Guerra en Ucrania
Los supervivientes de la ocupación rusa en una calle de Bucha: “¿Por qué nos hicieron esto?”
A la calle Vokzal'na de la pequeña ciudad de Bucha llegaban los que buscaban una vida tranquila, cansados de los precios y del ajetreado ritmo de Kiev. La vida era tan agradable allí, a unos 27 kilómetros al noroeste de la capital ucraniana, que el lugar era conocido como la “pequeña Suiza”.
Hoy, algunas de las imágenes de la devastación causada por la guerra impulsada por Vladímir Putin en Ucrania muestran la calle Vokzal'na calcinada, con sus casas destrozadas y el material militar despedazado cubriendo el lodazal en el que se ha convertido la antigua carretera.
Es difícil de imaginar que alguien haya podido sobrevivir al ataque que los dos bandos lanzaron sobre Vokzal'na durante lo que claramente fue una batalla feroz por la ruta hacia Kiev. No hay ni un ladrillo indemne ni un pedazo de barro donde no se haya mezclado la sangre. Pero, ahora que los rusos se han ido, los habitantes de Vokzal'na están saliendo de sus sótanos, cansados, llorosos y enfadados.
Uno de ellos es Serhiy Savenko, de 43 años, que vive con su madre de 72 años en el número 35 de la calle Vokzal'na, que está marcado en la imagen superior (como el resto de casas de la calle hoy destruida). Savenko se puso a contar los vehículos blindados rusos cuando a las 9.10 de la mañana del 27 de febrero empezaron a pasar en dirección sur, hacia la ciudad vecina de Irpin y hacia la capital. “Había 70 vehículos blindados, como tanques, y los soldados rusos caminaban al lado”, dice. “Tardaron unos 40 minutos en pasar por delante de nuestra casa. Yo miraba y contaba. Y entonces los ucranianos lanzaron proyectiles contra los rusos”.
El primer proyectil se llevó por delante el cobertizo de Savenko en su amplio jardín trasero. Fue el primero de muchos. Los vehículos blindados estaban muy expuestos y, víctimas del pánico, trataban de dar la vuelta mientras caía sobre ellos la siguiente y más certera oleada de proyectiles.
Lo que siguió fue media hora de devastación. Los pedazos de metal caliente que salían volando rompieron todas las ventanas y prendieron fuego a los árboles, dejando a los vehículos en llamas y al rojo vivo. Los cadáveres de los rusos quedaron esparcidos por la carretera. Solo frente al seto de la casa de Savenko, de unos 30 metros de largo, quedaron calcinados y destrozados nueve vehículos blindados, dejando el lugar con el olor acre del aceite y el metal quemados.
Los rusos que pudieron escapar lo hicieron. Pero una hora después del contraataque ucraniano regresaron para buscar a sus muertos y para atrincherarse en los jardines de Vokzal'na y en lo que quedaba de sus construcciones, estableciendo posiciones desde las que lanzar su fuego de artillería contra los defensores ucranianos. Sería una ocupación larga y cruel.
“Estuvimos todo el tiempo en nuestro sótano”, dice Savenko. “Los rusos hicieron un fuego en el jardín delantero y prepararon allí sus armas. Uno de ellos bajó a la bodega y nos vio. Nos dijo que nos calláramos. Dijo que él era un buen tipo pero que sus compañeros nos pondrían de rodillas y dispararían contra nosotros. Nos quitaron los teléfonos y nos dijeron que no hiciéramos fuego, como si pudiéramos hacer algún tipo de señal con él”.
Otra vecina de la calle desolada es Zinaida, de 62 años, que estuvo refugiada en su sótano desde el 5 de marzo. De pie frente a su casa en el número 31 sujeta una nota en la mano y tiene lágrimas en la cara. El ejército ucraniano encontró este domingo el cadáver de su yerno a la vuelta de la esquina. Zinaida está a punto de decírselo a su hija y a su nieto de 16 años, que han sido evacuados. Lo único que sabían de él hasta entonces es que estaba desaparecido. En Bucha, como en todas las ciudades ocupadas por Rusia durante su “operación militar especial”, no hay conexión a Internet.
