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La base secreta de la CIA en Kabul por dentro, quemada y abandonada tras la retirada de EEUU

Imagen de archivo de una base militar estadounidense en Afganistán.

Emma Graham-Harrison

Kabul —

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Los coches, minibuses y vehículos blindados de la guerra en la sombra que la CIA libraba en Afganistán se colocaron unos detrás de otros para ser incendiados y evitar su identificación antes de que las tropas estadounidenses salieran del país. Bajo los restos de color gris ceniza, el metal fundido se había solidificado a medida que se enfriaba, formando una especie de brillantes charcos permanentes.

La falsa aldea afgana donde entrenaban a las fuerzas paramilitares vinculadas con algunas de los peores vulneraciones de los derechos humanos de la guerra estaba hecha añicos. Sobre los montones de barro y restos de vigas, solo se mantenía en pie un muro alto de hormigón, usado en su día para practicar las detestadas incursiones nocturnas en casas de civiles.

El gran depósito de municiones también quedó destruido. Pistolas, granadas, morteros y artillería pesada… Las armas, colocadas en tres largas filas de contenedores de transporte de doble altura, quedaron reducidas en fragmentos de metal retorcido. La enorme detonación, ocurrida poco después del sangriento atentado en el aeropuerto de Kabul, sacudió y aterrorizó a la capital.

Todo formaba parte de la base de la CIA en Afganistán, la que durante 20 años fue el corazón oscuro y secreto de la “guerra contra el terror” de Estados Unidos, y donde se fraguaron algunos de los peores abusos cometidos por la misión estadounidense.

Situada en la ladera de una colina al nordeste del aeropuerto y con una extensión de tres kilómetros cuadrados, el complejo fue conocido por las torturas y asesinatos cometidos dentro de su prisión “Salt Pit” [Hoyo de sal], cuyo nombre en clave utilizado por la CIA era Cobalto.

Las personas presas la llamaban la cárcel oscura porque no había luz en sus celdas. La única iluminación ocasional provenía de las linternas de los guardias.

Fue allí donde Gul Rahman murió de hipotermia en 2002, después de que lo encadenaran semidesnudo a una muralla y lo dejaran toda la noche a temperaturas bajo cero. Su muerte dio lugar a las primeras órdenes formales de la CIA sobre interrogatorios que establecían un nuevo régimen de tortura, según se pudo extraer de un informe de 2014 donde se concluía que las torturas no servían para conseguir información útil.

En manos de los talibanes

Durante dos décadas esta base ha sido un secreto muy bien guardado, solo visible en fotos por satélite y reconstruida a través del testimonio de los supervivientes. Ahora, las fuerzas especiales de los talibanes han entrado este lugar, que han abierto a los periodistas durante un breve período de tiempo.

“Queremos mostrar cómo han desperdiciado todas estas cosas que podrían haber servido para construir nuestro país”, dice el mulá Hassanain, comandante de la unidad talibán de élite 313. Él dirige la visita por los recintos quemados y destruidos, por las fosas de fuego empleadas para los restos, y por los coches, autobuses y vehículos militares blindados que han sido incinerados.

Estas fuerzas especiales talibanes incluyen al grupo de atacantes suicidas que hace poco marchaban por Kabul celebrando la toma de la capital. Vehículos con el logotipo oficial del “escuadrón suicida” escoltan a los periodistas por la antigua base de la CIA.

La escena se convirtió en una combinación terriblemente irónica de las unidades más crueles y despiadadas en los dos bandos de la guerra. Un recordatorio del sufrimiento que durante varias décadas todos los combatientes han infligido a los civiles en nombre de objetivos de mayor rango.

“Están dispuestos a ser mártires y fueron responsables de ataques contra lugares importantes de los invasores y del régimen; ahora tienen el control de lugares clave”, dice un funcionario talibán cuando le preguntan por qué los escuadrones suicidas escoltan a los periodistas y si van a seguir operativos.

“Se ampliarán y mejorarán su organización, siempre que haya una necesidad, responderán, siempre están dispuestos a sacrificarse por nuestro país y por la defensa de nuestro pueblo”.

Destruida hace meses

Es probable que este breve vistazo a la antigua base de la CIA sea la primera y la última vez en la que se permita a los medios de comunicación. Según Hassanain, el plan es usarla para su propio entrenamiento militar. Los hombres que la custodian ya se han puesto el camuflaje con rayas de tigre que usaba la Dirección Nacional de Seguridad afgana, la agencia de espionaje que en su día se encargaba de darles caza.

Algunas de las unidades paramilitares que operaban aquí, con base en cuarteles cerca de la antigua cárcel de Salt Pit, figuraban entre las más temidas del país, acusadas de abusos y de ejecuciones extrajudiciales de niños y otros civiles.

Las personas que vivían en los barracones los abandonaron tan rápido que dejaron la comida a medias. El suelo quedó lleno de pertenencias desparramadas. Las taquillas fueron vaciadas en un aparente frenesí.

En su mayoría, los miembros estadounidenses de la misión en Afganistán se habían llevado o destruido todo lo que tenía nombres o cargos, pero se dejaron atrás parches de la llamada Fuerza 01 y un libro manuscrito repleto de notas acerca de semanas de entrenamiento.

Cerca de allí, la cárcel de Salt Pit había sido aparentemente arrasada unos meses antes. Una investigación por satélite del periódico The New York Times descubrió que varias construcciones en esta parte de la base de la CIA llevaban destrozadas desde la primavera.

Los funcionarios talibanes han dicho que no tenían ningún detalle sobre la antigua cárcel ni sobre lo que había ocurrido con ella. La familia de Rahman sigue buscando su cuerpo. Nunca se lo devolvieron. Entre las técnicas de tortura que allí tuvieron lugar se incluían la “alimentación rectal”, el encadenamiento de los presos a barras colocadas por encima de sus cabezas, y la retirada del “privilegio” de ir al baño. Los dejaban desnudos o con pañales para adultos.

Reducida a cenizas

El equipo abandonó el lugar con losas de hormigón a medio construir. Al lado, un edificio fortificado con puertas y equipos de alta tecnología había sido aparentemente derruido con bombas incendiarias. Su interior estaba tan destruido y reducido a cenizas como los coches del exterior.

La destrucción de equipos sensibles en la base no debe de haber sido sencilla. Había pruebas de varias fosas de fuego en las que se quemaron desde botiquines médicos hasta un manual sobre liderazgo, junto con piezas de mayor tamaño.

Los oficiales talibanes se mostraban reticentes al paso de los periodistas en zonas que no habían sido oficialmente despejadas. Según Hassanain, entre los escombros habían encontrado varias bombas trampa. Les preocupaba que hubiera más.

Durante días, los helicópteros transportaron a cientos de personas desde la base de la CIA hasta el interior del aeropuerto, donde los hombres de la Fuerza 01, conscientes de que probablemente serían objetivos prioritarios durante las represalias de los talibanes, ayudaron a acordonar el perímetro a cambio de ser evacuados en las últimas horas, en virtud de un acuerdo alcanzado con Estados Unidos.

En las inmediaciones y sin daños, hay una sala de recreo con un billar, un ping-pong, dardos y futbolines, donde ya se acumula el polvo. En un rincón hay una caja con un rompecabezas. Los talibanes eran tan austeros antes que hasta prohibían el ajedrez. No está claro qué harán ahora con los juegos con los que los militares occidentales mataban su tiempo libre.

Traducido por Francisco de Zárate

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