Por qué Gustavo Petro es el favorito en las elecciones presidenciales de Colombia
A pocas semanas de las elecciones presidenciales en Colombia, el dúo progresista formado por Gustavo Petro y la activista Francia Márquez parte como favorito. Pase lo que pase en las urnas el próximo 29 de mayo, esta campaña será recordada por marcar un alto álgido en los niveles de malestar ciudadano con la estructura que ha vertebrado al país en los últimos 40 años. Esta podría ser la primera vez en la historia que un político de izquierda alcance el poder y, aunque los objetivos de Petro ya no suponen el vuelco radical de su primera campaña, en 2010, sí plantea propuestas que tocan circuitos de fondo.
En su plan, están una interrupción gradual de las explotaciones petroleras; la reestructuración de la enrevesada ingeniería del sistema de pensiones para restarle poder a los fondos privados; o acabar de tajo con el sombrío negocio de ciertas aseguradoras en salud. Algunas de sus propuestas también han sido tildadas de irrealizables, como su anuncio de conectar las costas Caribe y Pacífica con un tren elevado en un país donde la red férrea es marginal.
El tono populista de Petro, repiten los analistas, está tan impreso en sus formas, que da muy poco campo para equívocos a la hora del análisis político. Un estilo que ha dejado buenos dividendos entre sus simpatizantes cuando recorre con arengas las plazas públicas del país. En las encuestas se ha mantenido como favorito, aunque sus rivales han recortado su ventaja en las últimas semanas.
El impulso más reciente lo ha dado la llegada a la campaña de la ambientalista Francia Márquez, de 40 años, después que ella consiguiera casi 800.000 votos en las primarias y fuera elegida candidata a vicepresidenta. La presencia de Márquez ha sacudido el debate con posturas, algunas veces radicales, que han confrontado a la sociedad colombiana con algunos de sus peores fantasmas: el racismo, el machismo o un modelo de desarrollo violento y voraz con el medio ambiente.
Petro conoce de sobra que el desencanto ronda en el país sudamericano y ha cultivado como lema de campaña que hará de “Colombia una potencia mundial de la vida”.
El exguerrillero infatigable
Petro “modelo 2022” ha recogido las lecciones de dos campañas presidenciales fallidas a cuestas. Se ha moldeado a base de derrotas: en 2010, perdió frente al Nobel de Paz Juan Manuel Santos, y hace cuatro años fue vencido en las elecciones por el actual presidente Iván Duque. Pero el exguerrillero, exparlamentario y exalcalde de Bogotá, a sus 61 años, no desfallece en su objetivo de llegar a la Casa de Nariño.
“Ha aprendido a dosificar el mensaje”, señala el director de la ONG Viva la ciudadanía, José Luciano Sanín, “es el que tiene la estrategia más perfilada y por eso se ha dado el lujo de marcar los tiempos y los temas de esta campaña”. Hoy se permite algunos gestos, como el hecho de cancelar su asistencia a un debate televisivo en protesta por el escándalo de manipulación de votos en las parlamentarias de marzo.
Para el jesuita Fernán González, máster en Historia de América Latina, el candidato del Pacto Histórico recoge una “base de apoyo consolidada muy grande” de las dos elecciones pasadas, y ahora “comprende que la confrontación no le conviene” porque “donde debe buscar los votos en el centro”.
También entendió que debía salir del claustro de sus ideas y pactar con otros sectores políticos, a diferencia del pasado, cuando se mostraba tan infranqueable como coherente. Por eso, ha sorprendido con la adhesión de personajes como el líder cristiano Alfredo Saade, o los acercamientos con el lóbrego exalcalde de Medellín Luis Pérez, señalado de haber tenido vínculos con los paramilitares.
Son movimientos que van dejando huella. Como anota la periodista María Teresa Ronderos en El Espectador de Bogotá: “Petro perdió otras elecciones, pero no su integridad”.
Pero antiguas voces del izquierdista Polo Democrático, donde militó durante años, como el economista Aurelio Suárez, no creen que la de Petro sea hoy una propuesta alternativa: “Si uno coge el programa de Petro y lo contrasta con el programa de la derecha, encuentra que no se diferencia mucho en los planteamientos de fondo”.
Suárez explica que ninguna de las dos fuerzas políticas propone renegociar las condiciones “desventajosas” para sectores de la economía colombiana de los Tratados de Libre Comercio con la Unión Europea o los Estados Unidos; señala, así mismo, que en ninguna de las dos puntas del arco político se cuestiona el papel del país dentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), o la permanencia como socio preferente de la OTAN, a la que etiqueta como una “máquina de guerra”.
Fernán González, director del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), explica que parte del programa para los comicios de este año se ha enfocado en romper los lazos de desconfianza con electores que aún recuerdan su cercanía con el dictador venezolano Hugo Chávez o lo asocian con el autócrata Nicolás Maduro: “Sin dejar de lado su personalidad mesiánica, ha tenido que presentar un discurso más moderado. Algo similar a lo que pasó con Boric en Chile. Él sabe que no le sirve polarizar, y se presenta, en general, mucho más tranquilo, o más discreto, frente a temas relacionados con la empresa privada o la gran propiedad”.
La sombra del ‘uribismo’ se desdibuja
En Colombia hubo un tiempo en el que se decía que en política había que votar por el que “dijera Uribe”. Una frase hecha con algo de sorna y mucho de fondo para ilustrar el peso y control del expresidente de 69 años. No en vano, su crédito político fue suficiente para ungir presidente a dos de sus delfines políticos: a Juan Manuel Santos en su primer período (2010-2014) y a Iván Duque (2018-2022).