“Mi hija le pidió que saliera del sótano para recoger algunas cosas de la casa de un vecino”, dice Zinaida. “Aquí está la nota de ella, [mi yerno] la llevaba encima: 'cigarrillos en la estantería cerca del sofá, pastillas, comida, zapatillas, una manta'. Salió de la casa el 4 de marzo. Caminó solo 20 metros y los rusos lo mataron. Sin advertencia, sin razón. Era un buen padre, su hijo lo quería mucho. Es discapacitado. ¿Cómo voy a decírselo?”.
Ver el mundo desaparecer
En el número 27, por el mismo lado de la calle, hay un bloque de apartamentos de nueva construcción. Ivan, de 55 años, y Helen, de 50, que no quieren dar sus apellidos, están limpiando el porche comunitario de cristales, fragmentos de proyectiles y armamento sin explotar. Es algo que han hecho a lo largo de todo el calvario. Llevaban solo tres meses viviendo allí cuando comenzó. De las ocho familias que vivían en el edificio fueron los únicos que se quedaron. No tenían otro lugar a donde ir.
“Limpiábamos todo el tiempo, barríamos... De todos modos, no tenemos sótano. Queríamos demostrar que no teníamos miedo, no sé”, dice Iván. “¿Pero ves ese bloque de apartamentos alto de allí? Pues allí había un francotirador que se enfadó porque no tuviéramos miedo ni nos agacháramos. Así que disparaba sobre nuestra cabeza”.
En el suelo del apartamento de su vecino hay restos de sangre aún húmeda entre el metal y los cristales. También en la mesa de la cocina. A juzgar por los envoltorios de comida desechados, es la sangre de los soldados rusos que se escondieron allí dentro.
Al otro lado de la calle, en el número 32, solo quedan los restos de algunas paredes en pie. Al lado, el marco de lo que fue un garaje. Volodímir Matsyk, de 62 años, su mujer Lydmyla, y sus hijos Artem y Bodgan, de de 33 y 20 años, se refugiaron en el sótano mientras el mundo de arriba desaparecía. Ellos fueron evacuados. No tuvo tanta suerte el soldado ruso herido al que llevaron hasta allí para recibir asistencia médica. Según Dymytro Zamogylny, de 56 años, un vecino de Lydmyla y Volodímir, “una bomba cayó en la casa y lo mató”.
A Oleksandr Loza, de 87 años, lo encontraron en el suelo del número 23, vestido con un pijama y sin poder moverse de allí tras los primeros combates del 27 de febrero. Ha sido evacuado. A Galayno, de 65, y Oleksandr, de 66, un ataque directo les derrumbó el hermoso tejado verde de su casa en el número 25, justo al lado. Refugiados en el sótano, ellos escaparon de milagro. Eran los principales responsables de cuidar a su anciano amigo de al lado.
“Genocidio”
Bucha es un horror calcinado y vacío donde se siguen descubriendo cadáveres de civiles. Este lunes las autoridades se llevaron del sótano de una residencia de verano para niños los cadáveres de cinco hombres que aparentemente habían sido atados y fusilados por los rusos. Las autoridades creen que los restos humanos encontrados cerca de la ciudad son de Olga Sukhenk, la alcaldesa de Motyzhyn, de su marido y de su hijo.
El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, visitó la ciudad este lunes y explicó lo que había visto en la televisión nacional. “Estos son crímenes de guerra y serán reconocidos por el mundo como un genocidio”, dijo vestido con un chaleco antibalas y rodeado de personal militar. “Sabemos de miles de personas asesinadas y torturadas, con miembros amputados, mujeres violadas y niños asesinados”.
A la vuelta de la esquina de la calle Vokzal'na, cerca de donde este sábado aparecieron los cadáveres de 21 civiles esparcidos por una de las principales carreteras de Bucha, Sergiy Zebenko, de 57 años, y su esposa Helen, de 49, enseñan en su jardín la tumba de su primo, Dmytro Bernastsky, de 59.
“Encontramos su cuerpo el 31 de marzo, a solo 150 metros de nosotros, y lo enterramos aquí”, dice Helen. “Pero ni siquiera sabemos cuándo lo mataron, tal vez diez días antes, cuando vino a vernos. Tenía tres balas en la pierna izquierda, una en el corazón y otra en el pulmón. Estaba junto al supermercado. Queremos volver a enterrarlo. Era piloto de la fuerza aérea ucraniana. Queremos enterrarlo con su uniforme, es lo que hay que hacer”, dice. Y pregunta: “¿Por qué nos han hecho esto?”.
Traducción de Francisco de Zárate
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