) realmente tienen números importantes por arriba del 5% y 10%.
-Entonces no somos poco contaminantes como país…
-Esa mirada de que somos poco contaminantes es falsa, y más falsa aún cuando mirás las emisiones por persona, porque los chinos tienen muchas emisiones, porque son muchísimos más habitantes. Eso hace que cuando mirás las emisiones por persona, nuestras emisiones son más altas que las de los chinos y estamos al mismo nivel que muchos países europeos. Cuando vos estás en las negociaciones internacionales y la Argentina sale con este discurso, de que somos irrelevantes, los 180 países que están por debajo tuyo te miran como diciendo: “¿Vos me decís que eso es irrelevante?” Porque los que están por debajo, las islas del Pacífico, que se están hundiendo en el mar, y los países más pobres de África o América Latina, nos ven a nosotros arriba del ranking. Entonces la verdad es que es un discurso falto de ética y muy perverso.
-¿El gas es un combustible de transición, como dice el Gobierno?
-Ahí también hay una trampa. En nuestro equipo en la universidad, hacemos muchos trabajos generando escenarios hacia futuro sobre cómo este sistema energético podría transformarse en otro mejor, más diversificado, más descentralizado y menos contaminante. En cualquiera de los escenarios energéticos se necesita de gas y de petróleo, por lo menos, por 15 o 20 años más porque no hay manera de deshacer un sistema enorme montado alrededor del petróleo y del gas. Desde los autos que manejamos hasta el horno en nuestras casas. ¿Entonces, cómo desmantelar todo eso? La trampa está en decidir construir un nuevo gasoducto o una central para licuar el gas, sumar y sumar infraestructura para la nueva explotación de gas y petróleo. ¿Por qué? Porque entonces ahí ya no estás hablando de transición, porque toda esa infraestructura implica obras de más de 50 años de vida útil. El gasoducto que acaban de construir y de celebrar es un gasoducto que está planeado para usarlo durante 80 años, entonces ya me es difícil a mí aceptar que me están hablando de transición. Lo que están diciendo es que van a ir por todo, apuntando todos tus cañones a explotar el petróleo y el gas hasta llegar al límite.
-¿Argentina terminará cediendo cuando se lo impongan las potencias?
-A veces pienso que las transformaciones van a venir impuestas desde afuera, pero tampoco está tan claro de que el mundo no vaya a querer más gas y petróleo. La Unión Europea acaba de catalogar al gas como combustible verde. Es una decisión horrible.
-¿Cómo debería hacer una transición energética justa? ¿Cuáles son las recomendaciones de ustedes en ese sentido?
-Hay dos conceptos claves para una transición del sistema energético. El primero es la diversificación. Empezar a usar otros recursos energéticos. Hoy nuestra matriz primaria es en un 86% dependiente de combustibles fósiles, gas y petróleo, básicamente, y además, muy poquito de carbón, un poco de nuclear y un poco de las grandes centrales hidroeléctricas. Todo eso representa el 95% de toda la energía primaria de Argentina. Nuestra vida depende de eso. Argentina no tiene el capital ni la tecnología para explotar el petróleo y gas que tiene en Vaca Muerta o en el Mar Argentino, y lo mismo sucede con las centrales nucleares y con las grandes centrales hidroeléctricas. Necesitamos golpear puertas a ver quién nos da la plata, quién nos da la tecnología, y dependemos 95% de eso. Entonces, primer concepto: la diversificación de la energía.
El segundo concepto es la descentralización, para desmontar esta cuestión del gran negocio entre las grandes corporaciones y la política. Empezaría por emprendimientos locales, donde la producción de la tecnología pueda tener un gran componente local. Si la producción de energía se realizara a partir de pequeñas centrales ubicadas en un barrio, en tu casa, en una comunidad, en una pyme, en un comercio, con tecnologías y mano de obra local, entonces sí estaríamos hablando de soberanía energética.
Para pensar una transición energética en armonía con un desarrollo sostenible, lo primero que tenemos que preguntarnos es para qué queremos la energía. Porque si querés energía renovable para alimentar el shopping de Alto Palermo… y… no estamos entendiendo la cosa. La transición energética tiene que incluir repensar los patrones de producción y consumo. Esto aplica a la discusión del litio actualmente.
-¿Cómo se aplica al litio?
-¿Para qué queremos el litio? ¿Vamos a cambiar los 15 millones de autos que hay en Argentina por 15 millones de autos eléctricos? O antes de cambiar de tecnología y pasarnos a los vehículos eléctricos, ¿no deberíamos repensar la forma en que nos trasladamos en las ciudades, por ejemplo? El gobierno argentino da beneficios impositivos a la producción de vehículos particulares para que lleguen más baratos a los consumidores. Lo que tendrías que hacer es ofrecer un servicio público de transporte de relevancia, como hicieron en algunos lugares donde yo viví alguna vez, donde el transporte público era gratuito. Hay otra pregunta que también es fundamental, y es cómo hacés las cosas. Si los biocombustibles van a ser fabricados a partir de la soja transgénica que nos llena de agroquímicos y avanza y desmonta el Gran Chaco, ¿no sé si tiene sentido el biocombustible si se va a producir de esa manera? Una vez más, creo que la transformación energética requiere repensar patrones de producción y consumo en general.
-¿Se pueden tomar decisiones en ese sentido siendo un país como Argentina en este contexto global?
