El milagro del trigo: Argentina lo produce de sobra, pero falta casi todos los años
Esta semana se realizó una jornada llamada A Todo Trigo, que es organizada por la Federación de Acopiadores pero convoca habitualmente a todos los sectores vinculados con ese cereal, la famosa “cadena” triguera. ¿Cuál es la clave para tanta convocatoria? Que se analiza cómo pinta el panorama unas semanas antes de que comience la temporada del cereal.
La siembra de trigo sucede entre junio y julio de cada año. A diferencia de la soja y el maíz (que se siembran con los primeros calores y se cosechan con los primeros fríos), el trigo es un “cultivo de invierno”. Siendo todavía muy pequeña, la plantita de trigo se banca muy bien el frío e incluso en el Hemisferio Norte puede llegar a sobrevivir bajo grandes nevadas. Pero ese no es ese el milagro del trigo del que queremos hablar hoy.
El tercer cereal más importante a nivel global (detrás del maíz y del arroz) se cosecha en esta región del planeta entre noviembre y enero, dependiendo de la latitud donde haya sido sembrado. Hay equipos de cosecha que hacen más de 1.000 kilómetros cada verano, bajando de norte a sur, para trillar el trigo cada verano. Pero eso no es un milagro sino un esfuerzo nomás.
En A todo Trigo todos llevan sus pronósticos sobre lo que va a suceder con la siembra que está por arrancar cada temporada. Y en consecuencia se vaticinan las cosechas por venir. Los políticos, como es costumbre, lanzan las estimaciones más optimistas. En esta ocasión se vio a los funcionarios del MInisterio de Agricultura envalentonados, afirmando que la superficie sembrada podría llegar a 7 millones de hectáreas. Pero la mayoría de los analistas, más moderados, dijeron podría cubrir 6,5 millones de hectáreas, una cifra similar a la de la temporada pasada. No habrá milagro tampoco allí. Es más o menos lo que se viene sembrando en las últimas temporadas.
En el norte del país, más cálido, el trigo se suele hacer para cuidar los suelos, como parte de una rotación de cultivos, y por eso los rendimientos pueden llegar a ser tan bajos como 1.500 kilos por hectárea. Pero en el sur templado de la Provincia de Buenos Aires, la zona triguera por excelencia, una variedad de punta puede alcanzar los 9.000 kilos, seis veces más que en el otro extremo del país. El promedio nacional finalmente ronda los 35 quintales, o 3.500 kilos.
Matemática pura, multiplicando el área a sembrar por el rendimiento promedio esperado, surgen las estimaciones de cosecha, que por supuesto se pueden ir al diablo si algo falla, especialmente si el clima juega en contra. Por ahora, la mayor parte de los actores coincidió con el pronóstico lanzado por Esteban Copati, que es analista en la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Habló de la posibilidad de recolectar 19 millones de toneladas de trigo el próximo verano. “Con esos valores, estaríamos en niveles muy cercanos al récord de producción logrado en la campaña 2018/19”, apuntó.
En aquella campaña agrícola todavía gobernaba Mauricio Macri, que ni bien asumió había eliminado por completo las retenciones cobradas a ese cereal y al maíz. Por eso los chacareros sembraban trigo hasta en las macetas y la cosecha récord llegó a ser de 19,2 millones de toneladas. Si todo sale bien, la nueva campaña le pegaría en el palo. Es curioso porque Alberto Fernández, ni bien asumió, re-implantó un derecho de exportación del 12% para ambos granos.
¿Es el milagro? Para nada... La fuerte suba de los precios internacionales del trigo, que el año pasado cotizaba a unos 200 dólares por tonelada y ahora lo hace a unos 280 dólares, alcanza para licuar esta mayor presión fiscal y también la suba de algunos costos. Incluso hay sectores más ultras de la coalición gobernante que sugieren que habría que subir todavía más las retenciones, para evitar que esta escalada se traslade a los precios internos. Con eso viene amenazando Paula Español, la secretaria de Comercio. Pero todos saber que sin recurrir a una ley del Congreso el Ejecutivo podría elevar esas retenciones hasta un máximo del 15%. No más allá de eso.
La fuerte suba de los precios internacionales del trigo, que el año pasado cotizaba a unos 200 dólares por tonelada y ahora lo hace a unos 280 dólares, alcanza para licuar una mayor presión fiscal y también la suba de algunos costos.
¿Cuál es entonces el milagro del trigo?
Lo sorpresa del trigo es que a pesar de que la Argentina siempre ha producido mucho más trigo del que necesita para abastecerse, el cereal siempre termina siendo escaso. Un milagro bien argentino: hacemos que falte lo que nos sobraba.
En esta jornada de A todo Trigo se debatió justamente sobre esta extrañeza, que se viene repitiendo los últimos años y todo indica volverá a suceder en la campaña 2021/22. Todos los años, la Argentina produce mucho, mucho más trigo del que necesita para su propia población.
