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La fuerza del cuerpo, la mente y la palabra

Cáncer: el tabú que dejó de serlo

El cáncer ha sido representado en la literatura y en el cine, a través de testimonios personales de lucha, autodefinición y resiliencia.

Moira Soto

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“Iba a morir tarde o temprano. Mis silencios no me habían protegido. Tampoco las protegerán a ustedes”: frases muy citadas fuera de contexto que pertenecen a Los diarios del cáncer, de Audre Lorde. Figura crucial del feminismo de la Segunda Ola, “negra-lesbiana-madre-poeta-guerrera”, como le gustaba definirse. Defensora de los derechos civiles de los afronorteamericanos y exploradora de la identidad femenina negra, Lorde empezó a hacer anotaciones en 1978, cuando recibió el diagnóstico de cáncer de seno. Un muy fuerte testimonio esos Diarios donde se interroga, entre otros temas, sobre la relación entre enfermedad y el estatus de las mujeres. Audre, rodeada del amor de su pareja de entonces y de sus amigas, eligió la ablación después de estudiar todas las chances y consecuencias de distintos tratamientos, manteniendo siempre el derecho a la autodeterminación como paciente. Y se negó a disimular su pecho faltante recurriendo a una prótesis. La peleó sin descanso, sin parar sus actividades hasta fines de 1992. Antes de morir fue bautizada en una ceremonia africana con el nombre de Gamba Adisa -la guerrera que se hace escuchar-.

Por aquellas fechas de fines de los '70, otra escritora, pensadora, cineasta que había encarado un cáncer de mama en 1975, dio a conocer en 1978 el ensayo La enfermedad y sus metáforas, donde se refería francamente a los fantasmas atados a esa dolencia y criticaba el lenguaje bélico empleado al respecto. No es un castigo por una falta moral, dice Sontag eximiendo de responsabilidad a quienes contraen cáncer. Hay que mirarlo de frente, sin metáforas. Según la prestigiosa intelectual, la enfermedad es la zona de sombra de la vida, nacemos con esa doble nacionalidad.

Las mujeres, más afectadas en la ficción

Un repaso rápido y un tanto azaroso permite comprobar que el cáncer -aunque presente ya en tiempos pretéritos de Hipócrates- se demora en aparecer en la literatura, el teatro, el cine. Y cuando lo hace, se lo ofrece sin el halo romántico que suele rodear a la tuberculosis. Para muestra, dos ficciones del siglo XIX, luego llevadas a la ópera con gran suceso: Escenas de la vida bohemia, de Henri Muger, versionada líricamente en La bohème, de Puccini, 1896; y La dama de las camelias (1852), de Alejandro Dumas convertida en archipopular ópera por Verdi y su libretista Piave. Dos chicas tuberculosas de buen corazón pero de vida galante, Mimí y Violetta, que se mueren cantado. También llevada al teatro y al cine -la mejor, la suprema Garbo-, La dama... encontró una variación sensiblera aggiornada en 1970, en Love Story, que proponía una leucemia fulminante de la protagonista pobre mas decente -exaltada por Ali McGraw- que se casa con chico rico que desobedece a su padre millonario, etcétera. Con más de 50 años, este film basado en el best-seller de Boris Segal sigue empapando pañuelos desde plataformas, y hay quienes se atreven a repetir su lema: “Amar es nunca tener que pedir perdón...”.

En el cine y en la tevé, el cáncer atrapó a una mayoría de mujeres desde Amarga Victoria (1939) con Bette Davis ocultando entre sonrisas su tumor cerebral. Más tarde, el cáncer de mama con consecuencias fatales arrasó boleterías vía exitazos lacrimógenos como La fuerza del cariño (1983) o Quédate a mi lado (1998).

