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Análisis

El alto el fuego en Gaza: la llave que puede evitar la extensión de la guerra en Medio Oriente

Karim, Yasin y Mansur Al Braim tuvieron que dejar su casa de Khan Younis y refugiarse en Rafah para protegerse de los bombardeos israelíes.

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El 7 de octubre, la ocupación ilegal israelí y el régimen de apartheid contra la población palestina pasaron a una nueva fase con los atentados de Hamas y la ofensiva israelí contra Gaza. Desde entonces la mecha fue avanzando.

El objetivo principal del presidente Joe Biden fue proteger las acciones israelíes –que implican una masacre sin precedentes con 24.000 personas muertas y un desplazamiento forzado de un millón novecientos mil palestinos– y para ello bloqueó en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas dos resoluciones que pedían un alto el fuego, y presionó para que una tercera no incluyera esa exigencia.

Además, siguió enviando armamento a Tel Aviv. Israel es aliado preferente de Washington y por eso recibe desde hace muchos años la mayor ayuda militar anual que Estados Unidos asigna a un país: 3.800 millones de dólares. A ello se suma el envío a Israel de paquetes de armas y munición de al menos 10.000 toneladas estos últimos tres meses.

Si EEUU dejara de enviar armas a Israel y de dar cobertura a Netanyahu, se pondría fin a la masacre en Gaza y al aumento de la tensión bélica en la región

Estados Unidos sí tiene capacidad e influencia para presionar al Gobierno israelí, pero no la está empleando. Un ejemplo recordado estas semanas es el acaecido en 1982, cuando Israel invadió y bombardeó Líbano. El por entonces presidente estadounidense Ronald Reagan reprochó al primer ministro israelí Menachem Begin sus ataques contra la población civil y exigió que retirara sus tropas de Líbano, advirtiéndole de que si no lo hacía, “sus relaciones estarían en peligro”. Veinte minutos después Begin ordenó detener la ofensiva.

Si Biden dejara de enviar armas a Israel y pusiera fin a la cobertura diplomática que ofrece al Gobierno de Netanyahu, los acontecimientos en Gaza y en la región cambiarían. Podría evitarse la perpetuación de la masacre, el hambre y el desplazamiento forzado en la Franja, y se lograría una desescalada en la región. Pero la apuesta es seguir despejando el camino a Israel, y para ello la Casa Blanca cuenta con buena parte de los países europeos, que no articularon una reacción contundente para lograr un cambio y que, de hecho, alcanzaron un consenso para acompañar a EEUU y Reino Unido con una misión naval militar defensiva en el mar Rojo, una cuestión que se concretará este lunes entre los ministros de Exteriores de la UE en Bruselas.

Biden sigue negándose a pedir un alto el fuego, condicionando su política exterior y su reelección a la continuación de las operaciones israelíes en Gaza

El avance de la mecha

Desde el 7 de octubre se abrieron o intensificaron varios escenarios de enfrentamientos en Medio Oriente. El día 8 Estados Unidos envió un grupo de portaaviones a la región, al que pronto se unieron dos destructores y una armada de buques de guerra de varios países. En la frontera libanesa se suceden los ataques israelíes contra el sur de Líbano y del grupo armado Hezbollah contra Israel.

En Siria e Irak, donde sigue habiendo tropas estadounidenses –900 y 2.500 soldados, respectivamente–, se registran ofensivas de milicias iraquíes bajo influencia iraní contra objetivos de EEUU. En Cisjordania, territorio palestino ocupado, el ejército israelí o colonos mataron a más de 300 palestinos desde el 7-O. Nada de esta escalada bélica en la región puede analizarse al margen de la ofensiva israelí contra Gaza.

En el mar Rojo los hutíes yemeníes de la organización Ansar Allah –que cuentan con el apoyo militar de Irán aunque insisten en que adoptan decisiones de forma autónoma– secuestraron en noviembre el Galaxy Leader, un carguero afiliado a un empresario israelí. El 9 de diciembre señalaron como objetivos militares los barcos de cualquier nacionalidad que se dirijan “hacia la entidad sionista, como carta de presión para detener sus crímenes en Gaza”. Desde noviembre se registraron al menos 30 ataques hutíes contra barcos en el mar Rojo, sin víctimas mortales, a los que EEUU respondió el 31 de diciembre con helicópteros artilleros para hundir embarcaciones, matando a diez hutíes.

A todos estos escenarios de enfrentamientos hay que sumar el asesinato de un alto funcionario de Hamas en Beirut el 2 de enero, del que se responsabilizó ampliamente a Israel, y un atentado al día siguiente en Kermán, Irán –en el que murieron 84 personas–, coincidiendo con el cuarto aniversario del asesinato por parte de EEUU del comandante iraní Qasem Soleimani. Este atentado fue reivindicado por el Estado Islámico, pero representantes del Gobierno iraní lo atribuyen también a elementos israelíes y estadounidenses.

