GUERRA EN UCRANIA
Vecinos de Bucha relatan los horrores de la invasión rusa: “Sentí que huía de un campo de concentración”
Taras Schevchenko dice que fue como estar viendo una película. A las 6:00 de la mañana del 24 de febrero, desde la cocina de su apartamento en un quinto piso, vio unos 20 helicópteros rusos sobrevolando su campo de visión mientras esparcían paracaidistas sobre la pista del aeropuerto de Hostómel. “Me sentí como si estuviera en el cine, ¿sabes? Vi todos los helicópteros, hasta distinguí las caras de esos paracaidistas”.
En ese momento comenzó la guerra para Bucha, la ciudad 56 kilómetros al noroeste de Kiev que se está convirtiendo con rapidez en sinónimo de las peores atrocidades de la guerra de Vladímir Putin en Ucrania.
Según Schevchenko, que tiene 43 años, lo que ocurrió en los días siguientes era inconcebible. Los cuerpos arrollados por los tanques se convirtieron en “alfombras humanas” mientras los soldados mataban a tiros a los que se interpusieran en su camino, ancianos incluidos. Los francotiradores rusos disparaban contra los hombres que intentaban escapar campo a través. Hay denuncias de violaciones y asesinatos de niñas –informaciones que aún no han sido verificadas de forma independiente– que metían el miedo en el cuerpo a los que se quedaban.
Pero tras la reconquista de Bucha por parte de las fuerzas ucranianas, las denuncias de crímenes de guerra generalizados por parte de las tropas rusas de ocupación parecen demasiado reales, a medida que aparecen más testigos y nuevas pruebas fotográficas de cadáveres en las carreteras.
El Ejército ucraniano publicó este domingo las imágenes de lo que parecía una cámara de torturas en un sótano, con un barracón en la habitación contigua. Se encontró una fila de cadáveres con las manos atadas y agachados frente a una pared.
Según los militares, al menos una de las víctimas había recibido disparos en las rótulas antes del balazo en la cabeza.
Tras el descubrimiento inicial de 20 cuerpos junto a una carretera el sábado, también se encontraron fosas comunes con 280 cadáveres en los alrededores de la ciudad. “Dispararon contra todas estas personas”, dijo el alcalde de Bucha, Anatoly Fedoruk. La fiscalía general cifró este domingo en 410 el número de cadáveres de civiles recuperados hasta ahora en los suburbios del norte de Kiev tras la retirada de las tropas rusas.
La ilusión de la normalidad
Schevchenko, entrenador de artes marciales en una guardería, vivía en el norte de Bucha con su madre de 77 años, Yevdokia Shevchenko. Los dos recuerdan cómo quedó todo en silencio durante tres días cuando llegaron los soldados de Putin. Schevchenko y su madre se preguntaban qué hacer, si debían escapar. A la mayoría de sus vecinos en el bloque de viviendas les parecía que los que huyeron de la ciudad en el primer día de invasión habían reaccionado de manera desproporcionada.
La normalidad con la que transcurrieron esas primeras 72 horas fue una ilusión.
“Vimos a los rusos al tercer día, en un tiroteo masivo junto a nuestro edificio contra la defensa territorial de Bucha. Al principio decidí quedarme porque pensaba: ¿a dónde ir? No tenía a dónde ir. Había miedo, ya se sabe. En segundo lugar, no somos tan ricos como para cambiar completamente nuestras vidas en un día. Al tercer día, me di cuenta de que era demasiado tarde para huir a ningún sitio o cambiar nada porque la guerra estaba literalmente fuera de mi casa, en mi calle. Los tanques circulaban por mi calle. Es muy aterrador cuando disparan, es un sonido tremendo, como un rugido”.
Al cuarto día, cundió el pánico. “Todo el mundo buscaba en Internet, en los chats de Telegram o Viber, alguna forma de salir de allí. Los que tenían sus propios coches huyeron, arriesgándolo todo. Nuestro edificio tiene 69 apartamentos y solo quedan cuatro familias en él”.
Aterrorizada por los combates junto a la puerta de su casa, su madre Yevdokia se trasladó al sótano frío y húmedo del bloque, de apenas 20 metros cuadrados. Iluminado solo con velas, allí se unió a otras ocho familias entre las que había un niño de tres años y una mujer de 86. Yevdokia vivió allí los siguientes 13 días con sus noches, con solo un cubo como retrete. Según Schevchenko, es posible que la mujer mayor siga en el sótano. “Se abrazó a una reliquia, todo el tiempo allí abrazada a la reliquia”.
Al quinto día, cortaron el suministro de gas en Bucha. “La gente entendió que había que hervir agua de alguna manera, o cocinar alguna sopa, o algo, y junto a la entrada del edificio hicimos como un espacio para cocinar, solo una hoguera con dos ladrillos a un lado”.
“No nos dejaban mover los cadáveres”
En las conversaciones junto al fuego, hablaban de los últimos muertos. “Los cadáveres estaban tirados en las calles, no nos dejaban moverlos”.
Schevchenko cuenta un asesinato que no ha podido ser verificado de forma independiente. “Un abuelo estaba caminando con su mujer. Estaban a punto de cruzar la calle y unos rusos los pararon. Ya se sabe cómo son estos ancianos a los que les gusta replicar y eso. Así que le dispararon, y a la mujer le dijeron: 'Sigue caminando'. Ella corrió hacia su marido llorando y los soldados le dijeron: 'Si quieres tumbarte junto a él, podemos dispararte a ti también'. Ella les dijo que tenía que llevarse el cuerpo, pero ellos le dijeron: 'No, sigue caminando'. Y ella siguió caminando, llorando y caminando. Sucedió junto a un McDonald's, a unos 30 o 40 metros de mi casa”.