Una pionera sin demagogia y con genialidad, Agnès Varda narró en tiempo real la ansiosa espera del resultado de los análisis de una cantante girando por París en la pieza maestra Cléo de 5 a 7. Otra directora, Isabel Coixet, trató delicadamente el tema del cáncer en una etapa avanzada en dos films muy logrados: Mi vida sin mí (2003) con la maravillosa Sarah Polley, joven trabajadora con dos hijos que ante el diagnóstico que le anuncia tres meses de vida, elige emplear ese tiempo en cumplir varios deseos, en vez de hacer un tratamiento inconducente; y en Elegy, 2008, sobre novela de Philip Roth, otra notable intérprete, Penélope Cruz, encarna a la novia de un maduro profesor que la acompañará en los tramos finales de su cáncer de mama. Y ya que estamos entre actrices estupendas, bien vale nombrar a la Debra Winger de Tierra de sombras (1993), enamorada de otro académico (Anthony Hopkins), ella tomada por la misma enfermedad. Un film altamente conmovedor basado en el hermoso libro autobiográfico de CS Lewis Una pena observada.

Entre la minoría masculina de personajes arrasados por el cáncer en otras zonas del cuerpo en el cine del siglo XX, cómo no mencionar al protagonista de Vivir (1952) de Kurosawa, un funcionario mediocre que se abandona frente a al pronóstico de escasos meses de vida, pero reacciona cuando se compromete con una misión que sabe que va a mejorar la vida de muchos niños. Y un año antes, Robert Bresson presentaba la mística Diario de un cura de campaña donde un joven sacerdote muy enfermo lucha contra sus dudas sobre la fe para finalmente aceptar la voluntad de Dios y confiar en que “todo es gracia”. Y dos más por el mismo precio: el personaje masculino de Las invasiones bárbaras (2003), de Denis Arcand, que opta por la eutanasia cuando ya no quedan esperanzas, y el inolvidable viejo, chinchudo por fuera pero tierno y justiciero por dentro, de Gran Torino (2008), de Clint Eastwood.

Párrafo aparte para hacerle un homenaje a la exquisita Thelma Biral que en 2007 dio vida verdadera (escénica) a un niño enfermo de cáncer con los días contados en la obra teatral Oscar y la dama rosa, cuyo autor, Carl Emmanuel Schmitt, había pedido que ese papel lo hiciera una actriz.

Una trinidad para hacer la crónica de esta Montaña

Además de un coro familiar afectuoso y solidario, se necesitaban tres cariátides para sublimar a través de palabras e imágenes esa plétora de emociones que trae consigo un diagnóstico de cáncer de mama a los 35, las vicisitudes de una cirugía, la quimio y sus consecuencias... Tenemos en primera instancia a una protagonista indiscutida, Florencia Curi, la que puso –a su pesar– el cuerpo, la que sintió el miedo en carne propia, la que tomó la pluma que la elevaría por encima de una montaña de emociones. Una chica de Chajarí, Entre Ríos, licenciada en realización de cine, fotógrafa profesional, ganadora de concursos, llena de proyectos, autora del corto Mujer de tierra y de los guiones de los largos Soñando a Madame Editha y Paloma y Dora. Ella, que se abraza ahora con sonrisa de pura felicidad al libro Montaña. Crónica de un cáncer, responde más abajo a las preguntas de Damiselas en apuros.

Florencia tuvo dos coprotagonistas imprescindibles en esta gesta, amigas de fierro con las que comparte ideario y visión del mundo, compañeras de estudios, dispuestas a poner los dos hombros en lo que hiciera falta. Y lo que hacía falta, más allá de la cercanía, los mimos, el incentivo, era precisamente concebir, diseñar, escribir, dibujar, editar un libro sobre esta contingencia del destino.  

Marianela Müller, creadora de las imágenes del libro, es gestora cultural, ilustradora mediante acuarelas y otros recursos, especializada en literatura infantil y juvenil, becada por el Fondo Nacional de las Artes por su proyecto de juegos Criaturas Mágicas, Personajes e Historias para Armar. Y Maite Diorio era justo la figura que faltaba para completar este plan: editora, licenciada en cine, productora, asistente de dirección en films de animación, de ficción, documentales.

Entonces, con Flor encabezando naturalmente el elenco, el terceto hizo este camino de aprendizaje, de maduración, de rescate. Un recorrido sobre el que Florencia Curi aporta su sincero testimonio a continuación.