En 2020 Biden dijo que ningún presidente 'puede llevar a nuestro país a la guerra sin el consentimiento informado del pueblo estadounidense'

Los ataques de EEUU y Reino Unido en suelo yemení

La tensión pasó a otra fase con la intervención directa de EEUU y Reino Unido en Yemen. El 12 de enero Washington y Reino Unido atacaron veintiocho objetivos en territorio yemení, provocando la muerte de al menos cinco combatientes hutíes. Su acción supone la extensión del conflicto en Medio Oriente, y así lo contaron buena parte de los medios de comunicación occidentales. Desde entonces lanzaron varias ofensivas más contra suelo yemení, lo que no logró frenar los ataques del movimiento hutí en el mar Rojo, que en esta fase –desde noviembre– representan casi una quinta parte de todas sus acciones militares en esa vía marítima desde 2015.

Al menos 17.000 barcos transitan anualmente por ese mar transportando el 10% del comercio marítimo global y el 20% del volumen mundial de contenedores. La prima del seguro aumentó y algunas de las empresas más grandes del planeta desviaron sus rutas, lo que implica mayor duración del viaje, ya que tienen que rodear el continente africano, y, por tanto, mayor costo.

Pasaron apenas cuatro años desde que el presidente Biden aseguró que usaría “el poder militar de forma responsable y como último recurso. No volveremos a tener guerras eternas en Medio Oriente”. También en 2020 el mandatario de EEUU dijo que ningún presidente “puede llevar a nuestro país a la guerra sin el consentimiento informado del pueblo estadounidense”, lo que supone una contradicción con lo ocurrido la pasada semana, ya que los ataques contra Yemen no fueron comunicados previamente al Congreso y, por tanto, no contaron con su aprobación. Varios parlamentarios republicanos y demócratas criticaron la operación militar y el hecho de que ésta se llevara a cabo sin la luz verde de la Cámara de Representantes.

Teherán también entró en escena de forma directa para responder a los atentados que sufrió en Kermán el 3 de enero. Hace días lanzó dos ataques contra Siria y el Kurdistán iraquí. En el segundo asesinó a un conocido empresario kurdo iraquí, Peshraw Dizayee, y a algunos de sus allegados y alegó que la agresión se dirigía contra objetivos del Estado Islámico y una sede del espionaje israelí.

En el primer ataque –contra suelo sirio–, Irán empleó su nuevo misil balístico Kheibar Shekan, con una capacidad de alcance de 1.450 kilómetros. Manifestó que su misión era golpear al Estado Islámico –la organización armada que reivindicó el atentado en suelo iraní– pero nadie duda de que además con ese lanzamiento pretendía mostrar su capacidad para atacar territorio israelí, una advertencia con voluntad disuasoria ante la vertiginosa escalada en la región.

Este escenario actual de impunidad abre la puerta al todo vale. Si se permite a Israel llevar a cabo una masacre sin precedentes justificándola como respuesta a los atentados de Hamas, Irán puede reivindicar el mismo “derecho” para atacar territorio sirio, iraquí o paquistaní como respuesta a los atentados que sufrió recientemente.

Nada de lo que ocurre en la región en estos momentos puede analizarse al margen de la ofensiva israelí contra Gaza

La frontera oriental iraní

En los últimos días también se registró un aumento de la tensión entre Irán y su vecino Pakistán, país que mantiene buenas relaciones con EEUU. En diciembre un ataque del grupo armado suní Yeish al Adl lanzado desde Pakistán costó la vida a once policías iraníes. El pasado martes Irán contestó a esa agresión con misiles contra presuntos integrantes de Yeish Al Adl en suelo paquistaní.

Tras ello, Pakistán respondió este jueves lanzando varios misiles contra presuntos “escondites terroristas” en territorio iraní. A pesar de ello, los dos países se apresuraron a subrayar que respetan la integridad territorial del otro y anunciaron que sus embajadores, que habían sido llamados a consultas, regresarán a su misión.

Yemen

Cuando Hamas lanzó sus atentados contra objetivos israelíes e Israel inició su masacre en Gaza, Yemen vivía meses de cierta calma tras ocho años de guerra. La internacionalización del conflicto civil yemení comenzó en 2014, con la creación de una coalición de naciones árabes lideradas por Arabia Saudí que se enfrentó a los hutíes de Yemen y sus aliados.

