Llamado urgente a la reconstrucción de la esperanza
Propongo pensar la pandemia con un enfoque más amplio que el epidemiológico. La pandemia es mucho más que un virus respiratorio y altamente contagioso que genera una crisis sanitaria a escala global al superar la capacidad de respuesta del sistema. La pandemia es también todo aquello que nuestra cultura contemporánea está haciendo con ella, y aquí debemos incluir un numeroso conjunto de elementos.
La pandemia es también la fallida colaboración global para encararla, el inaceptable lucro de unos pocos con la fabricación de vacunas, para luego distribuirlas antes entre los países más ricos, la preeminencia de la puja geopolítica por encima del bienestar de la humanidad… y un largo etcétera.
La segunda ola de la pandemia nos encuentra agotados. Nos cuesta, como conjunto, aceptar que el enorme esfuerzo deba repetirse. Desanima volver a ver las calles desiertas por las noches, las escuelas cerradas, la nocturnidad cancelada. Nos cuesta también pensar en las y los trabajadores de la salud, exhaustos luego de más de un año de entrega total, sin descansos y sin el reconocimiento social y económico que esperan y merecen.
Y el desaliento se profundiza aún más cuando parte de la clase dirigente hace un uso indebido de la crisis social y sanitaria en procura de réditos electorales, o cuando buena parte de los medios masivos de comunicación se dedican a calentar las pantallas mostrando enfrentamientos, violencia y contradicciones, que en pandemia no escasean, pero que repetidos sin descanso construyen caos donde no lo hay, envenenando subjetividades.
Es urgente que quienes tenemos alguna responsabilidad pública —cada quien desde el lugar que le toca— comprendamos que la construcción de una nueva esperanza colectiva es necesaria de un modo imperativo. Porque es probable que lo peor de la pandemia esté aún por venir en esta región del planeta. Y es más apremiante que nunca contrarrestar la devaluación que este entorno tóxico produce en los discursos que producen futuro, que restañan lazo social, que habilitan la solidaridad. Porque quienes medran con la grieta necesitan que predomine la sensación de que no es posible un futuro. El desánimo es funcional a los vendedores de caos.
Frente a la adversidad y las pérdidas, algunas noticias reconfortan. Las vacunas están llegando, y es posible incluso que podamos fabricarlas en nuestro país. Ya hemos vacunado a varios millones, y quienes han recibido la vacuna exhiben una clara protección frente a las formas severas de la enfermedad producida por el SARS-CoV-2.
Precisamos una narrativa esperanzadora porque nuestra salud mental se nutre de esperanza, ese sentimiento que habilita esfuerzos en función de un bienestar por venir. Me esfuerzo hoy porque anhelo un mañana. La percepción del paso del tiempo y la noción de pasado, presente y futuro es, tal vez, uno de nuestros rasgos culturales más llamativos. Su fundamento es el lenguaje, el uso de palabras, de abstracciones, que nos habilitan el puente hacia la realidad. Para nosotros, seres humanos, no existe la pandemia sin palabras; no existen las cosas sin las palabras. Nuestro mismo aparato psíquico está modelado a partir de las palabras pronunciadas por otros significativos, aprendidas por nosotros, hechas carne en nuestro proceso de ingreso en la cultura. Soslayar la importancia del registro simbólico podría llegar a constituirse en el mayor de los errores sanitarios posibles en una crisis como la actual.
Precisamos una narrativa esperanzadora porque nuestra salud mental se nutre de esperanza, ese sentimiento que habilita esfuerzos en función de un bienestar por venir. Me esfuerzo hoy porque anhelo un mañana.
El futuro se construye con palabras y con políticas palpables. En el segundo grupo podemos incluir a las vacunas; en el primero, a la comunicación social, política sanitaria de la más alta jerarquía en la que aún cierta dirigencia no termina de confiar.
¿Queremos una ciudadanía que acepte el desafío y que haga propias las indicaciones sanitarias? Se puede. Pero hay que empezar a hablar de un mañana posible, sin mentir, sin banalizar, sin infantilizar. Una clara alternativa al camino de la desesperanza y del caos.
Nuestro ser biológico precisa de la vacuna para entrenar a nuestro sistema inmune, en lo individual, y para alcanzar, en el conjunto, la deseada inmunidad de rebaño; nuestro ser cultural se nutre de palabras, de metáforas, en el proceso de construcción de futuro, construcción colectiva que solo se alcanza cuando se llega a la solidaridad de rebaño, es decir, cuando se comprende que el valor supremo a cuidar no es el individuo aislado sino el conjunto mismo.
La vacuna es uno de los inventos más maravillosos de la ciencia moderna, y su llegada en plena pandemia, una buena y esperada noticia. Pero las vacunas significan bastante poco por sí solas si no son incluidas en una narrativa esperanzadora que les otorgue sentido. Sentido a las vacunas, sentido al esfuerzo, sentido a pertenecer a una comunidad.
SL
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