La transición en Brasil
Lula ante el desafío de sostener sus dos promesas: un dólar estable y su programa contra la pobreza
Unos dicen que fue un error de Lula da Silva como presidente electo; otros en cambio juzgaron que se trató apenas de una primera pulseada; y unos terceros dijeron que era sencillamente una cuestión “especulativa”. Lo cierto es que un discurso pronunciado el jueves por la tarde por el futuro gobernante brasileño, ante jefes políticos de los 13 partidos de su coalición, creó las primeras fricciones con el mercado financiero. El dólar saltó a 5,40 reales (estaba en 5,05) y la bolsa cayó 3,35%. Este viernes se impuso la normalización: Ibovespa subió y el dólar cayó.
La piedra del escándalo fue el plan de Lula de cumplir, a toda costa, con sus dos principales compromisos electorales: tornar permanente el valor de 600 reales (115 dólares al cambio del momento) del “Bolsa Familia”, el programa de subsidios a los más pobres.; y reajustar el salario mínimo (hoy en torno de 240 dólares). La parte más sensible de su prédica ante los líderes de la Coalición de la Esperanza (que ya suma 13 partidos), el futuro presidente advirtió: “¿Por qué las personas son llevadas a sufrir (hambre) por cuenta de garantizar la estabilidad fiscal de este país? ¿Por qué se habla siempre de que es preciso cortar gastos, que es preciso tener superávit fiscal, que hay que mantener el techo de gastos? ¿Por qué no se habla con la misma seriedad de la cuestión social en este país?”.
Esos interrogantes fueron cuestionados por los inversores, banqueros y financistas, como de “izquierda radical”. Pero Lula mostró el reverso de la moneda, al decir que los 60 millones de brasileños que lo votaron el domingo 30 de octubre “creen que aun cuando debamos gobernar para todos, la prioridad es gobernar para los más necesitados”. Para muchos, el jefe de Estado electo buscó una manera de testear las posibles reacciones del mundo del dinero ante medidas que de hecho ya negoció con el Congreso, y que le permitirían “perforar el techo de gastos”. Es que en diciembre de 2016, cuando el ex vice de Dilma Rousseff presidía Brasil, se aprobó una norma constitucional que obliga a cualquier gobierno a actualizar el presupuesto nacional apenas por la inflación del año anterior. Esa legislación regirá hasta 2036 y el propósito, según figura en el propio texto de la resolución, es contar con el superávit fiscal “necesario” para el pago de la deuda interna (en reales) del Estado.
Para satisfacer la permanencia del programa Bolsa Familia, en su primer año de gobierno, Lula precisa contar con recursos adicionales, estimados en torno a los 100.000 millones de reales, es decir, en torno a los 20.000 millones de dólares. La respuesta de los mercados fue “instantánea”, pero la réplica del líder petista no se hizo esperar al señalar irónicamente: “El mercado se puso nervioso por nada”. En el mismo pronunciamiento del jueves, el mandatario electo había garantizado que preservar el equilibrio fiscal es un asunto “clave para el futuro gobierno”. Gleisi Hoffmann, miembro de la cúpula del equipo de transición que comanda el vicepresidente electo Geraldo Alckmin, manifestó “espanto”. Sostuvo: “No entiendo esa reacción exagerada frente a lo que dijo el presidente Lula. Pero hoy todos los índices volvieron a la normalidad”. Un reconocido analista económico, José Paulo Kupfer, recordó que el grupo de economistas elegidos por el líder del PT para operar en la transición con el actual gobierno, “cada uno tiene una visión propia y diferente de las causas y de las soluciones para los problemas de la economía brasileña. Persio Arida y André Lara Resende (ex funcionarios de Fernando Henrique Cardoso) serían más ortodoxos que Nelson Barbosa y Guilherme Mello (del PT), de tendencias más heterodoxas. Pero los dos primeros no pueden ser acusados de relegar las cuestiones sociales; del mismo modo, los dos últimos no dejan de lado las preocupaciones con la contención de gastos”.
De acuerdo con Kupfer, “sería bueno que (el mundo financiero) se acostumbre a la idea de que Lula, cualquiera sea su ministro de Economía, será él quien tome en sus propias manos la conducción de la política económica. Por otro lado, Lula juzga que después de sus dos mandatos previos (2003-2010), en que los superávits fiscales fueron la regla, ya no precisa arrodillarse y pedir permiso al mercado para gobernar”.
EG
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