–Antes de recibir el diagnóstico ¿pensabas que el cáncer era algo que solo le podía pasar a otras mujeres? Y luego, cuando supiste que lo tenías, ¿sentiste que era una injusticia del destino, que no habías hecho nada para merecerlo?

–Antes del diagnóstico, nunca había imaginado que algo así podía sucederme. Siempre lo veía como una posibilidad lejos de mí, algo que les ocurría a otras personas. Pero cuando llegó, lo primero que me pregunté fue: ¿Por qué a mí no? Finalmente ¿por qué yo iba a ser la excepción?

–¿Qué respuesta encontraste?

–Esa pregunta abrió un sinfín de reflexiones. Me cuestioné mucho sobre mi vida: si estaba conforme con las decisiones que había tomado, si realmente había elegido lo que deseaba profundamente. Y sí, al principio lo sentí como una injusticia. En esas situaciones extremas, donde la vida y la muerte están en juego, solemos ser muy crueles con nosotros mismos. Nos preguntamos si lo merecemos o no, como si hubiera una lógica detrás de una enfermedad. Pero ¿qué significa realmente “merecerlo”? ¿Qué tan responsables somos de algo como el cáncer?

–Susan Sontag te habría desculpabilizado.

–Durante el tratamiento, lo que más me dolía era no poder tener una vida cotidiana como los demás. Envidiaba las cosas simples: salir sin preocupaciones, sentirme sana. Todo eso que a menudo damos por sentado, se convirtió en mi mayor ambición. Estar sana era lo único que deseaba. Y ahí entendí que, más allá de culpas o justificaciones, lo importante era aprender a transitar ese camino en pos de la curación.

–La decisión, el gesto de empezar a escribir ¿ya comenzó a transformar tu ánimo, tu enfoque? ¿Se te despertaron otras motivaciones?

–Definitivamente, escribir marcó un antes y un después. Fue una acción poderosa, como una forma de recuperar el control en medio del caos. Me permitió transformar el dolor en algo tangible, darle un sentido a lo que estaba viviendo. Escribir no solo me ayudó a procesar lo que sentía, sino que también me conectó con otras personas y sus historias, experiencia que me hizo sentir mejor, como si estuviera canalizando todo de una manera constructiva.

–Había otro proyecto en tu vida, además de recuperar la salud...

–Escribir me puso una meta. Me ayudó a focalizarme en un después, a imaginar un futuro más allá del presente que estaba atravesando. Fue una guía para mirar hacia adelante, un recordatorio de que había algo por lo que valía la pena seguir luchando. No era solo ponerle palabras al dolor, sino también abrir una puerta a la creatividad, a la posibilidad de que algo bello surgiera incluso en los momentos más difíciles.

–¿Cuándo entró a tallar el tan saludable sentido del humor y cuánto te ayudó en la comedia de la vida, que a veces es divertida y a veces viene con drama?

–El sentido del humor siempre ha sido parte de mi personalidad. Tengo un humor ácido desde que era niña, es un rasgo que forma parte de mi carácter. Los que me conocen bien saben que vengo con ese plus, y me aceptan tal cual soy. Soy capaz de hacer chistes de casi cualquier cosa. Con la enfermedad, el tono de mi acidez se intensificó, tal vez como una manera de fortalecerme frente a la situación. Al principio no lo veía tan claro, pero con el tiempo me di cuenta de que mi humor ya no era tan gracioso para todo el mundo. Sin embargo, para mí era una forma de desdramatizar, de salir un poco del drama, de que dejaran de mirarme con lástima. Lo usaba para sacar a la gente de su eje, para romper el hielo. Claro, hay momentos dramáticos donde el chiste no tiene cabida, y ahí también aprendí a respetar el silencio. No es algo planeado ni programado, no es que diga “ahora voy a meter un chiste”. Simplemente me sale de manera natural, un enfoque para quitar solemnidad, para reírme de mí misma y así sobrellevar las contingencias de la vida. Esa mirada humorística siempre me ayudó a hacer que las cosas resultaran más livianas, a aligerar un poco el peso de la situación.

