Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.
A veces me pone un poco nerviosa este párrafo porque no sé bien qué decir sin ser repetitiva o protocolar. Esta vez no porque vengo con un datito, un apéndice del envío en el que les hablé de la música que pone Silvia, mi kinesióloga: esta semana puso “La marsellesa”. Al principio el desconcierto fue total, pero al final dos señoras dijeron “Viva La France”. Silvia lo había hecho de nuevo
Leer este texto te va a llevar lo mismo que escuchar el final volcánico de "Dark side of the moon". Dos canciones, una sola hermosura.
El Álbum Blanco es un avión. Apenas empieza y antes que a ninguna otra cosa, el disco de The Beatles hace ruido a turbinas y alcanzan esos primeros segundos para abrocharse el cinturón y subirse al viaje. Back in the USSR, la primera canción del disco doble, termina con el ruido de las ruedas de la nave avanzando por la pista, la máquina recién apoyada contra la tierra, la potencia que necesita metros y metros y más metros para que las pulsaciones recuperen su ritmo crucero. La fuerza de ese carreteo va a parar toda a los dedos de John Lennon, que arpegia ese pasillito dulce por el que se entra a Dear Prudence. Ni la primera canción del Álbum Blanco, ni la segunda, ni nosotros seríamos los mismos si las dos pistas estuvieran separadas por otra.
Cuando Celeste Carballo gimotea / bebotea en los primeros segundos de Dos días en la vida, el Fito Páez que acaba de abrirnos una iglesia góspel en la cabeza sigue ahí. No porque ya esté por cantarnos su parte de esa aventura de chicas en peligro. Está ahí porque acaba de cantarnos El amor después del amor y todavía no se fue a ningún lado. Como si su voz y los últimos acordes de la canción que abren el disco, en fade out, fueran un gerundio: “Me estoy yendo”. En vivo, Fito tocó las canciones por separado un millón (?) de veces. Pero todas las veces que hizo algún show para celebrar un aniversario de su obra cumbre, las puso juntas.
Las dos últimas canciones de Dark side of the moon, Brain damage y Eclipse, se envasaron por separado. Y sin embargo, las dos canciones son tan contacto estrecho una de la otra que la risa de Roger Waters que se empieza a escuchar al final de la primera, termina cuando empieza la segunda. Eclipse es el primer fuego artificial de Año Nuevo, Brain damage es la cuenta regresiva con las copas levantadas y Crónica puesto en algún televisor.
Hace dos semanas Adele publicó 30, su primer disco de estudio en seis años. No lo escuché para escribir este envío del newsletter, pero sé que habla de su divorcio y de su maternidad. De Adele sé casi nada, lo que podría intercambiarse en el tiempo que dura hacer la fila del banco o subir hasta un piso 14 ó 15 en ascensor. Sí sé, porque me lo contaron los medios de comunicación y las redes sociales, que instó a Spotify a que desactivara la opción por default de reproducción aleatoria en su nuevo disco.
Si navegan un rato, van a leer muchos titulares que dicen que Adele obligó a la plataforma a que sacara el botón de reproducción aleatoria. Si abren Spotify y buscan su disco, verán que el botón está disponible. Si encuentran, después de un rato un poco más largo, alguna nota más o menos seria, aparecerá la información correcta. El pedido fue que Spotify, en el caso de 30 y al contrario de su costumbre, pusiera a disposición la escucha de las 12 canciones del disco en el orden en el que fueron editadas. Spotify lo hizo.
“No creamos álbumes con tanto cuidado y pensamos en nuestra lista de canciones sin ninguna razón. Nuestro arte cuenta una historia y nuestras historias deben ser escuchadas como fueron pensadas”, escribió la artista en sus redes sociales.
Víctimas de decenas de títulos forzados, con Luci -que es mi compañera y mi amor- usamos todo un viaje en auto para no ponernos de acuerdo sobre eso que nos decían que Adele y Spotify habían hecho: anular el botón de reproducción aleatoria. Ella decía que cómo alguien más iba a decidir en qué orden te gusta disfrutar de algo, que eso es parte de la experiencia de consumir alguna cosa. Sé que ese argumento es válido porque si alguien intentara decirme en qué orden comer los gustos del helado yo desataría la Tercera Guerra Mundial. Pero también sé que el orden de las canciones de un disco es parte de la obra. Ese ensamble es en sí mismo una creación, una intención de autor.
El jardín de las delicias es un tríptico que va desde el paraíso hasta el infierno, y estoy segura de que si mañana al director del Museo del Prado se le ocurriera colgarlo en otro orden -me sale escribir “en desorden”- para ver qué pasa, el resultado podría ser maravilloso o malísimo, pero no sería El jardín de las delicias. Estoy segura también de esto: si El Bosco hubiera sido un pintor árabe en vez de flamenco, el paño de la izquierda sería el del infierno y el de la derecha, el del paraíso. ¿Por qué? Porque quienes leen en árabe mueven la vista de derecha a izquierda, y El jardín de las delicias cuenta una historia.
“Más vale que el corte de difusión sea la primera canción del disco. Coherencia, Adele, te pido co-he-ren-cia”, dijo Luci arriba del auto, con uno de todos los tonos que usa para hacerme reír. El primer corte de difusión de 30 es Easy on me, la segunda canción del disco. “Quiere decir que entonces lo que dice antes, en la primera canción, no importa para contar la historia”, me respondió cuando Google nos resolvió la duda. Le anoté un porotito en silencio, pero también dije, convencida: “Es que se sigue tratando de que la artista presenta su obra como quiere que se conozca. ¿Por qué no?”. Ninguna de las dos convenció a la otra.
Pensé -aunque no dije- esto: “¿Y si Picasso tuviera que recortar un pedacito de Guernica, tipo adelanto de difusión? ¿Estaría mal que su ‘single’ fuera la cabeza del caballo, que no es por donde la pintura ‘empieza’ pero que es un emblema de la obra en la que contó de qué se tratan el dolor, el caos y la masacre en menos de ocho metros?”.
Pero sobre todo pensé en que cómo voy a apretar un botón que separe Brain damage de Eclipse. Con lo indestructibles que son así, pegaditas.
JR
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Intentará ser un correo al que los suscriptores le den Play. Una vez cada dos semanas llegará a la bandeja de entrada algo que a Julieta Roffo, su autora, le entró por un oído y, en vez de salirle por el otro, le salió por un texto. Habrá música pero también habrá ruidos, canciones y sonidos de los que sabemos todos y, ojalá, de los que sorprendan a los lectores. A lo mejor resulta bien.
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