-Es cierto que los condicionamientos externos son enormes, pero también es verdad que algunas decisiones sí se pueden tomar, independientemente de cómo funciona el mundo hoy y la presión internacional. Hay algunos pasos que sí se pueden dar pero lo que uno ve con tristeza es que pasan los gobiernos y las décadas y no se da ningún paso en esa dirección. La posibilidad de empezar a producir energía más distribuida es una posibilidad concreta que Argentina podría hacer. Argentina gasta al año 15 mil millones de dólares subsidiando Vaca Muerta y todo el sistema energético en general. Redireccionando sólo una fracción de eso, podés poner en marcha cadenas de valor y nuevos emprendimientos donde puedan participar múltiples actores para empezar a producir energía diversificada y descentralizada. Fuimos hace muchos años a ver a un ministro con un plan para instalar sistemas descentralizados para calentar agua a nivel domiciliario. Qué ingenuos. La respuesta fue: “Ese no es mi negocio”. Esta frase creo que lo dice todo. El negocio era importar los barcos de gas licuado.
-¿Ve un horizonte optimista, una salida que puedan o quieran encontrar quienes deben tomar estas decisiones?
-Si, yo veo un horizonte posible. Uno trata de entender la problemática para llegar al hueso, porque si no me parece que las soluciones siempre terminan siendo parches y más de lo mismo. Hace un rato hablábamos de la convivencia entre poder político y poder económico para el sistema energético. La primera barrera está ahí. ¿Cómo vas a esperar que la clase política cambie algo de lo cual se beneficia? Necesitas un líder, una lideresa diferente, y si es un movimiento horizontal mejor todavía, que empiece poniendo en discusión el sistema actual. La otra barrera somos nosotros mismos. Nuestro sentido de prosperidad está montado sobre un barril de petróleo. Nos corre petróleo por las venas a todos. La idea de la “vaca sagrada” de la India es lo que quieren imponer con el petróleo en la Argentina y lo están logrando. YPF es Messi, y por lo tanto no se discute. ¿Se dan cuenta de lo que les digo? Con ese discurso se llega al corazón de la gente, trasciende la coyuntura política. La comunicación es fundamental, es clave para empezar a poner en cuestionamiento de una manera inteligente.
-¿Qué deberíamos hacer los comunicadores en ese sentido?
-Creo que hay que encontrar las puertas de entrada adecuadas para comunicar esta problemática. Si empezás hablando de las emisiones de gases de efecto invernadero a una gran parte de la población la dejaste afuera o porque no conoce el tema o porque lo ve lejano a los problemas de su vida diaria; entraste por una puerta equivocada. Yo tengo muchas reuniones con las agrupaciones ambientalistas para intercambiar información, incluso preparamos algunos informes para ellos. ¿Cómo le entrás a alguien, a una sociedad, que tiene petróleo en las venas? ¿Cómo le entrás a “YPF es Messi”? Tal vez a la gente, las cosas le entran por el corazón, no lo sé.
-Fue funcionario y asesora al Gobierno sobre cambio climático. ¿Qué le dicen los funcionarios?
-Fui parte de este gobierno en el primer año. Antes, había sido parte del Ministerio de Ambiente en el área de cambio climático durante cuatro años. Actualmente sigo colaborando con varios ministerios, a veces a través de canales más formales, otras, a través de conversaciones, reuniones. En 2021 me encargaron coordinar la elaboración de la estrategia de largo plazo que pide la Convención (Marco de la Naciones Unidas sobre Cambio Climático), en el que los países deben elaborar su mirada a 2050. Había que presentarlo en la COP de Glasgow. Cuando llegamos al final, la semana anterior a la COP, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca armó una solicitada junto con la Sociedad Rural Argentina y otras organizaciones, algo nunca visto, diciendo que de ninguna manera iban a aceptar ese trabajo, donde se planteaba un nuevo modelo de producción agropecuaria, con menos emisiones y menos impactos socioambientales. Al mismo tiempo, la Secretaría de Energía sacó una resolución diciendo cuál era el plan de energía para el futuro, a 2030, que no coincidía obviamente con la estrategia nuestra de transformar el sistema energético hacia uno más diversificado y menos contaminante. El documento de la estrategia de largo plazo finalmente cayó, no se presentó en Glasgow. A pesar de esto sigo colaborando cada vez que me convocan, y yo encantado de hacerlo. Digo lo que tengo que decir: y muchas veces es que estoy en franco desacuerdo con la política energética y ambiental, pero agradezco la invitación para conversar.
-Sin importar la ideología o el gobierno, los ministerios o secretaría de Ambiente y Cambio Climático no parecen estar sentados en la mesa del Gabinete y el Presidente, actúan adaptándose a las imposiciones de sus pares en Economía, Industria, Agricultura. ¿Son funcionarios testimoniales?
-Las problemáticas socioambientales, incluido el cambio climático, no son parte de la agenda pública. Y esto no ocurre por casualidad. Los grupos de poder en los sectores de la energía y del agronegocio son muy fuertes y marcan la agenda. La lógica de la toma de decisiones pasa por otro lado, hay que tratar de entender esa lógica para ver si se puede tener algún tipo de influencia o cortar ese circuito en algún momento. No es fácil. Será cuestión, en algún momento, de empezar a generar espacios de representación política y salir al ruedo a disputar poder político, en el mejor de los sentidos y en el marco de la democracia. Se me ocurre pensar que hay mucha gente que está necesitando de esos nuevos espacios que propongan otras formas de desarrollarnos y crecer como sociedad y como país, donde cada comunidad pueda tener mayor poder de decisión sobre su destino, sobre lo que produce y lo que consume. Un desarrollo a escala humana, con más equidad y más armonía entre nosotros y con la naturaleza, porque somos lo mismo.
ED
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