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Acabar con la deforestación en la Amazonia es sólo el primer paso para impedir su colapso

El cambio climático ya ha alterado el régimen de lluvias en prácticamente toda la Amazonia. En el sur de la selva, la estación seca ya se ha vuelto más seca, de 4 a 5 semanas más larga y de 2ºC a 3ºC grados más cálida.

Carlos Nobre

8 de agosto de 2023 06:11 h

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El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha declarado que la eliminación de los combustibles fósiles es tan necesaria para garantizar la supervivencia de la Amazonia y de los demás bosques tropicales del mundo como la eliminación de la deforestación y la degradación forestal. Su llamamiento es acertado y urgente, y debería reflejarse en los debates de la Cumbre Amazónica de esta semana en la ciudad brasileña de Belém.

Incluso si la deforestación y la degradación se detuvieran por completo, la pérdida de la Amazonia continuaría debido al cambio climático. Y, por desgracia, tenemos ambos vectores —el cambio de uso de la tierra y el cambio climático— actuando al mismo tiempo.

En los países amazónicos, África ecuatorial y el sudeste asiático, especialmente Indonesia, gran parte de las emisiones proceden de la deforestación: en Brasil representa casi el 50% de los gases de efecto invernadero.

Si estas regiones eliminan por completo la deforestación y la degradación forestal, ya contribuirán enormemente a frenar el calentamiento global. Pero si miramos al mundo, el 70% de las emisiones proceden de la quema de combustibles fósiles, principalmente en los países más ricos. Esto significa que, para salvar las selvas tropicales del mundo, los países desarrollados tendrán que afrontar el gran reto de dejar atrás esta fuente de energía lo antes posible.

El cambio climático ya ha alterado el régimen de lluvias en prácticamente toda la Amazonia. En el sur de la selva, la estación seca ya se ha vuelto más seca, de 4 a 5 semanas más larga y de 2C a 3C grados más cálida. Esta envoltura climática está evolucionando rápidamente hacia el clima de una sabana tropical en lugar de una selva tropical, y está provocando un aumento de la mortalidad de los árboles de gran tamaño.

Si la deforestación aumenta al 20%, 25%, y si el calentamiento global se eleva a 2,5ºC, la Amazonia se convertirá en un ecosistema degradado de dosel abierto, una especie de sabana similar al Cerrado, pero sin la enorme biodiversidad de ese bioma. Y al ser degradado y pobre en vida, este nuevo ecosistema tendría un bajo almacenamiento de carbono. Así, el bosque que antes absorbía dióxido de carbono de la atmósfera empieza a emitirlo, alimentando el cambio climático, lo que a su vez acelera aún más el proceso de degradación forestal.

Los incendios, que en la Amazonia son provocados por humanos y suelen estar asociados a la ganadería, empeoran con el calentamiento global. Los fuegos son más intensos en agosto y septiembre, cuando se adentran en la selva y queman el suelo, matando muchos árboles. Y cuando hay un fuerte fenómeno de El Niño, como el que tuvimos en 2015-2016, el riesgo es enorme: hay un 60% de probabilidades de que tengamos esta fuerte intensidad en el fenómeno a partir de septiembre u octubre de este año.

Otro reto es generalizar el esfuerzo de deforestación y degradación forestal cero a todos los países amazónicos. En Brasil, que posee el 61% de la superficie original de la Amazonia, estamos asistiendo a una reducción de un tercio de la deforestación al comienzo de este nuevo gobierno, pero ésta continúa sin freno en Perú, Bolivia, Ecuador y Colombia, debido en gran parte a la expansión de la ganadería. Un objetivo común de deforestación cero en esta década será un resultado positivo para la Cumbre.

Salvar el bosque depende también de una nueva bioeconomía y sociobiodiversidad que beneficie a toda la región tropical del planeta, imponiendo la derrota al discurso caduco que ve en el bosque un obstáculo para el desarrollo. Un país de clase media es un país industrializado, pero las regiones forestales deben ser el origen de un nuevo tipo de industrialización. Actualmente, los productos de la biodiversidad amazónica tienen un potencial socioeconómico muchas veces superior al de las actividades vinculadas a la deforestación. Además del açaí, las castañas de pará y el cacao, existe una gama de unos 50 productos cuyas cadenas de valor están llevando a las comunidades pobres de la Amazonia brasileña al nivel de la clase media.

Esta bioeconomía depende de una nueva arquitectura financiera, que también debe incluir grandes proyectos de restauración forestal en los trópicos. En estas regiones, los bosques secundarios, es decir, los bosques en regeneración, eliminan más rápidamente grandes volúmenes de dióxido de carbono de la atmósfera a medida que crecen. Esta solución basada en la naturaleza es una respuesta estratégica a la actual emergencia climática, y hay millones de kilómetros cuadrados de ecosistemas tropicales degradados que esperan esta inversión.

Los retos para evitar el colapso del Amazonas son de igual magnitud que la importancia de este bosque para el mundo y su potencial para una nueva bioeconomía manteniendo el bosque en pie.

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