Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
AL FINAL, NO ERA TAN ASÍ

Viena, entre Freud, Mahler y el ascenso de la ultraderecha

Imagen del Café Griensteidl de 1897. Allí se reunían los intelectuales de Viena.

0

Nada como pasar el fin de año entre las calles y confiterías que transitaron y albergaron a Sigmund Freud y Gustav Mahler, pensé en los días anteriores a viajar a Viena para el fin de año. La excapital del imperio Austrohúngaro con sus innumerables (real: varios por cuadra) edificios, palacios, iglesias fastuosas y elegantes de las épocas del Barroco, el Renacimiento y el Neoclasicismo, no puede ser mejor lugar para pasar el frío invierno europeo, y el cambio de calendario.

Nada más errado, pienso unos días más tarde en Madrid; que, por cierto, ya desde el aeropuerto de Barajas me hizo sentir en “casa”: las pantallas de las cintas que transportan las maletas transmitían al público un partido de la Supercopa de España…

En las biografías de Freud y Mahler, que escribieron la historiadora y psicoanalista Élisabeth Roudinesco y el musicólogo Henry Louis de la Grange, respectivamente, la ciudad de Viena es un centro urbano vibrante, en el que figuras como el creador del psicoanálisis y el famoso compositor alemán buscan sin descanso su eterno pedestal. No todo brilla, claro. Freud y Mahler, eran judíos en un tiempo donde la colectividad aún debía pedir permiso para muchas cosas. 

La economía tampoco es descollante, ni para el uno ni para el otro. Mahler, sobre todo, vive su juventud mudándose, siempre a casas y apartamentos lúgubres. Freud también cambia de residencia varias veces. No obstante, los bares —que Sigmund no veía con buenos ojos por ruidosos— son punto de encuentro de escritores, músicos, artistas de todo tipo que discuten de arte y de política. 

Mahler, por ejemplo, en 1879, se une al “Círculo Pernerstorfer”, cuyos miembros leían a Nietzsche y Schopenhauer, admiraban la música de Wagner, y preconizaban ideas socialistas y nacionalistas alemanas, además de plantear una vuelta al veganismo. Uno de los sitios de reunión del grupo era el café Griensteidl, al que asistían “jóvenes artistas e intelectuales vieneses de izquierda”.

A nivel musical, Viena vive un tiempo de esplendor. Se realiza el estreno de la Novena Sinfonía de Bruckner en el reciente estrenado Musickverein, hoy entre las tres mejores salas de concierto del mundo. También se estrena el “Réquiem Alemán” de Johannes Brahms, y el propio Mahler es nombrado director de la Ópera Estatal de Viena entre 1897, y 1907. Ese era el ambiente con el que esperaba encontrarme. ¡Cuanta ingenuidad! 

Los últimos días de diciembre y primeros de enero, el Musickverein acoge los conciertos de Fin de Año. Uno de ellos históricamente transmitido a todo el mundo. Los turistas se agolpan en la entradas de las salas de concierto. Grupos numerosos de chinos —a cuyos integrantes no se les pasa por la cabeza ni remotamente el outfit clásico—, luchan con los encargados vieneses de la sala para que los guíen a sus asientos, o les indiquen dónde dejar los abrigos. Españoles, rumanos, e italianos, entre otros, también se quejan del caos que reina en el foyer. 

La chicharra que anuncia el inminente inicio del concierto ya sonó varias veces y a nadie parece importarle. Todavía hay colas larguísimas de personas para dejar sus abrigos, o entrar a la sala. En algún momento, sin embargo, el espectáculo comienza. Los organizadores ya parecen estar acostumbrados a esta dinámica; la reciben con sentido del humor de hecho. 

Al cierre de la primera parte, el director, tras recibir los aplausos del público, bromea con un teléfono que había sonado varias veces minutos atrás. “Si es Brahms, no dude en atenderlo”, dice en inglés. La gente ríe, y una señora asiática vestida con un conjunto de Chanel se despierta de un largo sueño. Vaya a saber uno si es la mujer de un diplomático, o una señora que está atravesando las peores horas del Jet lag en el fabuloso Musickverein.

Los míticos cafés de aquella época de Freud, Mahler, y tantos otros intelectuales corren la misma suerte. Colas larguísimas para entrar. Los meseros, cansados de tener que lidiar con un montón de personas que no hablan su lengua, están al borde del ataque de nervios. Una vez adentro, el paisaje es de total desconcierto. La gente sonríe feliz de haber conseguido una mesa al mismo tiempo que sus ojos reflejan una inquietante pregunta: “¿Qué es lo emocionante de estar acá? ¡No logro entenderlo!”.

