Cómo esconder un pelirrojo
La primera referencia que tuve sobre Juan Carlos Vázquez Sarmiento fue en abril de 2000 cuando trabajaba en el área de investigación de Abuelas de Plaza de Mayo. Una compañera había recibido pocos días antes una denuncia sobre el joven apropiado por Francisco Gómez. Era mi hermano. La denuncia también decía: “El jefe del apropiador llamado ‘el Colorado’, que trabajó en esa misma época y lugar, también tiene otro chico”.
Poco después me tocó recibir en persona el segundo llamado de la misma denunciante, que resultó ser familiar de Gómez. Esto transcribí, con una letra prolijita en la que no dejo ver ninguna emoción: “Gómez y otro represor (‘el Colo’) lo llevaron a la casa de la denunciante, que le dio el pecho porque estaba amamantando a su hija. Esto fue el 17/11/78”. No escribí que el bebé no paraba de llorar pero no puedo olvidarlo, yo que he hecho verdaderos esfuerzos por olvidar, no logro olvidar esa escena: los dos hombres que bajan de un auto en alguna parte del noroeste del conurbano con un bebé que no para de llorar.
Uno de ellos, seguramente Gómez, le cuenta a la mujer una trama de telenovela: la hija de un militar tuvo un bebé soltera y no lo quiere. Le piden, o le indican, que le dé la teta. No puedo escribirlo sin un estremecimiento de horror. Gómez y el Colo, ¿miran, controlan que todo se lleve a cabo en orden? El bebé se calma, se duerme, es lo más probable, debe estar agotado. Los dos hombres se lo llevan. ¿Lo carga ya Gómez o todavía su jefe, que se lo dará en su momento oportuno, por los servicios prestados? ¿Gómez lo lleva en brazos mientras el otro maneja, o es al revés, Gómez maneja hacia su casa mientras lo carga el Colo?
Creo que fue mi hermano el que me dijo su nombre, cuando tres días después de recibir esa denuncia fui a buscarlo a su trabajo, a contramano del protocolo institucional de entonces. Él sabía quién era el Colo y se acordaba de sus hijos, de Ezequiel y también de su hermana. Después apareció una denuncia previa sobre ellos, y a partir de esa denuncia, sus partidas de nacimiento: partos en domicilio constatados por el médico aeronáutico Pedro Alejandra Canela. Como la partida de mi hermano. Un modus operandi. Canela llegó a ser indagado y procesado, pero murió sin sentencia: Vázquez Sarmiento, en cambio, se dio a la fuga.
En 2012 mi primo Marcelo Rubén Moreyra declaró por primera vez en el juzgado de Daniel Rafecas. Con él “me dejaron”, así decíamos en mi familia, a mis viejos se los habían llevado pero a mí me habían dejado en la casa de mis tíos de Olivos, con Marcelo. No pensábamos que para dejarme primero habían debido sacarme de mi casa, de mi siesta quizás, y nadie se había dado cuenta de que al viaje de mi casa a la de mi primo le sobraban horas. En el juzgado, Marcelo relató un operativo de magnitudes para mí sorprendentes, inverosímiles, describió a varios represores de los que recordaba algún rasgo o actitud particular. Habló de uno que parecía a cargo del operativo y que estaba muy nervioso; parecía ser el mayor de todos, de unos 35 años. Era pelirrojo.
Recuerdo el momento como en cámara lenta. Le acercan a mi primo una carpeta con fotos de legajos del personal de inteligencia de la Fuerza Aérea, fotos en blanco y negro, sin nombres, de mala calidad. Entre ellas, Marcelo reconoce al pelirrojo: Juan Carlos Vázquez Sarmiento. Rafecas lo procesa. Pero el Colo sigue prófugo, ahora no solo en la causa que investiga el robo de Ezequiel sino también en la que intenta reconstruir el destino de mis padres en la Regional de Inteligencia Buenos Aires (RIBA), donde trabajaban (¿se dice así, no suena demasiado decente?) Vázquez Sarmiento y Gómez.
Se ofrece una recompensa a quien informe sobre su paradero. Se publican dos fotos en blanco y negro, tres cuartos de perfil, ¡una incluso con gorra!, donde su rasgo característico, ese que le valió el apodo, no se aprecia ni se menciona. Oh, sorpresa, no lo encuentran.
Pasan los años. Rafecas eleva la causa RIBA a juicio oral. Por la privación ilegal de la libertad y los tormentos contra mi mamá y mi papá (sí, solo por eso, no por sus muertes) son condenados Francisco Gómez, Luis Tomás Trillo como responsable de la RIBA y Omar Rubens Graffigna, como autor mediato. Vázquez Sarmiento sigue prófugo. Cada tanto me acuerdo de él y me pregunto: ¿cómo puede sostener una fuga tan prolongada? ¿De qué vive? ¿De verdad no se comunica con nadie, nunca?
Un día me encuentro hablándole de él a mi hijo. Suelo decir que gracias al juicio RIBA puedo contarles a mis hijxs la verdad (parcial) de que los malos que desaparecieron a sus abuelos están en la cárcel, pero aquí me tienen, hablándole al mayor del colorado prófugo. Tal vez esta información innecesaria para su edad, la compulsión a darle esta información, la imposibilidad de callar ese hecho sobre el que trato de no pensar demasiado pero que evidentemente me desborda, sea una de las formas en que el terror de entonces nos alcanza todavía en el presente.