Se inició así una larga campaña de bombardeos saudíes contra suelo yemení con apoyo y armamento estadounidense –y europeo– que prolongó el conflicto, con una devastación definida por Naciones Unidas como la peor crisis humanitaria del mundo (ahora superada por la masacre en Gaza). La destrucción y el caos facilitaron el aumento de la popularidad de los hutíes y el crecimiento de la influencia de Irán en las filas de estos.

Como escribió Bruce Riedel, exanalista de la CIA, consejero sobre Medio Oriente de cuatro presidentes estadounidenses y profesor en la universidad Johns Hopkins, “la invasión estadounidense de Irak en 2003 radicalizó profundamente el movimiento hutí, como lo hizo con muchos otros árabes”.

La invasión estadounidense de Irak en 2003 radicalizó profundamente el movimiento hutí, como lo hizo con muchos otros árabes

Al igual que en Irak, la perpetuación de la guerra en Yemen, con el apoyo cerrado de EEUU a Arabia Saudí, provocó numerosas muertes de civiles y empujó a una parte de la población local a los brazos de organizaciones armadas. En 2022, tras varios ataques hutíes contra infraestructuras petroleras en Arabia Saudí y en Emiratos Árabes Unidos, la monarquía saudí inició conversaciones con el movimiento hutí como interlocutor político reconocido. A día de hoy los hutíes controlan la mayor parte del territorio yemení mientras Al Hadi, el presidente reconocido por EEUU, se refugia en el sur del país, desterrado de la capital.

Durante ocho años, la coalición encabezada por Arabia Saudí intentó sin éxito desalojar a los hutíes del poder en Yemen. Los ataques estadounidenses de ahora lanzan bombas contra objetivos hutíes en suelo yemení, pero estos conservan capacidad militar y prometen tomar represalias. La experiencia de Arabia Saudí tras tantos años de guerra la mantienen por el momento al margen de la escalada bélica, en un intento de proteger la tregua.

La apuesta por la acción militar como única vía solo contribuye a incrementar los riesgos y el bucle de la violencia. Todo esto podría detenerse con un alto el fuego inmediato en Gaza y la búsqueda de una solución negociada basada en el cumplimiento del derecho internacional humanitario y de las resoluciones de Naciones Unidas, lo que incluye terminar con la ocupación ilegal israelí de los territorios palestinos. Pero Biden sigue negándose y condicionando toda su política exterior –y sus posibilidades de reelección en las presidenciales de noviembre– a la continuación de la masacre en Gaza.

El inmovilismo de la UE para proteger a la población civil de Gaza contrasta con su disponibilidad para sumarse a la estrategia de EEUU en el mar Rojo

Cómo detener la escalada

Que el alto el fuego en Gaza apaciguaría las aguas de Medio Oriente, revueltas desde el 7 de octubre, es algo evidente. Entre enero de 2021 y marzo de 2023 las milicias proiraníes en Irak atacaron objetivos estadounidenses en territorio iraquí unas 80 veces. Desde el inicio de la ofensiva israelí en Gaza, estas milicias lanzaron más de cien ataques de ese tipo.

Cuando el pasado mes de noviembre comenzó la tregua para el intercambio de prisioneros en Gaza –y durante los seis días que duró esa tregua–, las milicias cesaron completamente sus ataques en Irak, según el seguimiento del Washington Institute. Los hutíes de Yemen también menguaron drásticamente sus operaciones contra barcos en el mar Rojo.

El alineamiento de Estados Unidos con Israel estableció un tablero en el que se juega con fuego. El empeño de Joe Biden en defender al Gobierno israelí y en seguir despejando el camino para sus ataques en Gaza lo convirtieron en el presidente estadounidense con más deferencia hacia Tel Aviv de los últimos tiempos, con el riesgo de que Netanyahu consiga lo que no logró de otros presidentes estadounidenses: arrastrar a EEUU a una guerra regional.

Washington guarda las espaldas a Israel actuando como protector y padrino, lo cubre en la retaguardia y solicita a sus aliados europeos que se involucren también en el mar Rojo. El inmovilismo de la Unión Europea a la hora de adoptar medidas que protejan a la población civil de Gaza contrasta con su disponibilidad para sumarse a una estrategia de EEUU que tiene como objetivo seguir permitiendo la ocupación israelí y la masacre en la Franja.

La solución es clara: alto el fuego inmediato, intercambio de rehenes y prisioneros, medidas contundentes que garanticen los derechos de los palestinos, negociación y establecimiento de vías para la paz y el respeto mutuo. La ruta está diseñada desde hace décadas, pero EEUU y Europa optaron desde hace mucho tiempo por permitir a Israel el desarrollo de su ocupación ilegal, de su régimen de apartheid colonial y su impunidad. Por lo que se ve, siguen en la mismas.

OR

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