El encanto, sin embargo, parece haber envejecido mal. La confianza en su proyecto político, una ósmosis de corte personalista y de derecha neoliberal, con especial énfasis en la seguridad, hoy luce desdibujada. Los costes sociales tras la pandemia han dejado al descubierto las disfunciones de un sistema que ha privilegiado durante años el gasto en defensa y los privilegios tributarios para las grandes empresas en detrimento de la agenda social.
También han minado su reputación las centenares de investigaciones judiciales y varias condenas de políticos de su formación, el Centro Democrático, vinculados con los sanguinarios aparatos paramilitares en las regiones. Para rematar, se suma un largo y pantanoso proceso judicial en su contra por presunta manipulación y soborno de testigos con el objetivo de trastocar las declaraciones de un exparamilitar arrestado para enlodar al político opositor Iván Cepeda.
El expresidente pasó algo menos de un mes bajo arresto domiciliario en agosto de 2020, antes de que una jueza ordenara su libertad, convirtiéndose en el primer mandatario en cumplir ese tipo de pena.
En diciembre de 2021, su nivel de aceptación alcanzaba apenas el 19%, según la firma encuestadora Invamer Poll. Se trataba del registro más bajo en un cuarto de siglo y una cruda radiografía del corto circuito con la ciudadanía, en especial con sectores de jóvenes que lo han abucheado repetidamente en sus apariciones públicas.
A todo lo anterior se suma el descrédito del presidente Iván Duque, seguidor de Uribe. Al cabo de cuatro años y con la crisis sanitaria más aguda en un siglo, los analistas subrayan el deterioro de la seguridad, tanto urbana como rural, la debilidad de las instituciones, la ausencia de aliados exteriores, las cifras pavorosas de desempleo y el desdén hacia la implementación de los acuerdos de paz firmados en La Habana entre el Estado y la extinta guerrilla de las FARC (2016).
El nivel de desaprobación ciudadana a la gestión de Duque llegaba al 73% en febrero, según la firma encuestadora Invamer. Muchos representantes del ala más ortodoxa de su partido no esconden el descontento con la falta de mando y norte del presidente Duque. Nada más cerrar las urnas de las parlamentarias del 13 de marzo, el expresidente Álvaro Uribe, director del partido de derecha, llamó a filas a la plana mayor de su formación para un cónclave donde se discutiría un posible cambio, o actualización, del credo político que ha guiado hasta hoy al Centro Democrático.
La gravedad de la deriva se podría resumir en que este año el ‘uribismo’ no participará con candidato propio en las presidenciales. Óscar Iván Zuluaga, el candidato escogido en principio, dio un paso al costado al ver que su propuesta se desplomaba. Hoy ni siquiera queda claro si el apoyo del partido será eficaz para Federico Gutiérrez, el candidato de la derecha y que intenta presentarse como centrista.
José Luciano Sanín, director de la corporación Viva la Ciudadanía, concluye: “El declive de la derecha ‘uribista’ se anunciaba en diversas encuestas y ahora queda certificada en la conformación del Congreso, donde perdieron una veintena de escaños. Todo esto agudiza las divisiones internas de una colectividad que fue en algún momento muy disciplinada, una fuerza política determinante en los últimos veinte años. Me atrevo a decir incluso que hegemónica”.
La geometría del descontento
En los últimos días la voz de Gustavo Petro suena cascada. La maratónica gira de mítines, con más de 60 discursos en plazas públicas alrededor del país, con toda la fanfarria y música de campaña, han tenido su impacto. Ante las muestras multitudinarias que lo acompañan, una vez tras otra surge la pregunta de si esta vez sí será capaz de capitalizar el descontento social de los últimos años.
Un malestar social cuyas causas no se pueden anclar solo a este Gobierno. El Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) muestra cómo en los últimos 15 años se han quintuplicado las movilizaciones sociales en el país. Los paros campesinos, de estudiantes, indígenas o sindicales, entre otros, no han hecho si no ir en aumento.
Tampoco es coincidencia que dos de los de los estallidos sociales más grandes se hayan tomado las calles durante el actual Gobierno. El primero, en noviembre de 2019, y el segundo en mayo del año pasado cuando el país atravesaba uno de los picos más mortíferos de la pandemia. Petro ha entendido el momentum y se ha presentado como el catalizador del descontento.
“Hay una emergencia de lo social. Una protesta colectiva que además exige la ampliación de la participación política”, explica José Luciano Sanín, “y el proyecto de Petro cabalga sobre esa idea. Y lo beneficia, porque los indicadores sociales, de pobreza, de desigualdad, de desempleo, están en muy mal nivel. Incluso cuando los comparamos con otros países de América Latina”.
La geometría del descontento también pasa por el descrédito de los partidos tradicionales, y sus colectivos satélite, que no han servido como canales de expresión política para una sociedad que exige cambios. El jesuita y politólogo Fernán González alude a ciertas similitudes con el caso chileno: “A pesar de que el campo político colombiano es bastante más fragmentado, sí es evidente que en ambos países surge una organización social que busca incidir con su agenda por fuera de la órbita de los partidos tradicionales”.
Y remata: “Yo creo que la reproducción de un sistema político que ha abusado durante tantos años del clientelismo se tiene que ir desgastando inevitablemente”. Laura Wills, politóloga y docente de la Universidad de los Andes, coincide en que una franja muy significativa de desencantados con la política tradicional ha encontrado refugio en el proyecto del Pacto Histórico.
Y subraya las importancia de que la izquierda haya logrado coordinar una alianza de grupos progresistas sin complejos, partidos pequeños y medianos, que en un panorama tan atomizado habrían naufragado: “La decisión de coordinarse en torno a la candidatura de Petro, y sacarla adelante, con acuerdos debatidos, deliberados, puede resultar en un acierto estratégico frente a un centro y una derecha que llegan algo tarde y en principio divididos”.
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