Depresión no es cobardía moral
Hace un par de días se publicó en este mismo medio una nota cuyo título dice que la depresión es una forma de cobardía moral. La afirmación es inaceptable desde el punto de vista sanitario, científico y filosófico, a la vez que hiere, innecesariamente, la sensibilidad de quienes intentan superar un episodio depresivo.
La frase sobre la cobardía pertenece a Jacques Lacan, y solo tiene sentido en un contexto muy específico fuera del cual opera simplemente como un agravio. Se afirma en la nota que un sujeto que se deprime elige de ese modo rechazar un conflicto para no hacerse responsable frente a él, y que esto constituye una forma de venganza con el objeto de impotentizar a los demás.
El reduccionismo es una operación intelectual que se tramita en dos tiempos. Primero, se descompone un fenómeno complejo en sus partes integrantes; segundo, se selecciona una sola de ellas y se soslayan las demás. El resultado final es una visión sesgada, empobrecida e insuficiente. He pasado muchos años estudiando y criticando el reduccionismo biológico en psiquiatría, es decir, la reducción y simplificación del acontecer psíquico a sus aspectos biológicos.
Pero aquí estamos frente a otro reduccionismo: el reduccionismo psicológico. La depresión, se nos dice, es una elección (¡una elección!) del sujeto para no hacerse cargo de su deseo y esquivar el conflicto que lo aflige en lugar de enfrentarlo con valentía. Podríamos denominar a esta postura como reduccionismo moralista. Simplifica lo complejo —solo se puede simplificar lo complicado— y carga contra el deprimido. Lo último que le faltaba a quien padece un episodio de depresión: enterarse de que el deprimido es un cobarde lleno de odio y deseos de venganza.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 5% de los adultos padece depresión, lo que equivale a unas 300 millones de personas (un número verdaderamente alarmante, empeorado en medida aún no conocida con exactitud por la pandemia de coronavirus). La depresión es la principal causa de discapacidad en todo el mundo, y las proyecciones de la propia OMS indican que para el 2050 será el problema de salud más relevante a nivel planetario.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que el 5% de los adultos padece depresión, lo que equivale a unas 300 millones de personas
Sus causas continúan siendo objeto de estudio y de controversia, pero algunas cosas sabemos. El enfoque más razonable parece ser el multifactorial. Hay factores internos al sujeto y factores externos, cuya combinatoria es variada y requiere de enfoques flexibles y especializados que permitan el abordaje desde la complejidad y sin reduccionismos. Cerebro, genes, infancia, biografía, personalidad, crisis externas e internas, psicología, violencias de todo tipo, historia, lenguaje, vínculos, inequidad social, son algunos de los factores involucrados. Somos 100% biológicos y 100% culturales, afirmaba el filósofo Edgar Morin para salir de la trampa de los porcentajes e invitarnos a pensar lo complejo.
En plena tercera década del siglo XXI ya no son aceptables los enfoques reduccionistas en psiquiatría ni en Salud Mental. A quienes nos dedicamos a la asistencia nos cabe el imperativo ético de evitar reduccionismos, de respetar radicalmente a quienes nos consultan y de revisar nuestro marco teórico con asiduidad en busca de aporías, inexactitudes y calles ciegas. La verdad no se aloja con exclusividad en ninguna teoría, lo que obliga a un enfoque abierto, humilde y permanentemente crítico que incluye como interés central la escucha atenta del discurso del sujeto que padece.
La depresión es un estado muy doloroso y difícil de sobrellevar. No depende de la voluntad del sujeto afectado: tanto sus elementos profundos (inconscientes), como los biológicos y también los externos a la persona están muy por fuera del alcance de su voluntad. La buena noticia es que la depresión tiene tratamiento, y las posibilidades de éxito son más que considerables.
Pero volvamos al principio. “No sos vos, es tu marco teórico” decía un conocido grafiti porteño, allá por los años ’80 del siglo XX.
Y si vamos a hablar de moral, siento la obligación de decir que llamar cobarde a un sujeto deprimido es (moralmente) un tremendo error, que lesiona innecesariamente a los millones que intentan hallarse a sí mismos y superar un episodio de esta naturaleza
Parte de la tarea de quienes nos dedicamos a la asistencia en Salud Mental y creemos en el poder identitario y transformador de lo simbólico es medir cuidadosamente nuestras palabras públicas.
SL
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