¿Existe realmente un peso ideal para cada persona?
Cuando uno busca en Google “peso ideal”, tarda menos de medio segundo en obtener más de 252 millones de resultados. Este hecho habla de lo extendida que se encuentra una idea que no es más que un mito: la existencia de algo llamado “peso ideal”. Si a eso se añade el hecho de que todos los primeros resultados de la búsqueda ofrecen “calcular gratis” ese hipotético peso ideal, hay que decir que se trata de una cuestión no exenta de riesgos.
El peso ideal no existe. Mucho menos la manera estándar en que se piensa en él, es decir, que porque seas de tal sexo y midas tal altura, debas pesar tantos kilos. En todo caso, podría existir un peso “ideal” para cada persona, en función de múltiples factores, como su edad, su estructura ósea, su dieta y su metabolismo, entre otros. Pero resulta mucho más apropiado hablar de “peso saludable”, una franja dentro de la cual se reducen las probabilidades de padecer problemas como hipertensión, colesterol, diabetes, artritis y osteoporosis.
El índice de masa corporal y el peso saludable
Un parámetro que ayuda a dar una idea de si alguien se encuentra dentro de su rango de peso saludable es el índice de masa corporal (IMC), aunque también este coeficiente debe ser observado con cautela. Se calcula dividiendo el peso -en kilos- por la estatura -en metros- al cuadrado. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la gama de peso “normal” se establece entre los valores de 18,5 y 24,9 de IMC. Entre 25 y 29,9 de IMC se considera sobrepeso y, a partir de 30, obesidad.
En función de estas escalas, se puede afirmar que, para una persona que mide 1,65 metros, su peso normal puede ir de 50,3 a 67,8 kilos. Para alguien con una estatura de 1,75, en tanto, el peso normal se encuentra entre los 55,1 y los 76,2 kilos. Esto es más de veinte kilos de diferencia, y todo dentro de lo que puede considerarse normal.
Ese espectro tan amplio es una de las razones por las que se debe relativizar la importancia del IMC. Una persona puede subir más de diez kilos y mantenerse dentro de cifras “normales”, pero este aumento de peso no sería -salvo indicación médica- nada saludable. Por otra parte, hay que tener en cuenta que este índice solo es útil para personas de entre 20 y 65 años, de las cuales también se deben excluir a personas que realizan mucho deporte o de alta competición, las mujeres embarazadas y las madres lactantes.
Además, una persona que realiza ejercicios físicos con frecuencia, aunque tenga sobrepeso, tiene menos probabilidades de sufrir problemas coronarios que alguien que mantiene su peso dentro de los valores “normales” del IMC pero lleva una vida sedentaria. A esa conclusión llegó un estudio realizado por científicos suecos, centrado en “el fenotipo metabólicamente sano pero obeso”. Además de la actividad física, otros hábitos contribuyen, desde luego, con el estado general de la salud y la disminución del riesgo de enfermedades. En particular, tener una dieta rica y equilibrada y evitar el tabaco y el exceso de alcohol.
Todos esos factores hacen que el IMC pueda ser un factor de importancia para realizar análisis poblacionales, pero insuficiente para el caso de una persona en particular. Una prueba simple, también muy útil y en un sentido más válida que la del IMC es la medición del perímetro abdominal (a la altura del ombligo). Esto permite tener una idea de la grasa acumulada en el abdomen, que es la que suele generar consecuencias más dañinas para el corazón.
Lo aconsejable, según los expertos (y de nuevo: se trata de una cifra genérica, que debe acompañarse de muchas otras comprobaciones para conformar un diagnóstico serio), es que la extensión de ese perímetro no exceda los 88 centímetros en el caso de las mujeres y los 102 centímetros en el caso de los hombres.
¿Cómo surgió el mito del “peso ideal”?
La historia del “peso ideal” es curiosa. Al igual que la idea de que hay que caminar 10.000 pasos cada día para mantenerse en forma, esta creencia tiene un origen comercial. En 1943, la más grande empresa de seguros de Estados Unidos, la Metropolitan Life Insurance Company, elaboró unas tablas que vinculaban el peso de hombres y mujeres con la tasa de mortalidad, de acuerdo con los datos que había recogido en sus ocho décadas de historia, y las llamó “Tablas de peso ideal”. Dado que la compañía se sirvió de ellas para ajustar las mensualidades que cobraría a los clientes por sus seguros de vida, las tablas ganaron popularidad y su nombre se impuso como una norma, aunque carecían de sustento científico.
Dieciséis años después, la empresa cambió el nombre de las tablas: las llamó “de peso deseable”. Pero no sirvió para resolver el problema. En 1983 la revista especializada Journal of the American Medical Association (JAMA) publicó una crítica metodológica en contra del concepto de “peso ideal”,que concluía con la recomendación de abandonarlo. Los millones de resultados que arroja Google más de tres décadas y media después dan cuenta de que es un objetivo que no se logró.
Los cuestionamientos, de hecho, van más allá de los nombres. Las tablas de pesos se critican también desde los años ochenta y, como se ha mencionado, la propia relevancia del peso está en discusión. Es debido a eso que muchos expertos sugieren dejar la balanza a un lado, dado que a menudo resulta engañosa (el peso de una persona es diferente según el momento del día, el día de la semana, incluso la semana en el mes) y, a causa de que no siempre perder peso es saludable, ni ganarlo resulta perjudicial, sus resultados a nivel psicológico pueden ser contraproducentes.
C.V.
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