Fórmula 1, jet set, campo y política: Reutemann, el sueño rubio de una Argentina aspiracional
La primera vez abandonó. Fue en La Cumbre, Córdoba, el 30 de mayo de 1965. Carlos “Lole” Reutemann, 23 años, ponía en marcha su Fiat 1500. Era solo una prueba de Turismo Mejorado, una categoría del automovilismo que ya no existe. Largada y nada más. Pero en julio ganó la primera carrera y un año después se coronaba campeón en la categoría D, hito que repetiría al año siguiente, en 1967. Tercera y cuarta corona consecutiva entre 1968 y 1969. Y el piloto, entonces, despegó. Pero no era solo la velocidad o su astucia al volante. Reutemann también era el sueño rubio de una Argentina aspiracional, esa que aprobaba la fórmula belleza, jet set, campo y política.
Murió Carlos Reutemann. Los últimos meses los había pasado internado por una serie de sangrados digestivos, un cuadro que se complicó. Tenía 79 años y el anuncio de su fallecimiento lo hizo su hija Cora en Twitter. Reutemann fue un piloto profesional que hizo historia en Europa. Fuera de las pistas, en 1991, el ex presidente Carlos Menem lo invitó a sumarse a las filas del Partido Justicialista. Fue gobernador de Santa Fe, su provincia natal, en dos periodos: del ‘91 al ‘95 y de 1999 a 2003. Su último cargo público fue en el Senado, banca que ocupó desde 2003 hasta su muerte.
En aquella época de gloria automovilística, Reutemann tomaba aviones como quien toma colectivos. Era, además de triunfador, un deportista buen mozo. Al lado del auto, vestido con el traje antiflama: el fuego y el extintor en el mismo cuerpo, en la misma cara. No se bronceaba, se doraba. El Lole era nuestro Paul Newman, una estrella que venía a renovar la constelación en una farándula local que pedía vuelta a boxes. Y el silencio, ese halo de misterio --voluntario o no-- que lo potenciaba.
Fórmula 1, Grand Prix, Interlagos, campeón en Sudáfrica, Estados Unidos, Australia. Contemporáneo de Emerson Fittipaldi y Niki Lauda. La firma de la escudería Ferrari en los ‘70. Podría haber tomado la posta de Juan Manuel Fangio, pero a los 35 años se retiró sin haber podido conseguir el campeonato del mundo. Ese retiro estuvo signado por una muerte y un trofeo. Año 1981, Gran Premio de Bélgica de la Fórmula 1, autódromo de Zolder. Reutemann, en un maniobra de prueba días antes de la carrera, atropelló al mecánico de su team, un chico de 21 años llamado Osella Giovanni Amadeo. Hay fotos de la premiación: en el podio, Reutemann no levanta la copa ni la vista. Fue la última victoria del argentino en el automovilismo.
No fue la única muerte que cargó en el ámbito público. En su último año como gobernador, en 2003, las lluvias y el desborde del Río Salado inundaron buena parte de la ciudad de Santa Fe. Fue una catástrofe que podría haberse evitado, dado que el entonces gobernador había sido advertido. El río subía, pero además había obras pendientes. La lista oficial indica 23 muertos. Para los vecinos y las organizaciones sociales la cifra es 160. Desaparecidos, evacuados, daños materiales. La denuncia terminó en procesamiento para puestos públicos menores: el intendente de la ciudad, Marcelo Alvarez, fallecido cinco años después de la inundación; el secretario de Asuntos Hídricos, el ministro de Obras Públicas. A Reutemann lo habrá tocado la pena, pero no la Justicia.
Iba a la escuela a caballo: cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta. Los días de tormenta montaba igual, a pesar del susto que le generaban los rayos. Si el cielo chispeaba, montaba igual. Si el cielo escupía sus rayos, tiraba el caballo a la zanja. A los siete años aprendió a manejar: una Ford A, modelo ‘28. Fuera del circuito, para los ‘90 se dedicó al campo, una actividad heredada de sus abuelos inmigrantes. Creció como gringo pampeano, rodeado de vacas para ordeño. “Nací chacarero”, solía decir Reutemann. En los últimos años se dedicó a la siembra y cosecha de trigo, maíz y soja en “Los Aromos”, unas cuantas hectáreas en las afueras de Santa Fe. Este dato es difícil de chequear, pero qué lindo: su apodo “Lole” surgió porque cuando era pequeño y pedía acercarse a los lechones, decía “lolechones”.
María Noemí Claudia Bobbio Orellano: Mimicha. Con ella tuvo dos hijas, Cora y Mariana, y un matrimonio turbulento. Se divorciaron en 2006, aunque la separación se había dado mucho antes. Vive en Montecarlo y hasta hace poco escribió un blog. Alguna vez se lo hackearon: Mimicha acusó de censura al entorno de su ex marido. Ese blog se volvió libro. Allí también se ventilaron anécdotas. Por ejemplo, la Noche de Bodas, en 1968: “Pasamos la noche en Rosario. Nos dieron un cuarto que daba a la cocina por el olor y el ruido de cubiertos por la mañana temprano. ¡Lo que es ser una niña agrandada, pero niña al fin! ¡Me la pasé gran parte de la noche llorando en el baño! Aunque no lo crean, el padre de mis hijas tuvo que esperar quince días para convertirme en señora”.
En el mismo año del divorcio, Reutemann, “el padre de sus hijas”, volvió a casarse. Había conocido a Verónica Ghio en 2002. Ella, perfil bajo, atendía su propio local de ropa. Lole le dijo a la prensa que la ceremonia estaba programada para el 22 de diciembre. Fue una maniobra distractiva porque la pareja tenía otros planes: una semana antes celebraron el matrimonio en un lugar reservado para siete personas, contando al funcionario del Registro Civil y a los novios. Las hijas de Reutemann habían acusado a Ghio de bloquear toda comunicación con su padre. Quienes ayer desmintieron su muerte, fueron las que hoy anunciaron su partida: “Papá se fue en paz y dignidad después de luchar como un campeón con un corazón noble y fuerte que lo acompañó hasta el final”, escribió Cora.
VDM/WC
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