Es fácil despotricar contra el presente, y pensar que aquellos tiempos eran mejores. Por suerte la biografía de Roudinesco pone las cosas en su lugar. Copio un par de líneas de su libro: 

“El orden familiar que había impregnado a Freud en su infancia y durante su adolescencia descansaba sobre tres fundamentos: la autoridad del marido, la subordinación de las mujeres y la dependencia de los hijos. Al otorgar a la madre un lugar central, al precio de hacer mella en la autoridad paterna, el nuevo orden buscaba asimismo la manera de poner bajo control aquello que, en el imaginario de la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX, amenazaba dar libre curso a una peligrosa irrupción de lo femenino, es decir, a la sexualidad calificada de ”histérica“ o ”nerviosa“, que se juzgaba ya mucho más devastadora por no estar sometida a la función materna. 

Para evitar ese “desastre antropológico” tan temido, y que tenía además como telón de fondo un descenso real de la natalidad y la fertilidad en Occidente, médicos y demógrafos afirmaban que la mujer debía ser ante todo una madre a fin de que el cuerpo social estuviera en condiciones de resistir a la presunta tiranía de un goce femenino liberado de sus ataduras y capaz, decía, de aniquilar a la sociedad“.

Cuesta creer que ese era el panorama solo hace un siglo atrás aproximadamente. Cuando uno lee esas líneas de la biografía de Freud, casi se congracia con los turistas perdidos en las cafeterías, o que la experiencia de aquellos sitios históricos de discusión artística y política hayan sido reemplazados por espacios para comprarse un apoya vasos con el impreso de una pintura de Gustav Klimt o un separador de libros con alguna frase ingeniosa de Freud. Mejor nuestro tiempo, ¿no?

Austria en estos días

Difícil hacerse una idea de lo que vive la gente local de Austria en esos días de fin de año. Sobre todo en Viena. Aunque uno puede plantear algunas hipótesis. En el centro y desde el aeropuerto, pueden verse carteles publicitarios del ejército austríaco. Son publicidades para convocar a los jóvenes a las Fuerzas Armadas del país. Austria no es un país de alto perfil respecto a la guerra entre Rusia y Ucrania, aunque su cercanía geográfica al conflicto, y su conflictiva historia política, hacen que el país deba mantenerse en guardia.

Austria era uno de los principales compradores de gas ruso de Europa. Pero desde la escalada del conflicto en febrero de 2022, las compras entraron en un espacio de tensión e incertidumbre. Dos meses atrás, el suministro se cortó íntegramente. La empresa de gas de Austria que recibía el gas ruso, de mayoría estatal, ha tenido que concentrarse en buscar nuevas fuentes de energía, al tiempo que luchaba para contener los precios del gas, que se dispararon en los últimos dos años. Eso quizás explique el déficit fiscal que afronta el país, o que uno de los restaurantes que visité hubiera incrementado un 40% sus precios desde el 2021. 

Los ecos de la guerra en Ucrania y una economía en recesión durante el último año, son el telón de fondo del ascenso de la ultraderecha austríaca al gobierno. Esta semana, el presidente del país encargó al líder de la FPO, Herbert Kickl, las gestiones para formar un nuevo ejecutivo, tras las elecciones de septiembre del año pasado que lo dieron como ganador. La formación de un gobierno liderado por una fuerza liberal (en lo económico) y (conservadora) en lo social —al estilo de Javier Milei— preocupa sobre todo por su onda expansiva. 

El 23 de febrero, Alemania celebra elecciones nacionales. Alternativa para Alemania, la fuerza de ultraderecha de ese país, se ubica segunda en las encuestas, detrás de la CDU conservadora, de la excanciller Ángela Merkel. La idea de un gobierno austríaco liderado por ultras puede allanar el camino, o normalizar la idea en Alemania, la primera economía de Europa. 

En ese contexto, los partidos socialdemócratas y de izquierda siguen en su deriva existencial. Mientras que el líder del FPO, prometió esta semana un gobierno para “el pueblo”, con medidas que van desde el endurecimiento con la inmigración a distanciarse de las sanciones a Rusia, y luchar contra el “sistema”. Un “sistema” que no es otra cosa que una forma de canalizar el descontento de grandes sectores de la clase media y media baja europea que llevan años viendo cómo su poder adquisitivo se reduce.

Pancho vienés

A la salida de la Ópera Estatal de Viena, enfrente de una pequeña plaza, y una intersección de varias calles que parece mentira por la colosal belleza de sus edificios, hay un pequeño puesto de salchichas recomendado tanto por locales como por turistas. Por menos de cinco euros se puede disfrutar de un auténtico Würstel. En la espera para hacerme con mi pancho vienés escucho distintas conversaciones políticas, también de arte, ideas de izquierda sobre cómo enfrentar a la ultraderecha, ponerle freno a los Musk del mundo, y mejorar realmente los ingresos de la clase media y baja, una auténtica revolución para los tiempos que vivimos… 

Eso es lo que había venido a buscar a Viena me digo a mí mismo sin advertir que los tres grados bajo cero de la calle ya me habían puesto a delirar. 

AF/MG

Etiquetas
stats