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CFK en su salsa: Evita, ebitda y “festival de importaciones”

Cristina Fernández en el plenario de la CTA en Avellaneda, el lunes.

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Cada vez que aparece, a la manera del “volveré y seré millones” de Evita, concentra no sólo la discusión política sino también la económica, en un espectáculo agrietado de admiradores incondicionales, detractores extremos, conceptos errados y, un puñado apenas, de planteos temáticos acertados. Nadie negará el peso propio de sus opiniones ni la máxima relevancia de su figura. Cristina Kirchner sigue representando la centralidad en la política argentina y por ello una mayor reflexión, consistencia y prudencia en sus palabras aportarían al muy necesario ordenamiento de las expectativas sociales.

El pasado lunes, una vez más, eso no ocurrió. Entre tantas cosas, la vicepresidenta habló de inflación, negando al déficit fiscal entre sus causas, para asociarla, difusamente, al aumento de las ganancias empresariales en sectores concentrados en los últimos dos años (el EBITDA que no fluyó de sus labios…) y al endeudamiento externo, citando los tiempos de Mauricio Macri y la dictadura militar. Olvidó la propia performance inflacionaria de sus dos gobiernos, sin “EBITDAs” y sin deuda: su primera gestión cerró con una inflación del 21% (a diciembre 2011) y la segunda, del 27%, en diciembre de 2015 (con 38% en 2014). Recortar la historia para explicarla o apelar a argumentos políticamente rentables son recursos útiles desde la retórica, mas no para comprender fenómenos muy complejos como la crónica inflación argentina.

 Luego, cargó sobre los movimientos sociales, apelando a qué diría Evita respecto de su existencia y modos de organización. Una vez más, escondiendo intereses específicos de su facción política y trivializando un cuadro social con frágiles equilibrios y un futuro incierto.

 Pero quizá lo que mayor impacto económico produjo de su relato sea el “festival de importaciones” que estaría facilitando una política económica de la cual ella, no sorprende, es la principal oponente. El dato de mayo publicado por el INDEC marca un récord mensual en dólares corrientes (US$7.870 millones, +53% respecto de mayo 2021), abonando la idea. Pero ¿qué hay de cierto del aluvión?

 Desde una mirada práctica, la de los decisores económicos y financieros que marcan el pulso diario de los dólares libres, es evidente que, a esta velocidad de compras en el exterior, el Banco Central seguirá perdiendo reservas en un segundo semestre donde ya no estarán disponibles los dólares del agro y se tiene el mal antecedente de una muy escasa cantidad acumulada en el mejor momento del año. El festival importador, en el escenario cambiario que viene, tiene que ser leído como la imposibilidad fáctica de contar con las divisas necesarias para pagar estos niveles de compras externas. O de otro modo, que la economía pueda sostener los niveles previos de actividad. En este sentido, la alerta de CFK previene a los industriales y a todos aquellos que necesitan insumos, partes, piezas importadas para producir. La expectativa es que será más complejo acceder al mercado oficial de cambios. Cómo asignar las prioridades sectoriales, entre sectores y/o ramas de actividad, y con qué eficiencia los equipos de gobierno liberarán los permisos abre grandes dudas. Siempre estos caminos conllevan una menor oferta y más inflación.

 Sin embargo, la vicepresidenta omite (o peor, malinterpreta) por qué las importaciones se aceleran. La alta inflación, la brecha cambiaria y la incertidumbre política alientan a que los excedentes de pesos busquen dolarizarse. Dadas las limitaciones para las empresas y las personas, se multiplican los incentivos para hacerlo de manera indirecta. Por ejemplo, a través de adelantar compras externas pagando al dólar oficial o adquiriendo bienes que incluyan costos de producción en dólares. En esencia, todo lo que tiene olor a dólar oficial, se compra. Bajo esta lógica macro, un bien no perecedero es un instrumento útil para trasladar riqueza en el tiempo. Los pesos queman.

Lo decíamos en Analytica en agosto del año pasado, cuando el fenómeno ya era muy evidente, observando que “el exceso de importaciones implicó una demanda extra de usd 10.900 millones entre septiembre de 2020 y mayo de 2021, a un promedio mensual de US$1.200 millones”. El ejercicio era simple: basándose en las importaciones y niveles de producción por sector, y ajustando por el tipo de cambio real, se estimaba el “excedente importador”, o cuánto importaba de más cada sector respondiendo a los incentivos financieros de la brecha cambiaria. Nada nuevo bajo el sol.

Es verdad, además, que el aumento de los precios internacionales también influye, en especial en el fuerte incremento de las importaciones de energía, cuyos valores se multiplicaron por tres en un año. Sin embargo, hasta mayo son las cantidades importadas las que crecen más que los precios, en especial en los bienes de capital y sus piezas y accesorios y en los productos finales de consumo. Se observa también un aumento significativo en las importaciones de servicios, básicamente de viajes al exterior (ya por encima de los niveles prepandemia, de 2019), fletes y seguros. En este último caso, a los costos logísticos prepandemia, el Banco Central estaría acumulando nada menos que unos 1.000 millones de dólares más por trimestre.

La vicepresidenta exige usar la lapicera para frenar el festival. Su receta -errada- es reclamar al que importa que exporte por el equivalente, sin saber (¿omitiendo?) que lo único que hizo esa política de su gobierno fue “sustituir exportadores”, no aumentar las exportaciones netas. Lo más probable es que, más allá de sus súplicas, el freno llegue por el enfriamiento de la actividad económica y, en parte, por las mayores restricciones que se avecinan. Al final del día, la gravedad existe en la Tierra.

Economista. Director de Analytica Consultora

 CC

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