–El haber desarrollado guiones de cine, tener proyectos en este arte ¿te sumó a la hora de ponerte a escribir tu non fiction? Que además se completaría con la gráfica de Marianela Müller. ¿Dirías que fueron tal para cual en el trayecto?

–Haber trabajado en guiones y proyectos cinematográficos fue una ventaja clave para escribir Montaña. Crónica de un cáncer. Desde el principio, el libro fue concebido como una novela ilustrada, una combinación de texto e imagen, un procedimiento que para quienes venimos del ámbito audiovisual resulta más natural de desarrollar. Esto facilitó pensar los capítulos como unidades narrativas que integran palabras e ilustraciones con su propia lógica y simbolismo. Y en este camino, Marianela Müller y yo logramos una conexión creativa esencial. Su gráfica complementa el texto, añadiendo un lenguaje visual cargado de significado. Pero además de Marianela, el aporte de nuestra editora, Maite Diorio, fue crucial. Las tres formamos un equipo colaborativo donde cada decisión se tomó en conjunto, en un diálogo constante que correspondía la delicadeza del tema. El libro no busca ofrecer recetas ni respuestas, sino ser un compañero que invite a reflexionar y permita a la lectora, al lector sentirse acompañados en su propia experiencia.

–¿De qué van los guiones de Soñando a Madame Editah, y Paloma y Dora? ¿Estás en plan de realizar pronto alguno de estos proyectos?

–Mis proyectos de largometraje, como Soñando a Madame Editah y Paloma y Dora, son guiones cuya escritura parte desde una perspectiva de género, algo que siempre está presente en mis trabajos. Me interesa construir historias que no solo sean narrativas interesantes, sino que también aporten a visibilizar experiencias y problemáticas vinculadas con la identidad, las emociones y las relaciones humanas. Soñando a Madame Editah aborda la historia de Roberto, un hombre de pueblo que sueña con ser drag queen. La trama utiliza el humor como herramienta para explorar su transformación personal y mostrar cómo su decisión impacta en su entorno. Es un guion que escribimos en conjunto con Maite Diorio, que combina sensibilidad, comedia y crítica social, mostrando personajes con matices y vulnerabilidades, especialmente en un contexto de pequeña comunidad donde las expectativas sociales son fuertes. Por otro lado, Paloma y Dora  es una road movie que escribimos junto a Santiago Diorio del Prado y se centra en la relación entre una mujer trans de 75 años y una adolescente, explorando la complejidad de los vínculos desde una mirada íntima. Aunque es una historia diferente, comparte con otros de mis proyectos la intención de destacar personajes femeninos diversos, potentes abordando temas que inviten a la reflexión. Ambos guiones aún están en etapa de desarrollo y esperan su momento para ser llevados a la pantalla, pero representan el tipo de historias que quiero contar: humanas, inclusivas, atravesadas por una perspectiva que no solo se refleja en el contenido, sino también la forma en que son pensadas y construidas.

–¿Qué importancia tuvo la presencia, el sostén de tus amigas en todo el proceso de recuperar la salud?

–Tener cerca a mis amigas fue fundamental durante todo el transcurrir del tratamiento. Ellas estuvieron ahí, sosteniéndome, acompañándome en los momentos más difíciles. Ese vínculo fue clave, porque me recordó permanentemente que no estaba sola, incluso en los días más oscuros. Siempre sentí que podía apoyarme en ellas, que podía contar con su fuerza y su empatía, lo que me ayudó a enfrentar el miedo y la incertidumbre. Creo que el entorno cercano tiene un impacto enorme cuando atravesamos esta clase de experiencias. Para mí, el apoyo de mis amigas y mi familia fue un refugio emocional y una parte esencial de mi recuperación. Y, a diferencia de esa idea romántica que construyen algunas películas donde un héroe llega para salvarte, mis verdaderos héroes y heroínas fueron ellos: mi familia y mis amigos. En ellos descubrí una capacidad inmensa de hacer cualquier cosa por mí, de sostenerme sin reservas. Su amor y su cuidado marcaron la diferencia y me hicieron sentir que, a pesar de los malos momentos, no estaba sola en este brete.

Este artículo se publicó originalmente en el sitio Damiselas en apuros.

MS/JJD

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