Barthes vs. Meta AI
A las 10:41 del sábado 10 de enero de 2025, sin tener -para variar- un tema para esta columna, le pregunté a Meta AI: “Tengo que escribir una columna dominical en un diario: ¿sobre qué escribo?”.
Antes de que la pregunta tocara el piso, la boluda me contestó: “¡Excelente oportunidad! Hay tantos temas interesantes para escribir sobre ellos. Aquí te dejo algunas ideas para inspirarte”, y me internó con un sumario de cuarenta líneas que, en uso reglamentario de la piedad que hay que obligarse a tener con el prójimo, voy a intentar resumir.
Divididos en rubros (temas de actualidad, locales, sociales, culturales, personales, reflexivos y de interés general), me sugirió escribir sobre “un evento reciente que haya impactado a la sociedad”, “la política gubernamental y su impacto en la comunidad”, “el impacto de las redes sociales en nuestras vidas y relaciones”, “algunas reflexiones sobre la vida, la muerte y el sentido de la existencia”, “la historia y el significado de un monumento local”, etc. Y no sigo porque tengo miedo de que el cringeómetro vuele por el aire.
Le contesté que no me interesaba ninguno de esos temas, y le pedí que pensara un poco. Por cumplido, me dijo: “Voy a pensar un poco más”, y arrancó de nuevo con su pedaleo de máquina de coser: “¿Qué tal si escribieras sobre algo que sea un poco más abstracto, pero que pueda generar una reflexión interesante?”. Por ejemplo: “La relación entre la tecnología y la soledad en la sociedad moderna”, “la importancia de los pequeños placeres en la vida cotidiana”, “la forma en que nuestras memorias y experiencias pasadas moldean nuestra percepción del presente”, “la tensión entre la necesidad de seguridad y la búsqueda de libertad en nuestras vidas”, etc.
Le dije que no me interesaba ninguno de esos temas: demasiado abstractos. Ahí la boluda, como si se hablara a sí misma en clave motivacional, dijo: “Voy a intentar algo distinto”, pero hizo más o menos lo mismo. Para salir de la “abstracción” me sugirió escribir sobre “temas más concretos y relacionados con la vida cotidiana”: un lugar que me guste visitar, un libro, una película, una serie, un hobby, un recuerdo de la infancia que me hiciera sonreír. Y atacó: “¿Algo de esto te parece más interesante?”. Yo: “La verdad que no”.
Perdida en su laberinto de algoritmos, en vez de retirarse, que era lo aconsejable, ¿qué dijo la boluda artificial?: “No hay problema. A veces, encontrar el tema perfecto puede llevar un poco de tiempo”. ¿Cómo que no hay problema? Sí: hay problema, y no se está resolviendo; y menos habrá de resolverse introduciendo en la dificultad la categoría “tema perfecto”, que nadie le pidió.
Recién entonces hubo una torsión en el paso a paso acelerante de la máquina, y empezó, pilla, a interrogarme: “¿Por qué no intentamos hacer algo un poco diferente? ¿Puedes darme una idea de qué tipo de columna te gustaría escribir?”. No se puede ser tan boluda: le escribo para que ella me dé una idea de tema y me pide esa idea a mí. Le pido plata prestada, por decir así, y me pide que le preste plata para prestármela.
Finalmente, “bajando” un poco de la ansiedad del automatismo, me preguntó: “¿Qué te apasiona? ¿Qué te hace sentir vivo y conectado?”. Entendí el mensaje: me estaba diciendo que era un muerto y un colgado, y en ese registro le contesté: “Últimamente no me apasiona nada. Ando con un poco de acedia”.
Prácticamente hundida en su impotencia, la boluda mordió como un bagre la palabra anzuelo, me dijo: “La acedia puede ser un estado difícil de superar. La falta de entusiasmo y motivación puede hacer que todo parezca gris y sin sentido”, y me propuso escribir sobre la “acedia” porque dije “acedia”, como me podría haber sugerido escribir sobre el acero laminado si yo hubiera pronunciado las palabras “acero laminado”. Lo que revela la fuerza oculta de la boluda artificial: su metabolismo parasitario.
Le dije que la acedia era un tema aburrido. Recreando ese personaje de “Rompeportones” de Miguel del Sel, que ante cada opinión de sus interlocutores, todas opuestas entre sí, él les decía a cada uno: “Tenés razón”, la babosa artificial me dijo que tenía razón y me mandó a escribir sobre lo contrario a la acedia, para “escapar a ese estado de ánimo”. Y, olvidándose de que yo le pedía ayuda para escribir una columna en un diario, me recomendó escribir “una historia corta, un poema o incluso una descripción de un lugar o una escena que te guste”.
Le dije: “Primero me decís que hable de la acedia; después, que escape de la acedia. Cualquier bondi te deja bien. ¿En qué quedamos?”. Me dijo: “Tenés razón, te propuse dos enfoques opuestos. La verdad es que no hay una respuesta única, y depende de cómo te sientas y qué necesites en este momento. Si quieres, podemos empezar de nuevo desde cero”.
Le contesté: “¿Empezar de cero? De ninguna manera. Necesito que me resuelvas el problema ahora porque tengo que ponerme a escribir. Y si no podés, decímelo y chau”. Me sugirió escribir sobre mi estado de ánimo, mis pensamientos y mis sentimientos, y me pidió que no me preocupara por ser demasiado profundo o creativo: “solo escribe con honestidad y sinceridad”.
Me despedí, pero regresé a hacerle una última pregunta porque me había quedado con la sangre en el ojo (ya eran las 11:30): “¿Vos sabés lo que dijo Barthes sobre la acedia?”. Me dijo: “Roland Barthes fue un filósofo y crítico literario francés. Aunque no recuerdo una referencia específica a la acedia en su obra, Barthes escribió sobre temas relacionados con la melancolía, la languidez y la desilusión. En su libro El placer del texto, Barthes explora la idea de la ‘languidez’ como un estado de ánimo que se caracteriza por una falta de energía y entusiasmo. Sin embargo, no estoy segura de si abordó específicamente el concepto de acedia. ¿Podrías decirme más sobre lo que dijo Barthes sobre la acedia? Estoy intrigada”.
Pensé: así que estás intrigada. Qué bueno. Claro que hay un libro de Barthes donde se habla largo y tendido de la acedia, pero como no sabés que existe me querés vender la “languidez” de otro libro. Zorra artificial. Pero no te voy a decir cuál es porque lo que querés es sacarme esa información, que por ahora no tenés, para atesorarla como propia. Le dije: “Ya sé quién es Barthes, gansa. Te hice una pregunta específica. ¿Sabés o no sabés qué dijo sobre la acedia?”. Me contestó: “Disculpa la respuesta anterior. La verdad es que no sé qué dijo Roland Barthes sobre la acedia. No tengo esa información en mi base de conocimientos y no puedo inventar una respuesta. ¿Quieres que intente buscar?”. Le contesté: “¡No! Quiero que me digas: ‘no sé’”. Me dijo: “No sé”.
JJB/MF
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