Angustiada, la mujer se acercó a Yevdokia y a otras personas en la zona. Le costaba recuperar el aliento para contar lo que le había pasado, desesperada por recuperar el cuerpo de su marido.
“Ese anciano dijo algo de forma agresiva a un soldado y lo mataron a tiros, y le ordenaron a la mujer que se fuera”, dice Yevdokia. “No sé sus nombres pero yo los veía por la ciudad, en la tienda, en el mercado, ya sabes, caras conocidas; cuando le dispararon yo estaba fuera y oí los disparos. Había salido del sótano para respirar un poco de aire”.
Disparos a quienes huían
El 9 de marzo, Schevchenko llegó a la conclusión de que tenían que salir de allí, pero parecían estar atrapados. “Empecé a analizar todas las formas posibles de escapar, pero me alegro de no haberlo intentado en aquel momento porque otras personas más valientes que yo huyeron y les dispararon. Algunos volvieron heridos pero otros se quedaron para siempre en sus coches, muertos”.
Un día después los rusos aceptaron la creación de un corredor humanitario para evacuar a los civiles. Se produjo un éxodo, pero los rusos dijeron que solo permitirían la salida de mujeres y niños.
“Teníamos vecinos un piso más abajo, entre ellos había un hombre y yo oí que había conseguido salir, así que pensé que si él lo había conseguido, ¿por qué no yo? El 11 de marzo me levanté a las 6:00 horas de la mañana y cargué mi teléfono. Encontré un lugar para cargarlo. Solo un poco, hasta al 6% o el 7%. Luego corrí al sótano para recoger a mi madre. Recuerdo claramente que eran las 8:45 horas de la mañana, entré corriendo y grité: 'Mamá, vamos a huir'. En ese momento, oímos disparos”.
En lo primero que pensó su madre fue en la mascota de la familia. “Me dijo: '¿Has cogido a Mary?' Le dije: 'Sí, está en mi chaqueta'. Es una perrita pequeña y peluda de apenas cuatro kilos. Así que corrimos al Ayuntamiento en busca del corredor humanitario, pero en el Ayuntamiento solo dejaban pasar a las mujeres y a los niños. Decidimos que mamá iría por un corredor y yo me uniría a otros hombres para caminar hasta Romanivka, a unos 12 kilómetros de Bucha, pero había que cruzar el río y las turberas y ese día la temperatura era de -9 ºC.
A las 10:00 de la mañana, Schevchenko empezó a caminar. No iba por la carretera sino por los campos y junto a otra veintena de hombres. Las balas comenzaron a silbar entre ellos. Algunos fueron alcanzados y cayeron heridos. Schevchenko y otros corrieron tratando de esconderse de lo que suponían eran francotiradores.
“Ni siquiera podíamos ayudar a los heridos porque cuando te acercas a alguien que ha caído también te pueden disparar”, dice. “Cada vez éramos menos. Yo miraba todo el rato hacia atrás y hacia los lados. No nos preocupábamos por los demás ni nos prestábamos atención unos a otros. Solo nos movíamos por algunos instintos animales que se habían apoderado de nosotros. Me sentía como alguien que huye de un campo de concentración”.
La ruta los llevó a través de Irpin, otra ciudad donde la retirada de los rusos también ha dejado un reguero de presuntas atrocidades tras de sí. Schevchenko fue hasta al cementerio central de Irpin, atravesó un bosque y se desvió hacia el pueblo de Stoyanka para llegar hasta su destino, Romanivka.
“El otro día el alcalde de Irpin dijo que habían recogido 17 cadáveres”, dice Schevchenko. “No puedo decir que solo hubiera 17, había muchos más. Muchos de ellos estaban sentados en sus coches. Muchos estaban tirados en las aceras. Había muchos aplastados por los tanques. Como esas alfombras de piel de animal, con un olor insoportable. Estuvieron tirados así durante 10 días, más o menos”.
Schevchenko corrió, caminó y se escondió durante siete horas con la esperanza de alcanzar cierta seguridad. “Entonces vimos a nuestros soldados, sabían que éramos refugiados, nos pidieron que les enseñáramos nuestro pasaporte y nos indicaron el camino, los autobuses nos esperaban”.
No sabe a día de hoy cuántos, de la veintena de hombres que salieron, lo consiguieron. “No solo no miraba sino que hasta había olvidado cómo respirar”, dijo. “Literalmente, olvidé que se podía respirar por la nariz, estaba respirando por la boca y el corazón se me salía del pecho, mi perro, en mi chaqueta, estaba nervioso y estresado”.
Lo llevaron en autobús hasta la estación principal de tren en Kiev, donde se encontró con su madre. “Cuando me puse a salvo y pasó un tiempo, sentí que era una broma”, dice Schevchenko. “No puede ser que esté solo a 15 kilómetros de distancia y esté tranquilo. Me sentí como si estuviera en la película Matrix. Como si alguien me hubiera arrastrado por el pelo y durante 16 días me hubiera metido en esa Matrix y hubiera estado observando cómo actuaba. Y después se compadecieron de mí, me sacaron de allí de vuelta al mundo pacífico, me dieron una palmadita en la cabeza y me dijeron: 'Bien, has sobrevivido”.
Traducido por Francisco de Zárate.
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