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Punto de Encuentro

Maternidad rural: sin luz, sin vecinos, sin ayuda

Ayelén, Tomás y la gata Wendy en el paraje neuquino en el que viven sólo 50 habitantes, dentro del Parque Nacional Nahuel Huapí. Para llegar hay que recorrer 11 kilómetros de camino de ripio sinuoso.

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Maternar en la Patagonia es difícil, sobre todo durante la larga época de frío, lluvia y nieve. Más en un paraje chico, donde no hay, como en las ciudades, actividades extraescolares. Cada día después de la escuela Tomás vuelve a su casa. Aprovecha las pocas horas de luz que quedan para jugar y hacer su tarea. Luego anochece, el día termina y todo vuelve a empezar a la mañana siguiente. 

Tomás nació hace seis años en el Hospital Zonal de Bariloche, a unos 70 kilómetros de su casa. Sus padres, Ayelén y Adelio se conocieron en Piedra del Águila y un año después decidieron mudarse al campo, a Cuyin Manzano, un pequeño paraje neuquino con no más de 50 habitantes que se encuentra dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi. Para llegar hay que transitar 11 kilómetros de camino sinuoso, de ripio, que nace en el paraje de Confluencia -en la Ruta Provincial 65, camino a Villa Traful- y acompaña al río Cuyín Manzano. Juntos reacondicionaron una casita que se usaba como galpón en el campo familiar de Adelio y armaron su hogar. 

Ese mismo romanticismo que inspira la Patagonia, con sus montañas blancas, sus aguas puras y sus cielos cargados de nubes, a veces se transforma en hostilidad. Grandes extensiones de tierras esteparias rodean a poblaciones pequeñas, la mayoría de las comisiones de fomento están cercanas a ríos o lagos. En Cuyin, por caso, no hay despensas ni quioscos ni lugares para comprar nada. Cuando Ayelén necesita mercadería debe viajar a Bariloche. Aprovecha los viernes: recorre 140 kilómetros de ida y vuelta para proveer su casa. Allí vive y materna. 

El calor del hogar. Literalmente. 

El hogar de Ayelén se calienta a leña. En invierno tiene luz artificial de 7 a 11 y de 18 a 23 horas, cuando la comisión de fomento de Traful enciende el grupo electrógeno para esta pequeña comunidad. Al agua caliente acceden mediante un termotanque a leña: lo encienden durante el día y a la hora del baño Tomi tiene agua caliente para irse a dormir limpio, con la panza llena y calentito. 

La falta de luz artificial regala un clima muy íntimo dentro de la casa. Una luz calma que ingresa por las ventanas a que la trato de sacarle el mayor provecho en mis fotografías.

Hace semanas que en la inhóspita Patagonia llueve, hace frío y hay poco sol. Afuera se huele la tierra mojada. Tomás y Ayelén pasan mucho tiempo dentro de la casa, donde tienen que ingeniárselas para jugar, divertirse, aprender y llevar a cabo las tareas de cuidado del niño y del hogar. Hay otras madres y otros niños, aunque no muchos. Algunos cruzando el río. En invierno, como oscurece temprano, no hay tiempo de hacer planes afuera. Todo ocurre dentro de casa. Mamá y su hijo.

Tomás disfruta y vive a pleno su vida rural. Va a la escuela en la que trabajan sus abuelos, en la entrada del pueblo. Pero cuando regresa, forzado por la época invernal, pasa el resto de la jornada bajo techo.

Por eso la casa, que durante el horario de escuela está impecable y ordenada, a su regreso de la escuela se transforma en un hogar habitado por la niñez y la maternidad con la mesa llena de sus dinosaurios, dragones, crayones, tareas y cuadernos escolares con actividades.

Tomás es fanático de los dinosaurios y dragones, sabe los nombres de todos. Trae todos los que tiene en su caja de juguetes, me cuenta las características de cada uno, luego los dibuja, los pinta y se los muestra a su mamá, que los guarda. Ella lo mira, lo escucha y lo ayuda a pintarlos. Dedica su vida a cuidar a su hijo, a arreglar la casa, a hacer tareas de la escuela en un primer grado que recién comienza. 

Maternar con un compañero

Adelio y Aye son una pareja apacible, calma, compañera y amorosa. Él cocina en la cocina a leña. No lo hace tan a menudo, pero tiene el don de lograr un sabor riquísimo. A la par, Ayelén cocina unas riquísimas torta fritas para compartir con el mate mientras esperamos que el manjar de Adelio se termine de hacer.

En las ventanas, sillones y percheros cuelgan las “indumentarias” hechas con sus manos para poder trabajar en el campo. Son trenzas, cobertores de botas y cueros para el caballo. Dice que nadie paga su verdadero valor por eso y entonces no las comercializa.

Ayelén lo escucha mientras pisa el puré y mira por la pequeña ventana que apunta al sur, las chivas bajan al corral volviendo de pastar a la mañana. Dice que a ella le gusta el campo y que le gusta el silencio. Materna con las características que implica habitar este punto de la Patagonia helada e inhóspita en la que ha armado su hogar. 

EN/MA

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