La semana del 6 de octubre, como la pasada, siempre es difícil. Era la tarde del viernes 6 de octubre de 1978 cuando Vázquez Sarmiento, Gómez y otros militares y civiles de la RIBA (muchos ya identificados pero todavía impunes) entraron a mi casa en Palermo y nos secuestraron a mí y a mi mamá Patricia Julia Roisinblit, embarazada de 8 meses. Esa misma tarde se llevaron a mi papá José Manuel Perez Rojo y a su socio Gabriel Pontnau de su comercio en Martínez. Recién a la noche se produjo ese operativo en Olivos que parecía estar a cargo de Vázquez Sarmiento, en el que me entregaron a mi primo, un chico de 17 años al que siguieron controlando y amenazando durante meses. Cuando se acerca octubre en el calendario, anticipo la impotencia, el llanto que no sale, el desánimo, el insomnio, las imágenes que vuelven y que no dan respiro, imágenes de tortura, fragmentos de conversaciones hirientes con un hermano que me robaron y nunca recuperé.
Pero esta semana se cierra con la detención de Vázquez Sarmiento.
Cuando me enteré, grité. Mucho. Grité y temblé. También lloré un poquito. Temblé mucho rato. Ahora siento alivio, ahora me doy cuenta hasta qué punto Vázquez Sarmiento en libertad me daba miedo. Hasta qué punto me dan miedo los otros tipos de la RIBA que siguen en libertad, como si solo Trillo y Gómez hubieran visto a mis padres o interactuado con ellos y el resto nada, el resto hacía contabilidad y dibujo técnico sin enterarse de que en la oficina de al lado se torturaba.
Los 19 años que Vázquez Sarmiento pasó prófugo son un tiempo de descuento del que él gozó, mientras de este lado, ante la falta de información sobre el destino de nuestros seres queridos, nos seguimos imaginando cosas terribles sin poder cerrar nada.
El año pasado se murieron Graffigna y Gómez. Graffigna murió gozando del beneficio de la prisión domiciliaria, pero murió condenado. Había sido absuelto en el Juicio a las Juntas, pero murió condenado por lo que hicieron con mi mamá y mi papá. Me gusta. Gómez murió en la cárcel. También murió, sin condena, Carlos Orlando Generoso, el penitenciario al que llamaban Fragote en la ESMA, y que me dio a entender que había estado presente cuando mataron a mi mamá, al regresar de la ESMA a la RIBA. Vázquez Sarmiento es el último de los últimos que vieron a mi mamá con vida. No lo sé con certeza pero lo deduzco de la escena siguiente, él y Gómez con mi hermano de tres, cuatro días llorando en un auto. Solo hay una escena anterior posible: aquella en la que le arrebatan su bebé recién nacido a una puérpera detenida-desaparecida. La escena de la separación. No quiero imaginarla. Valientes soldados de la Patria estos que supieron dar batalla contra puérperas y bebés. Soy madre, atravesé puerperios: no hay momento más vulnerable. Sangrás a mares, te duelen los pezones, los entuertos. Por no hablar de las hormonas, por no sumarle al baby blues la incertidumbre sobre tu destino y el de tu pareja y tu hijo. Hay que ser una basura de proporciones fuera de lo normal para quitarle su bebé y matar a una mujer en esas condiciones.
Eso es Vázquez Sarmiento. Eso hizo. No una vez. Dos veces. Al menos.
Eso es Vázquez Sarmiento y por alguna razón que deberíamos indagar tuvo los medios para mantenerse prófugo por diecinueve años. “Adonde vayan los iremos a buscar”, nos gusta decir. Pero no había que ir tan lejos. Lo atraparon en Ituzaingó visitando a su esposa. Qué lindo, qué reparador sería que alguien rinda cuentas por estos diecinueve años sin encontrar al pelirrojo. Que después de estos diecinueve años no debamos esperar durante años la instrucción ni la elevación a juicio oral ni las audiencias. Déjenme soñar: que Vázquez Sarmiento vaya a juicio por el secuestro de mis padres, por el mío, por el de Gabriel Pontnau y el resto de las víctimas de la RIBA que declararon como testigos, por su rol en la apropiación de mi hermano y naturalmente por la apropiación de Ezequiel. Que se investiguen de una buena vez las conexiones entre la RIBA y Virrey Cevallos, los dos centros clandestinos de la Fuerza Aérea que compartían torturadores. Que no sigan muriendo impunes como el militar Juan Manuel Taboada, que declaró como testigo en el juicio RIBA y se fue, a pesar de haber sido reconocido por Osvaldo López, sobreviviente de Virrey Cevallos.
Los diecinueve años que Vázquez Sarmiento pasó prófugo son un tiempo de descuento del que él gozó, mientras de este lado, ante la falta de información sobre el destino de nuestros seres queridos, nos seguimos imaginando cosas terribles sin poder cerrar nada. Tantos años pasaron que mi primo Marcelo no va a poder reconocerlo en persona, porque murió poco después de declarar en el juicio oral. No soporto pensar que a ese tiempo que Vázquez Sarmiento se agenció, le vaya a seguir otro igual de chicle, un juicio oral por un caso y después otro y otro más, todos parciales, todos chiquitos, una condenita por aquí y otra por allá y alguna absolución también, para seguir en esa tradición tan arraigada de hacer la vista gorda ante los crímenes de la Fuerza Aérea, que viene del Juicio a las Juntas con sus irrisorios cuatro años y seis meses de condena a Orlando Ramón Agosti.
El martes el juez Rafecas va a indagar a Vázquez Sarmiento por la desaparición de mis padres. No espero nada de él, espero todo de la Justicia.
MEP
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