Con un consumo local estancado la Argentina requiere entre 6 y 7 millones de toneladas por año del cereal. Es decir que si la cosecha llega a las 19 millones de toneladas previstas, no habrá problemas en cubrir esa cuota (equivalente al 30% de la producción) y destinar otras 12 millones de toneladas a la exportación, para generar las divisas que el país necesita. El millón que queda dando vueltas se reserva usualmente como semilla.
Agustín Tejeda Rodríguez, economista de la Bolsa de Cereales, mostró que eso mismo es lo que ha venido sucediendo los últimos años: al cabo de la campaña 2018/19 sobraban 11,8 millones de toneladas para exportar; al año siguiente 2019/20 fueron 9,8 millones y esta campaña debería tener el saldo exportable mencionado de 12 millones. Son granos que deberían cosecharse el próximo verano y podrían embarcarse durante 2022. A los valores actuales implican divisas nada despreciables por casi 3.400 millones de dólares.
Sobra trigo, pero nunca alcanza. Los molinos harineros que atienden la demanda son unos 160, dispersos en todo el país. Los exportadores de trigo son muchos menos, apenas una docena
Lo que viene sucediendo en los últimos tiempos es que la demanda internacional de trigo está muy firme. A Brasil, que es el tradicional cliente argentino, se han sumado en el último lustro países de medio oriente que generan una fluida corriente de demanda. En ese contexto, las exportadoras se apuran a comprar los granos de los productores y apuran los embarques para los primeros meses de cada año.
Sucedió el año pasado y sucedió el anterior: todos saben más o menos cuánto trigo hay disponible, pero las grandes cerealeras -que tienen espalda financiera y obtienen financiamiento en dólares- actúan muy agresivamente mientras que los molinos locales (que debería moler a razón de medio millón de toneladas mensuales del cereal y se financian a altas tasas en pesos) la ven pasar. Cuando se acordaron, unos meses después de la cosecha estival, comienza a escasear el trigo y empiezan a subir los precios de la harina.
Lo que sobra, así, termina faltando porque ningún sector se sabe administrar. Milagro argentino, que tiene trigo de sobra pero lo termina pagando caro. Ya ha sucedido varias veces que, en agosto o septiembre, cuando faltan todavía un par de meses para que aparezca el trigo nuevo, los molinos exhaustos recurren a las autoridades pidiendo socorro. Hasta pasó que los exportadores debieron volcar al mercado interno mercadería que tenían previsto exportar, para evitar que se disparen los precios internos.
Las grandes cerealeras -que tienen espalda financiera y obtienen financiamiento en dólares- actúan muy agresivamente. Mientras que los molinos locales la ven pasar.
Este año, no había terminado la cosecha que las grandes cerealeras ya habían comprado el saldo exportable que supuestamente les tocaba y algo más. Los pecios comenzaron a subir y los molinos a quejarse. Llegó allí la amenaza del Gobierno de cerrar las exportaciones o subir las retenciones si los sectores no firmaban un pacto de caballeros. Dicho y hecho, los exportadores cesaron sus compras, se retiraron del mercado para que los molinos pudieran hacerse del trigo disponible.
Diego Cifarelli, presidente de la Federación de la Industria Molinera, realizó un sincericidio. Contó: “El Gobierno nos dijo o arreglan entre ustedes o no tengo otra opción que intervenir”. Y ante esa disyuntiva, se “creó un espacio de diálogo entre los diferentes eslabones de la cadena” en el cual, por ejemplo, se acordó que la exportación se retiraría del mercado cuando terminase de comprar el saldo exportable. A su lado, Gustavo Idígoras, presidente del Centro de Exportadores de Cereales, señaló que prefería no hablar de una autorregulación, sino de “responsabilidad social en función de la situación que está atravesando la Argentina”.
Lo cierto es que el trigo que usualmente sobra en la Argentina a veces comienza a escasear y son necesarios mecanismos poco ortodoxos para evitar una sangría: creáse o no, el “pan negro” de Perón todavía está presente en el imaginario social de los argentinos.
El pacto confesado en A todo Trigo podría ser efectivo si no sucediera que hay una víctima: el productor del cereal, que ve cómo sus precios se desinflan por falta de una puja y cómo los valores locales del trigo se alejan de los del mercado internacional. El reputado analista Enrique Erize calculó en la reunión que los chacareros argentinos pierden 50 dólares por tonelada, porque cobran 200 lo que deberían cobrar 250.
Algún productor más avezado, frente a este escenario, le dedica un poco más de espacio a la cebada, que como el trigo se siembra en invierno y se cosecha en verano, pero que se destina a la elaboración de malta para luego fabricar cerveza. No parece ser ese rubro motivo de preocupación para los sucesivos gobiernos.
Pero la mayoría de los productores no tiene esa opción e insiste con el trigo, quizás esperanzado en que algún día las cosas cambien. Pero no, no sucede. De hecho, según datos oficiales a fines de abril, los exportadores ya habían anticipado la compra de 2,6 millones de toneladas del trigo que recién se va a cosechar el verano que viene.
Es decir, la perinola ya está girando para la cosecha del 2022. En la que nos va a sobra trigo, pero seguramente también vuelva a faltarnos.
WC
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